Un modelo para la esperanza: Mirian Vilela describe la visión de la Carta de la Tierra para un futuro próspero y sostenible

Una mujer con chaqueta blanca sonríe junto a una ventana.
[© Seikyo Shimbun]

Mirian Vilela, directora ejecutiva de la Carta de la Tierra Internacional (CTI) y voz autorizada en el movimiento global hacia un futuro sostenible, reflexiona sobre los motivos por los que podemos albergar esperanzas y por qué la Carta de la Tierra es crucial para impulsar un cambio global. Después de trabajar en la Secretaría de la ONU, desempeñó un papel central en la creación de la CTI en los años noventa. La doctora Vilela posee un máster en Administración Pública por la Escuela Harvard Kennedy en Massachusetts, EE. UU., y un doctorado en Educación por la Universidad De La Salle en Costa Rica.

El camino hacia la Carta de la Tierra: innovar los principios éticos mundiales

La Carta de la Tierra consta de dieciséis principios y cuatro pilares: 1) respeto y cuidado de la comunidad de la vida; 2) integridad ecológica; 3) justicia social y económica; y 4) democracia, no violencia y paz; y es ampliamente considerada como el punto de partida, o el fundamento ético, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), debido a su contenido y el proceso de su establecimiento. Doctora Vilela, usted asumió el papel de coordinación en el desarrollo de este documento. ¿Puede contarnos su experiencia en el proceso?

Sí, en 1992, se celebró en Brasil la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (Cumbre de la Tierra). La Carta de la Tierra formó parte del proceso de preparación para la cumbre, ya que por esas fechas se había iniciado una consulta para aclarar qué valores y principios deberían formar parte de dicho documento. Sin embargo, no se pudo llegar a un acuerdo en el ámbito intergubernamental. Tras la Cumbre de la Tierra y varios años de debate, se puso en marcha la Carta de la Tierra como un documento popular y como una declaración exhaustiva de principios éticos para el ser humano y la sociedad.

Con veintiún años, empecé a trabajar para las Naciones Unidas y estaba involucrada en los preparativos de la Cumbre de la Tierra. Más tarde, tuve la fortuna de unirme a la nueva fase de la iniciativa de la Carta de la Tierra y de trabajar directamente con algunos de los líderes globales como Maurice Strong, quien fue secretario general de la cumbre, y Mijaíl Gorbachov, expresidente de la Unión Soviética.

Tras la caída de la Unión Soviética, Gorbachov consideraba esencial para la humanidad una brújula moral, y al mismo tiempo, Strong también creía que era necesario un conjunto de valores y principios que sirvieran de mapa del futuro. Este último pensaba que la Carta de la Tierra era uno de los asuntos pendientes de la Cumbre de la Tierra. Ambos tenían plena conciencia de las limitaciones inherentes a las negociaciones intergubernamentales, debido a los fuertes intereses nacionales que influían en la postura de los países y, por ese motivo, creían en el valor de un proceso popular como medio para crear ese instrumento moral; una visión de gobernanza que era relativamente nueva hace treinta años.

Aunque la idea de la Carta de la Tierra surgió de las Naciones Unidas, ha evolucionado más allá de los confines de la ONU hasta convertirse en un movimiento que cuenta con la participación de personas de todo el mundo. Este documento transmite un potente mensaje de esperanza e incentiva la acción desde los contextos en los que vivimos.

La Carta de la Tierra es, para mí, un instrumento, como una brújula. La usamos para orientarnos cuando queremos saber dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Si pensamos en términos de una «brújula ética», sería una herramienta que nos ayuda a reflexionar sobre las decisiones que tomamos, las consecuencias que pueden generar esas decisiones y el tipo de huella que querríamos dejar en nuestro camino.

El documento se basa en la Declaración de Río, aprobada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo celebrada en Rio de Janeiro, además de otras muchas convenciones internacionales. Si los ODS son la piedra angular, la Carta de la Tierra es la base. Expresa los principios de acción para lograr las metas por un futuro sostenible.

Dos hombres en traje de chaqueta y una mujer en traje blanco caminan juntos en el exterior.
Daisaku Ikeda (a la derecha) y Mijaíl Gorbachov (a la izquierda), expresidente soviético, en Japón en noviembre de 1997, ocasión en que hablaron sobre la importancia de la Carta de la Tierra [© Seikyo Shimbun]

La Carta de la Tierra invita a sentirnos parte de la comunidad global y a que todos compartamos la responsabilidad por el bienestar actual y futuro de la familia humana y de la vida en el mundo. A medida que vamos avanzando con acciones concretas en el contexto local, es esencial ampliar nuestra perspectiva como ciudadanos globales. Es importante reconocer los «puntos ciegos» en cuanto a cómo vemos el mundo. Llegamos a comprender que nuestra visión suele ser estrecha y que, por ello, surgen malentendidos. Por esta razón, a través de encuentros y diálogos con personas de culturas y orígenes diversos, podemos deshacernos de tales ideas preconcebidas.

La creación de la Carta del Pueblo

Cuando el expresidente Gorbachov habló en la presentación de la Carta de la Tierra el 29 de junio de 2000, declaró: «Durante los casi 50 años de mi carrera política, he tenido que firmar muchos documentos y la Carta de la Tierra está por encima de todo lo que he tenido que firmar hasta la fecha». Siguió diciendo que la diferencia principal entre la carta y otros documentos está en el «resultado del trabajo… no solo de un grupo de personas, sino que es el fruto de los pensamientos, deseos y sueños de miles y miles, incluso de millones de personas». ¿Cómo este documento se convirtió en la «carta del pueblo»? Y ¿cuál fue la contribución del presidente de la SGI, Daisaku Ikeda?

Daisaku Ikeda desempeñó un papel decisivo contribuyendo al proceso de redacción de la Carta de la Tierra. Proporcionó valiosos consejos al borrador pero, sobre todo, demostró, a través de su propia práctica del diálogo, el espíritu de unión y trabajo con personas de todos los orígenes culturales.

La Carta de la Tierra fomenta el diálogo entre las civilizaciones, no solo durante el proceso de consulta y elaboración, sino también en las diversas formas en que puede ser utilizada e interpretada. Durante dicho proceso, expertos de las distintas disciplinas y personas de culturas de todo el mundo, dialogaron e intercambiaron sus puntos de vista, no solo en relación con los valores y principios que deberían formar parte del documento, sino también sobre la redacción y el tono adecuados que debería tener. Se solicitaron opiniones populares y la carta se fue puliendo con el tiempo. Presencié de cerca los debates y recuerdo haberme asombrado por la manera en que estos gigantes mundiales reflexionaban sobre cada palabra, y procuraban conciliar sus opiniones durante años. Me acuerdo haber trabajado con la gente de la SGI (Soka Gakkai Internacional) en aquel entonces, viajando a países asiáticos para concientizar y contar con la participación de las personas de la región en este proceso, así como también intercambiar puntos de vista e ideas a fin de no estar sesgados hacia el pensamiento occidental.

Uno de los motores que impulsa la Carta de la Tierra a convertirse en una brújula para todas las personas se encuentra en la convicción del doctor Ikeda de que la solidaridad es capaz de trascender distintos escenarios, generaciones e ideologías.

Personas que contemplan los paneles de la exposición al aire libre.
La exposición «Semillas de esperanza y acción: hagamos realidad los ODS», una iniciativa conjunta de la CTI y la SGI, expuesta en Rivas-Vaciamadrid, Madrid, España, en octubre de 2023. La CTI y la SGI han venido trabajando en equipo durante más de veinticinco años. [© Seikyo Shimbun]

Requisitos para la ciudadanía mundial

Usted dirigió unas palabras en la ceremonia de graduación de la Universidad Soka en Japón, en marzo de 2024, e hizo referencia al discurso que el presidente Ikeda había pronunciado en 1996 en la Universidad de Columbia. Y recordó las cualidades que debe reunir un ciudadano del mundo que se habían resumido en aquella conferencia: 1) Sabiduría para reconocer la trama de vínculos indisolubles que mantienen unida la vida en todas sus formas; 2) Valentía para no temer a las diferencias ni negarlas, pero también para respetar y tratar de comprender las diferentes culturas, y crecer a partir del contacto con ellas; y 3) Solidaridad para cultivar una empatía despierta, que vaya más allá del entorno inmediato y abrace a los que sufren, incluso en lugares remotos.

¿Cómo podría contribuir a la construcción de puentes y al fomento de una cultura de paz el hecho de estimular el diálogo y la indagación entre culturas y religiones diferentes?

Dos de los ámbitos de pensamiento del doctor Ikeda que me interesan especialmente son su promoción del diálogo interreligioso y las acciones positivas que inspiran a la juventud. Esto coincide, en gran medida, con la labor que hemos venido realizando en la Carta de la Tierra Internacional durante casi tres décadas. Tras haber estado en varios escenarios de diálogo y haber observado la vida del doctor Ikeda, creo que la curiosidad es clave para construir puentes.

Mujer, sentada, en chaqueta blanca.
[© Seikyo Shimbun]

Hay un pasaje en la Carta de la Tierra que afirma: «una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más». En este sentido, lo que entiendo de la filosofía de superación personal, o «revolución humana», del doctor Ikeda, es que el propio desarrollo y crecimiento deben ir acompañados del diálogo con los demás y de la contribución a nuestro entorno. Esta filosofía de la revolución humana tiene mucho en común con el espíritu de la Carta de la Tierra, la cual subraya la importancia de nuestra responsabilidad por el bienestar de las generaciones futuras; esto implica el reconocimiento de la Tierra como un único organismo vivo que trasciende las fronteras nacionales, las culturas y las generaciones.

El doctor Ikeda ha difundido por todo el mundo un sentido de la vida en el que todas las cosas están interconectadas y dependen unas de otras; esta es la base de una cultura de paz. Podemos encontrar una visión similar en la Carta de la Tierra y también en otras filosofías, como por ejemplo, el espíritu de la filosofía ubuntu en África que afirma «Yo soy porque tú eres».

Yo soy el tipo de persona que disfruta conociendo y hablando con individuos de distintas culturas, que tiene curiosidad en aprender de ellos y que disfruta tendiendo puentes entre distintas sabidurías. Creo que cuando conectamos con los demás y aprendemos sobre ellos y sus contextos mediante el diálogo, resulta más fácil comprender nuestra interrelación, vivir en paz con los demás y apreciar el mundo que nos rodea. Esto es como la filosofía y la práctica de la revolución humana.

Creer en el futuro

¿Cómo podemos empoderar a la gente, especialmente a los jóvenes, para superar los sentimientos de indiferencia, resignación y apatía ante los retos globales?

Vivimos tiempos de transformación. Existen incontables posibilidades. ¿Podemos cambiar la situación actual y vislumbrar un futuro diferente? Hay una lucha intensa entre lo posible y lo imposible, y parece haber opiniones polarizadas entre las personas.

Por un lado, hay quienes frustrados ante la realidad, piensan que es imposible que el mundo mejore. Lo cierto es que hay buenas razones para vivir con un sentimiento de desesperación y desconfianza. Pero, por otro lado, están los que dicen: «A pesar de los desafíos, y el hecho de que aún no hemos alcanzado la meta, no perderemos la esperanza. Podemos generar grandes transformaciones sociales. La única opción es creer que otro mundo es posible y trabajar duro por ello».

Viendo las noticias, parece que solo tratan de crisis, guerras, pobreza y cambio climático. Desde luego, esto es parte de la realidad, pero creo que también están ocurriendo muchas cosas buenas, y también están empezando a producirse cambios positivos. Por ejemplo, hoy en día, una sola información puede llegar a una cantidad incalculable de personas y a una velocidad incomparable hace medio siglo. En lugar de dejarnos arrastrar por las olas de la desesperación, deberíamos volver nuestra mirada a la esperanza que brilla en la oscuridad y continuar por el camino que debemos transitar. Creer que el cambio es posible o no, es una elección que podemos hacer.

Asimismo, gracias a este nuevo acceso a la información y la comunicación, hay más personas conscientes, preocupadas y dispuestas a contribuir a la mejora de la sociedad que nunca antes se ha visto en la historia. Creo que deberíamos celebrar este hecho. Confío en que estamos en medio de un cambio de paradigma en cuanto al nivel de conciencia de la gente sobre nuestra interdependencia con el resto del mundo. Veo enormes posibilidades de cambio para crear un mundo más solidario y generar un gran cambio o revolución en la conciencia humana.

No hay duda de que existen incontables retos y cuestiones que se deben abordar y transformar en el mundo. Pero tengo fe, o bien podemos elegir tener fe, en el poder latente de la humanidad para hacer el bien y generar un cambio. Como nos insta el doctor Ikeda, propiciaremos una revolución de la conciencia. En Brasil se vivió la esclavitud durante más de trescientos años, y era considerado normal o aceptable; era un elemento principal en la economía del país. Pero un grupo de personas se cuestionó tal narrativa y decidió poner fin a ella. La gente alzó la voz por un cambio. Esta determinación, solidaridad y entusiasmo acabaron tanto con la resignación y la impotencia.

Siempre hay algo que toda persona puede hacer para contribuir a un planeta más justo, sostenible y pacífico en bien de la próxima generación. Puede ser algo tan sencillo como sonreír a los vecinos. Por pequeña que sea una gota, creará ondas y se extenderán. Nuestra gota de esperanza y acción positiva se convertirá en una ola de alegría, y un día, florecerá con toda certeza.

Adaptado de un artículo publicado el 18 de abril de 2024 en el Seikyo Shimbun, Soka Gakkai, Japón.