Administrar nuestro futuro: Una conversación con Jeffrey Sachs
El economista Jeffrey Sachs es director del Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia y posee el título académico más alto en la enseñanza universitaria: catedrático. Ha sido asesor especial de tres secretarios generales de las Naciones Unidas y actualmente es defensor de los ODS bajo la dirección del secretario general António Guterres. En noviembre de 2021 habló con el periódicoSeikyo Shimbun de la Soka Gakkai sobre cómo atravesar este momento crucial de la historia y la necesidad de la cooperación mundial para hacer patente lo mejor de la nueva era digital.
La urgencia del momento
Como destacado defensor del desarrollo sostenible, usted ha hablado abiertamente de la urgencia de este momento.
Nuestra generación se encuentra en un momento decisivo. Hemos fijado objetivos cruciales –los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el Acuerdo de París, la protección de la biodiversidad–, pero no estamos dando los pasos concretos y necesarios para cumplirlos. No estamos cooperando a escala global. Las tensiones entre Estados Unidos y China han influido negativamente en esta tarea. Como resultado de la falta de cooperación global, el mundo podría alcanzar umbrales muy peligrosos: el colapso de los principales ecosistemas, la subida de varios metros en el nivel del mar durante este siglo y el siguiente, y los crecientes niveles de hambre y pobreza. En cambio, podríamos hacer frente a todos estos retos mediante acciones concertadas, a bajo coste –de apenas un pequeño porcentaje de la producción anual– y crear así un planeta más seguro, más sano, más sostenible y más justo.
¿Cree que la pandemia del COVID-19 ha obstaculizado los esfuerzos de la comunidad internacional para alcanzar los ODS?
Los ODS estaban lejos de alcanzarse incluso antes de la pandemia. Los países ricos, especialmente los Estados Unidos en los últimos años, no se centraban en ayudar a los más pobres. La negligencia continúa todavía, aunque de alguna manera las cosas están mejor ahora. El G-20 debe aumentar con urgencia la ayuda financiera a los países más necesitados. En la actualidad, los Estados más pobres carecen de medios financieros para mantener la escolarización, garantizar la atención sanitaria, proporcionar electrificación y acceso digital y cumplir otros ODS fundamentales. También se ven duramente afectados por las perturbaciones climáticas, derivadas principalmente de las emisiones de gases de efecto invernadero de las naciones más ricas.
Brecha digital entre pobres y ricos
En su libro Las edades de la globalización: Geografía, tecnología e instituciones, clasifica la historia de la humanidad en siete edades de la globalización y analiza las implicaciones de la edad digital. ¿Cómo podemos mitigar sus riesgos?
En la edad digital disponemos de una capacidad sin precedentes para almacenar, transmitir y procesar datos, y poseemos la capacidad de hacer que las máquinas –nuestros ordenadores, electrodomésticos, robots y otros artefactos– realicen actividades útiles. Las tecnologías se desarrollan a un ritmo asombroso, como en los ámbitos de la inteligencia artificial y el aprendizaje automático. Esto es, potencialmente, una muy buena noticia, ya que podría, por ejemplo, conducir a una nueva era de prosperidad compartida, de mayor tiempo libre y mejores servicios en educación, sanidad y administración pública.
Nuestra interdependencia y nuestro destino común son los fundamentos más importantes de una ética global nueva y compartida, que necesitamos con tanta urgencia.
Sin embargo, la edad digital también entraña enormes riesgos. Por ejemplo, podría conducir al desempleo masivo, especialmente, de los trabajadores menos cualificados. Podría causar una enorme brecha social y económica entre «ricos digitales” y «pobres digitales». Podría dar lugar a nuevas formas de guerra, a la pérdida de la privacidad o a nuevas adicciones psicológicas y problemas de salud mental. Todos estos riesgos no solo son posibles, sino que ya son una realidad en algunas partes del mundo.
Por ello, debemos reflexionar detenidamente y cooperar a escala global para sacar el máximo partido a la nueva era digital. Es necesario que evitemos la militarización de las tecnologías digitales mediante nuevos tratados sobre desarme y seguridad mundial. Ha de existir generosidad en las políticas sociales para garantizar el acceso digital universal a todos los ciudadanos, implementar estrategias eficaces de reciclaje y garantizar prestaciones sociales para quienes puedan perder su trabajo a causa de la robótica y la inteligencia artificial. Todos estos son grandes retos, y aún no están superados.
Un medioambiente sostenible y seguro para todas las personas
Usted ha escrito sobre la necesidad de un marco ético compartido para construir la paz y crear un entorno seguro y sostenible. ¿Puede decirnos algo más al respecto?
En todo el mundo, la ancestral sabiduría religiosa y cultural ha sostenido tres ideas. La regla de oro dice: tratar a los demás como nos gustaría que nos traten. Confucio, Jesús y los sabios judíos, entre otros, abogaron por esta primera idea. La segunda: el mundo no sólo pertenece a los ricos, sino a todos nosotros. Hay que conceder a los pobres la base material para una vida decente y la dignidad que es propia a todas las personas.
La tercera idea consiste en que los seres humanos son los administradores del planeta, no los amos de la creación. Formamos parte de la biosfera y, por tanto, debemos proteger la Tierra, no solo por consideraciones morales, estéticas o económicas, sino por nuestra propia supervivencia. Pero esta lección no se ha entendido bien porque muchas personas no tienen la formación adecuada en ecología y sistemas terrestres.
Estas ideas compartidas deberían reconocerse como el marco ético común para la acción humana y la cooperación global. Si bien La Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), a veces llamada la «carta moral» de la ONU, refleja con fuerza la regla de oro y la opción preferencial por los pobres, debería actualizarse para el siglo XXI a fin de incluir el derecho a un medio ambiente seguro y sostenible para todas las personas y las generaciones futuras. Con el objeto de garantizar estos derechos universales, los gobiernos, las empresas y la sociedad civil habrían de reconocer sus respectivas obligaciones.
En la conferencia que el presidente Daisaku Ikeda pronunció en la Universidad de Harvard, en 1993, propuso que el budismo Mahayana podría servir como «la base filosófica para postular la convivencia simbiótica de todos los seres». En el centro de eso están los principios de la igualdad de todos los seres humanos y la dignidad de la vida.
La labor de la Soka Gakkai en pro de la paz mundial, la cooperación y el entendimiento mutuo tiene una enorme fuerza moral. Necesitamos una ética global para el siglo XXI, basada en la dignidad humana universal, el desarrollo sostenible y las responsabilidades de los ricos y poderosos para con los pobres y vulnerables. Nuestra interdependencia y nuestro destino común son los fundamentos más importantes de una ética global nueva y compartida, que necesitamos con tanta urgencia. Creo que todas las grandes religiones del mundo pueden y, de hecho, deben contribuir a ese entendimiento universal, y que todas pueden encontrar un terreno compartido para proteger nuestros intereses colectivos y nuestro hogar común.
En 1963, tras la crisis de los misiles cubanos de 1962, que estuvo a punto de conducir a la aniquilación nuclear del mundo, el presidente John F. Kennedy lideró una notable iniciativa para el establecimiento de la paz (sobre el que escribí en mi libro To Move the World: JFK’s Quest for Peace [Para mover el mundo: La búsqueda de la paz de JFK ]). Tras la crisis de los misiles, reconoció la fragilidad de la vida en el planeta y la necesidad y la posibilidad de compartir valores y perspectivas. En un famoso discurso pronunciado el 10 de junio de 1963 hizo una observación sobre la cooperación mundial que yo considero muy pertinente para nuestro tiempo:
«Por lo tanto, no seamos ciegos a nuestras diferencias, sino que también dirijamos la atención a nuestros intereses comunes y a los medios por los cuales se pueden resolver esas diferencias. Y si no podemos terminar ahora con nuestras diferencias, al menos podemos ayudar a que el mundo sea seguro para la diversidad. Porque, en última instancia, nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos apreciamos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales.»