Parte 2: La revolución humana
Capítulo 20: Aliento para los jóvenes [20.1]
20.1 Valentía, convicción y esperanza
«No hay nada más preciado que los jóvenes»… «Nada se compara con la juventud»… «Los jóvenes son un tesoro… ¡no! Son el más grande de todos los tesoros». Este ha sido, el mensaje constante del presidente Ikeda.
Su liderazgo está permeado de un amor irrestricto a la juventud y de una confianza inmensa en cada integrante de las nuevas generaciones, sentimientos que lo han inspirado a alentar a sus sucesores con infinita benevolencia y desvelo. Este capítulo contiene algunas de sus palabras dirigidas a la juventud.
En esta parte, el presidente Ikeda recalca que los años juveniles son importantes para construir los cimientos de la vida, y que el capital más valioso que poseen los jóvenes es su valentía, su convicción y su esperanza.
La mayoría de la gente conserva muchos recuerdos de su juventud, y yo no soy la excepción. Los que no recuerdan nada de su adolescencia posiblemente no hayan vivido esa etapa a pleno.
Me crie en una familia pobre; mis cuatro hermanos mayores fueron reclutados por el ejército durante la Segunda Guerra Mundial para combatir en el frente. Tuve que buscar empleo para ayudar a mantener a mi familia. Por la falta de tiempo y la presión económica, me vi obligado a trabajar de día y a estudiar de noche.
En esa época tenía muy mala salud, pero estaba decidido a esforzarme al máximo. A veces, cuando me tocaba hacer repartos para la empresa, debía arrastrar un carro enorme por las calles elegantes del distrito de Ginza. Incluso cuando comenzaba a soplar el viento frío del otoño, a falta de ropa gruesa, llevaba solo una camisa liviana. Pero ni una vez me sentí inferior o avergonzado a causa de esto. En realidad, veía mis retos como las dramáticas aventuras de un joven que se reía de la adversidad y que, incluso, se sentía orgulloso de sus batallas. Puedo asegurar que todos esos esfuerzos juveniles se convirtieron en las bases de mi vida actual.
En esos años, abrigué el convencimiento de que no dedicaría mi juventud a cuestiones frívolas. O, mejor dicho, esa fue mi determinación. Quería dejar una huella digna en la sociedad, tal como yo era, incrementando mi capacidad y viviendo al máximo. Esa resolución, que me mantuvo en pie durante esa etapa, no ha cambiado en absoluto hasta el día de hoy. Los grandes vencedores son los que triunfan como seres humanos, cualquiera sea su posición social, riqueza o alcurnia. De joven, me propuse recordar esta máxima mientras viviera.
Pero, viendo retrospectivamente los días de mi juventud, pienso que me hubiera gustado hacer ciertas cosas de manera distinta. Por ejemplo, haber sacado más provecho de mi educación formal en la adolescencia y en la veintena. O haber dado más importancia al entrenamiento físico para mejorar mi salud. Y, aunque leí bastante en ese período, consciente de la importancia de esos años cruciales, hoy me arrepiento de no haber leído diez o veinte veces más.
Cuando rememoro mi etapa juvenil, aprecio con una claridad absoluta cuán importante es esa fase de la vida. No exagero si les digo que la manera en que uno emplea esos años determina, en gran medida, el resto de su vida.
Los jóvenes son una construcción en proceso; están adquiriendo su forma definitiva. Por eso, en cada uno de ellos hay un potencial ilimitado e imposible de mensurar. La juventud es una fuerza impetuosa dirigida a un cambio nuevo y positivo; cada joven irradia energía y vitalidad. Y, para mí, no hay nada más sublime ni maravilloso.
Siento, de verdad, que las cualidades esenciales en los jóvenes son la valentía, la convicción y la esperanza. Su acción valerosa es una fuente de creatividad asombrosa. Pero lo que sustenta el valor es la convicción, y cuando ella está presente, no queda lugar para la vacilación ni para la duda. A su vez, la convicción nace del esfuerzo por cumplir el propio cometido y las responsabilidades. Las personas más extraordinarias son las que nunca traicionan los ideales de su juventud, las que jamás olvidan los sueños de su adolescencia.
Los jóvenes son los tesoros de su país; son la riqueza del mundo que vendrá. No hay nada más preciado. Comprometer su porvenir y robarles la vida es como arrojar ese tesoro al mar. No hay villanos tan despreciables como los líderes que obligan a la juventud a luchar trágicamente en las guerras y a sacrificar su vida.
Amo con toda mi alma a los jóvenes. Nada me produce tanta alegría como su crecimiento. Me embarga la emoción cuando los veo convertirse en personas felices, sabias y amantes de la paz. Al mismo tiempo, abrigo la esperanza de poder caminar al lado de ellos y de conservar mi espíritu juvenil mientras viva.
Mi único deseo y mi mayor dicha es que, de los cimientos que hemos construido, levanten vuelo una interminable fila de jóvenes dispuestos a trabajar por la paz mundial y a crear una cultura floreciente.
De Watashi wa ko omou (Mis pensamientos), publicado en japonés en mayo de 1969.
La sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.