Parte 3: El kosen-rufu y la paz mundial
Capítulo 28: Los tres presidentes fundadores y el camino de maestro y discípulo [28.11]
28.11 Mi formación en la «Universidad Toda»
En enero de 1949, Daisaku Ikeda comenzó a trabajar en la empresa editorial de su mentor, Josei Toda. En los años de convulsión económica de la posguerra, los negocios de este último se vieron afectados por la crisis económica, y el joven Ikeda debió abandonar sus estudios nocturnos para dedicar todas sus fuerzas a apoyar a su maestro. A cambio, el presidente Toda le dio clases particulares diarias sobre las más diversas disciplinas y sobre el budismo Nichiren. En estos fragmentos selectos, el presidente Ikeda recuerda esos años de formación académica que, afectuosamente, llamó la «Universidad Toda».
En un día frío y ventoso de invierno, en 1950, el señor Toda me dijo con solemne expresión:
—La economía japonesa está desquiciada; tendré que dedicar cada vez más tiempo al trabajo. ¿Será mucho pedirte que dejes los estudios?
Y yo respondí sin detenerme siquiera a pensarlo:
—Con todo gusto. Será un placer ayudarlo en todo lo que me pida.
Me observó con su mirada estricta pero afectuosa, y propuso:
—A cambio de eso, asumiré la responsabilidad de tu enseñanza en forma personal.
Poco después, el señor Toda empezó a invitarme a su casa, los domingos, para darme clases individuales.
Esos cursos de la «Universidad Toda», cuyo eje era la brillante energía de nuestro intercambio serio y sincero, comenzaban a primera hora y se extendían hasta la tarde. A menudo, mi mentor me invitaba a quedarme a cenar con su familia, y yo siempre volvía a mi casa exultante.
Pronto los domingos no alcanzaron, y el señor Toda se ofreció a darme clases todos los días, en la oficina, antes de empezar la jornada laboral.
Estas lecciones matinales comenzaron el jueves 8 de mayo de 1952 y se extendieron hasta finales de 1957. En otras palabras, empezaron poco después del primer aniversario de la asunción de mi mentor como segundo presidente de la Soka Gakkai, y terminaron poco antes de su muerte.
Al comienzo, me dijo:
—Te daré una educación superior amplia. Quiero que tu formación sea más completa de la que recibirías en una universidad prestigiosa. Muchos graduados de las universidades no recuerdan lo que aprendieron. A lo sumo, tienen presentes las líneas generales. Me propongo darte una educación realmente viva y completa.
Nuestras clases tuvieron lugar a la mañana, desde pasadas las ocho hasta casi las nueve, antes de iniciar la jornada laboral.
El señor Toda era muy estricto con respecto a la puntualidad en el trabajo. Por eso, siempre llegaba a la oficina antes que él, me ponía a limpiar y a ordenar, y lo esperaba con todo preparado.
Él entraba en la sala saludando rápidamente y comenzaba la lección de inmediato. Me sentaba frente a él, y otros empleados presentes también arrimaban las sillas y se sumaban.
Empezábamos leyendo partes de los textos en voz alta, turnándonos cada quien y luego escuchábamos las explicaciones y comentarios del señor Toda.
A veces, sus observaciones eran críticas; fundamentaba por qué el argumento del libro era ilógico, improcedente o superficial, o señalaba que tal o cual autor estaba tratando de forzar un principio para aplicarlo indebidamente donde no correspondía. Su sagacidad no dejaba de sorprendernos.
En las clases no nos permitía tomar apuntes. Quería que grabáramos los contenidos en nuestra vida. Una vez, para explicar el porqué, nos contó esta historia:
Cierto académico japonés del «método holandés» —una modalidad de estudio occidental difundida en el período Edo— había ido a Nagasaki a estudiar medicina de Occidente. Sin querer perderse ni una frase u oración, llenó sus cuadernos de anotaciones y enseñanzas que escuchaba de sus profesores. En el viaje de regreso a su pueblo natal, el barco que lo llevaba naufragó y todos los cuadernos se perdieron. Como su concentración había estado puesta en el registro, sin los apuntes no fue capaz de recordar nada.
—En cambio yo quiero —decía el señor Toda— que todo quede registrado en la mente de ustedes. Nada de notas.
Esta peculiaridad significó una gran exigencia para nosotros. Según supe tiempo después por un amigo que había sido parte de esas clases, el señor Toda dijo una vez que yo absorbía todo como una esponja.
Nuestro primer curso fue de Economía. Luego estudiamos Derecho, Química, Astronomía y Ciencias de la Vida. También seguimos con Historia japonesa y mundial, Chino Clásico y, finalmente, Ciencias Políticas.
En general, usábamos las publicaciones más recientes de libros de referencia y de texto. Por ejemplo, recuerdo que estábamos estudiando Química con la edición japonesa de la colección El mundo de la ciencia. A los pocos días salió publicado un nuevo volumen de la serie, y lo incorporamos de inmediato a nuestras clases matinales. El señor Toda quería que entendiéramos la importancia de mantenernos actualizados.
Hoy, cuando vuelvo a mirar mi diario personal de esos años, encuentro numerosas anotaciones referidas a ese período de estudios. Por ejemplo, en la parte fechada el 22 de diciembre de 1953, a mis 25 años, escribí: «¿Cómo podré, alguna vez, saldar mi deuda de gratitud con mi maestro, quien aun a costa de su propia salud se ha empeñado en forjar a este discípulo? Es hora de que incremente mi capacidad y mis fuerzas. Debo cultivar mi habilidad en todas las áreas como preparación para los tiempos que vendrán».
De la serie de ensayos «Reflexiones sobre “La nueva revolución humana”», publicada en japonés en el Seikyo Shimbun el 7 de diciembre de 1999.
Sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.