Volumen 30: Capítulo 5, Un clamor de victoria 1–10
Un clamor de victoria 1
El corazón de los jóvenes es un cielo azul infinito de esperanza… Es un ígneo sol carmesí, de ardiente pasión… Es un torrente de creatividad ilimitada y de valor incontenible…
Los jóvenes son los protagonistas de una nueva era. El futuro dependerá enteramente de las metas que ellos se tracen, de la diligencia con que estudien, de la bravura con que actúen, y del compromiso con que persigan su propio desarrollo.
De regreso tras su viaje a la Unión Soviética, Europa y América del Norte, Shin’ichi Yamamoto decidió que era el momento de volcar sus energías a forjar a la juventud.
El 10 de julio de 1981, por la noche, se celebró un exuberante encuentro general de la División de Jóvenes en el Centro Cultural de Kansai, en Osaka, la fortaleza siempre triunfal del kosen-rufu. El motivo de la convocatoria era celebrar el 30.o aniversario de la División Juvenil Masculina y de la División Juvenil Femenina, de manera que Shin’ichi telegrafió un poema de felicitaciones, a modo de mensaje, para ser leído durante la actividad. En esos versos, había plasmado su gran esperanza en el desarrollo y el éxito de esos jóvenes que serían los líderes de la próxima generación.
Comienza a abrirse el camino, a paso firme.
Jóvenes amigos,
también a paso firme se acerca su tiempo.
Estoy dedicado, con alma y vida,
a prepararlos para que ocupen su lugar
en el brillante escenario del kosen-rufu.
Que ni uno retroceda,
que ni uno sea vencido por la cobardía,
que ni uno sea vilipendiado.
Nuestra División de Jóvenes de la Soka
celebra su trigésimo aniversario:
ya ha cumplido treinta años.
«A los treinta, ocupo mi lugar»,1
decía un venerable de la Antigüedad.
Espero que me acompañen, con energía y bravura,
en la marcha hacia el 2001,
y que hagan de las dos décadas siguientes
la época resplandeciente
en que toda la sociedad
habrá de aplaudir y admirar nuestro movimiento;
la época en que habrán de representar
la gesta venturosa de su misión
y que, aun tumultuosa,
será pródiga en enormes aventuras.
Un clamor de Victoria 2
Shin’ichi cerró el mensaje con estas líneas:
En Estados Unidos,
en Alemania, Italia y Francia,
en el Reino Unido,
en el sudeste de Asia
y en el ancho mundo,
los jóvenes se han puesto de pie
para establecer la paz genuina.
Estoy orando y velando por
su maravillosa unión y su crecimiento,
por la extraordinaria crónica
de las victorias constantes
que ustedes, los jóvenes del Japón,
con un mismo pensamiento,
habrán de lograr como camaradas de fe.
Su mensaje fue un apasionado llamamiento a que la juventud se pusiera en acción.
Shin’ichi quería que, en todo el mundo, los jóvenes de la Soka trabajaran unidos por el kosen-rufu —la paz mundial— y marcharan a la vanguardia transmitiendo el principio revitalizador del respeto a la dignidad de la vida.
Casi en respuesta a su deseo y como reflejo de su promesa, los jóvenes adornaron el fondo del salón con un enorme estandarte donde se leía: «¡Comienza un nuevo capítulo del kosen-rufu! ¡Avancemos audaz y triunfalmente hacia el 2001!».
En las antípodas del Japón, a las cuatro de la tarde del 11 de julio, se celebraba el primer encuentro general de la División Juvenil Masculina de Sudamérica, en la ciudad brasileña de Foz de Iguazú, a veinte kilómetros de las grandiosas cataratas de este nombre. Habían asistido casi mil muchachos de Paraguay, Chile, Bolivia, Uruguay, la Argentina y el Brasil; algunos de estos últimos habían viajado ochenta horas en autobús, desde la remota ciudad portuaria de Belén, en el norte de la región amazónica, para estar presentes en la asamblea.
Shin’ichi también envió palabras de felicitación para esta actividad: «El siglo xxi es de ustedes. Jóvenes amigos, los exhorto a avanzar a paso enérgico pero seguro, y a obtener, en bien del kosen-rufu, éxitos gloriosos que resplandezcan eternamente en la historia de América del Sur, mientras se empeñan en responder a todos los desafíos, entonar un potente daimoku, brillar en su trabajo, valorar cada ámbito de su vida, atender sus asuntos cotidianos y estudiar el budismo. De todo corazón y con grandes esperanzas, estoy orando por su éxito y su crecimiento».
Los jóvenes sudamericanos se levantaron con entusiasmo en respuesta a las palabras de su mentor. Se había alzado el telón de la era de los jóvenes.
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La noticia sacudió a todos, como un trueno en un cielo sin nubes: el 18 de julio (de 1981), con 58 años, el presidente Kiyoshi Jujo de la Soka Gakkai había sufrido un infarto que le produjo la muerte poco antes de la una de la mañana, en su casa en Shinanomachi.
En la víspera, Jujo había acompañado a Shin’ichi a una reunión general de la zona Kita-Tama en el campo de atletismo de las escuelas Soka, sito en Kodaira, Tokio. Después, había concurrido al Festival de la Gloria, que todos los años se celebraba en las Escuelas Soka de Segunda Enseñanza Básica y Superior.
Esa noche, Shin’ichi había invitado a su casa a Jujo, Eisuke Akizuki y otros altos responsables, donde habían hecho el gongyo juntos. Más tarde, Shin’ichi se había referido al notable desarrollo de los jóvenes de la Soka en todo el mundo.
—¡Cuánto ansío la llegada del siglo xxi…! —había dicho Jujo con una sonrisa de felicidad.
Luego, todos se enfrascaron en una animada conversación.
A las diez de la noche, Jujo se había marchado de la casa de Shin’ichi y, después de intercambiar unas palabras con algunos líderes, había regresado a su hogar. Allí hizo daimoku al Gohonzon, se dio un baño y se retiró a dormir. Al poco tiempo alcanzó a decir que no se sentía bien y allí mismo murió pacíficamente, como si acabara de dormirse.
Jujo había asumido la presidencia de la Soka Gakkai (en 1979), durante el turbulento conflicto con el clero que había forzado a Shin’ichi a renunciar, con su consiguiente nombramiento como presidente honorario y la prohibición de que este orientara a los miembros en las reuniones. En tan difícil contexto, Jujo había hecho todo lo posible por asir el timón y proteger el avance del movimiento. También se había visto bajo otra enorme presión: tener que lidiar con el inescrupuloso abogado Tomomasa Yamawaki, quien, luego de intentar tomar el control de la Soka Gakkai, finalmente había sido detenido por extorsión y estaba preso desde enero (de 1981). Aunque Jujo había sido un hombre fuerte y robusto, las tensiones de esos dos últimos años habían cobrado un precio a su salud.
Jujo y Shin’ichi, camaradas de fe, habían practicado y trabajado juntos por el ideal del kosen-rufu desde jóvenes. Cuando, en marzo de 1954, Shin’ichi fue nombrado jefe de personal de la División de Jóvenes, Jujo pasó a integrar el plantel de la agrupación juvenil. Y, aunque este último era cinco años mayor, siempre había considerado a Shin’ichi un admirado antecesor en la fe, a quien había apoyado resueltamente en numerosas gestas y campañas. En suma, Jujo había sido una de las personas de máxima confianza de Shin’ichi, y juntos habían compartido las alegrías y los sinsabores de la lucha conjunta.
Cuando Shin’ichi asumió la tercera presidencia de la Soka Gakkai, Jujo pasó a respetarlo como maestro y procuró responder a él como discípulo ejemplar. Sabía profundamente que la inseparabilidad de mentor y discípulo era la clave para asegurar el desarrollo perpetuo de la organización y el constante progreso dinámico del kosen-rufu.
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Muchos podrán pensar que, a los 58 años, se es muy joven para morir. Pero Jujo había dedicado la vida entera a su misión y había cumplido cabalmente su tarea por el kosen-rufu en esta existencia.
Una de sus canciones favoritas había sido «Doki no Sakura» (Camaradas como flores de cerezo), que tantas veces había cantado como egresado de la Academia Naval. Fiel a la letra, se había marchado de este mundo igual que estas flores que, después de abrirse de par en par, esparcen sus pétalos con dignidad y elegancia.
Nichiren Daishonin escribe: «En un abrir y cerrar de ojos uno regresará al mundo de sueños de los nueve estados, al mundo del nacimiento y la muerte».2 Con ello nos dice, a quienes abrazamos la enseñanza budista correcta, que rápidamente volveremos a nacer en este mundo, después de la muerte, para reanudar el trabajo en bien del kosen-rufu.
La mañana del 18 de julio, Shin’ichi fue a la casa de Jujo a presentar sus respetos y ofrecer sus condolencias. Le dijo a Hiroko, la esposa de su camarada:
—Su marido ha vivido una existencia admirable y ha sido un valiente líder del kosen-rufu. Estoy seguro de que Nichiren Daishonin estará elogiándolo sin escatimar palabras, y que el maestro Toda estará recibiéndolo con los brazos abiertos.
»Le pido que supere su dolor y continúe honrando las aspiraciones de su esposo, dedicándose al kosen-rufu sinceramente en nombre de él. Es la mejor ofrenda que puede hacer por su eterna felicidad. Además, espero que eduque a sus hijos como valores humanos del kosen-rufu. Verá, para una familia, ser feliz es la mejor forma de rendir tributo a los seres queridos que ya no están.
Esa tarde, se convocó a una asamblea especial del Consejo Ejecutivo de la Soka Gakkai. En una moción que fue aprobada por unanimidad, el vicepresidente Eisuke Akizuki fue electo quinto presidente de la organización.
Akizuki tenía 51 años y había ingresado a la Soka Gakkai en 1951. Sus contribuciones al desarrollo de la División Juvenil Masculina habían sido sustanciales en los primeros días del movimiento. De hecho, había prestado servicio como máximo líder de dicho departamento y, luego, como titular de toda la División de Jóvenes. Asimismo, había sido jefe de ediciones y editor responsable del Seikyo Shimbun. Y, por añadidura, había asumido otros importantes cargos de responsabilidad en la Soka Gakkai; entre ellas, los de administrador general y vicepresidente.
Shin’ichi creía que Akizuki, con su personalidad serena y compuesta, haría valer sus excelentes capacidades al frente de una organización que venía de lograr un desarrollo impresionante, a la vez que aseguraría su firme progreso de cara al futuro, a tono con la nueva época.
A la par, en su fuero íntimo, Shin’ichi juró que seguiría cuidando y alentando a cada persona más que nunca.
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Jujo fue velado en su casa, la misma noche de su fallecimiento. La ceremonia de despedida tuvo lugar al día siguiente, 19 de julio. El 23 por la tarde, la Soka Gakkai llevó a cabo un funeral oficial, seguido por un solemne servicio recordatorio el 24, ambos en el Auditorio en Memoria del Presidente Toda de Tokio, en Sugamo. Shin’ichi Yamamoto participó en todas estas ceremonias, donde oró por la eterna felicidad del líder fallecido.
El 24 al caer la noche, Shin’ichi hizo el gongyo en memoria del presidente Jujo con miembros de ocho países y territorios asiáticos en el Centro Cultural de Shinjuku. Después, conversó con ellos sobre diversos proyectos e ideas para el futuro del kosen-rufu de Asia.
Fueron jornadas de intensas ocupaciones, sin un minuto de respiro.
El 25 de julio, en su constante búsqueda de caminos hacia la paz mundial, se encontró a dialogar por tercera vez con Henry Kissinger, exsecretario de Estado norteamericano.
Ese mismo día, asistió a una reunión de la sede central para responsables en el Auditorio en Memoria del Presidente Toda, para señalar el renovado comienzo organizativo. Felicitó sinceramente a la Soka Gakkai por zarpar hacia nuevos horizontes con el flamante presidente Akizuki en el timón, y manifestó su esperanza en que todos diesen un paso más hacia delante, trabajando por el kosen-rufu en armonía y con actitud positiva y entusiasta.
Al día siguiente, se dirigió a Nagano, donde permaneció hasta la primera semana de agosto alentando a los miembros.
El 17 de ese mes, se reunió con Yasushi Akashi, subsecretario general de las Naciones Unidas. El encuentro tuvo lugar en el Centro Internacional de la Amistad (que luego pasaría a ser el Centro Internacional de la Amistad de Tokio), en el distrito de Shibuya. Allí dialogaron sobre el inminente Día de las Naciones Unidas (24 de octubre) y el papel del Japón a la hora de promover la paz mundial y la cultura.
Shin’ichi había insistido siempre en que la ONU debía tener poder para servir a los fines de la paz mundial, y en que los países debían valerse de este foro supranacional como espacio primario para debatir y trabajar juntos en pie de igualdad.
—Haremos cuanto esté a nuestro alcance para apoyar a las Naciones Unidas —declaró al subsecretario general Akashi—. Como practicantes de una religión que proclama la dignidad de la vida, creemos que nuestra misión es edificar la paz del mundo y liberar a la humanidad del hambre, la pobreza y las enfermedades.
La contienda de Nichiren Daishonin por establecer una enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra comienza por el reto de erradicar el sufrimiento humano y de ayudar a los semejantes a construir la felicidad.
Allí, en ese compromiso social, los budistas cumplimos nuestra misión religiosa.
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Con los años, Shin’ichi llegaría a mantener dieciocho encuentros con el subsecretario general Yasushi Akashi. En ese lapso, la Soka Gakkai trabajó junto a las Naciones Unidas en el auspicio conjunto de varias exposiciones —entre ellas, «Armas nucleares: Una amenaza para nuestro mundo», «La guerra y la paz» y «Hacia un siglo de la humanidad: Un panorama de los derechos humanos en el mundo actual»—, ofrecidas en diversas ciudades.
Años después, en 1992, el señor Akashi sería nombrado Autoridad Provisional de las Naciones Unidas en Camboya (APRONUC), como representante especial del Secretario General. En respuesta a un pedido suyo, los jóvenes de la Soka Gakkai organizarían la campaña de donación «Voces que ayudan» (Voice Aid), destinada a recolectar radios portátiles para enviar a Camboya. Los 280 000 aparatos despachados resultarían ser una herramienta de enorme valor para los camboyanos en el primer proceso electoral de su país luego de la guerra civil.
Volviendo a 1981, a fines de agosto Shin’ichi viajó a Honolulu, Hawái, donde asistió a varias actividades. Una de ellas fue la segunda reunión general de la SGI, donde, ante 7500 representantes del mundo, dio un discurso conmemorativo.
En sus palabras finales, afirmó que la SGI, basada en el budismo de Nichiren Daishonin, siempre avanzaría por la grandiosa ruta de la paz, la cultura y la educación, y pidió a los miembros que, sumándose a él, impulsaran el apoyo a las Naciones Unidas.
Luego, visitó el East-West Center (Centro para Oriente y Occidente), anexo a la Universidad de Hawái en Manoa, donde entabló diálogos basados en la filosofía budista de armonía y de paz.
El juramento de los practicantes budistas es lograr el kosen-rufu; hacer posible la paz y la felicidad de todos los congéneres.
Ese mismo año (1981), entre el 10 y el 16 de octubre, en el Templo Principal se llevaron a cabo ceremonias recordatorias y otros oficios alusivos al séptimo centenario de la muerte de Nichiren Daishonin. Durante su mandato, el sumo prelado Nittatsu había designado a Shin’ichi al frente del comité organizador de los eventos por el aniversario, tarea que este continuó realizando una vez que Nittatsu falleció y Nikken lo sucedió en la máxima prelatura.
Con el afán de mantener las relaciones armoniosas entre el clero y los laicos en bien del kosen-rufu, Shin’ichi se había propuesto cumplir dichas responsabilidades con esmero. Fue así como las ceremonias recordatorias se llevaron a cabo a la perfección, en un marco de solemnidad y de magnificencia.
Mientras tanto, el grupo Shoshin-kai había intensificado sus críticas a la Nichiren Shoshu. En setiembre del año anterior (1980), la Nichiren Shoshu ya había aplicado sanciones a unos doscientos sacerdotes del Shoshin-kai por perturbar el orden dentro de la escuela religiosa. En enero de 1981, varios de los amonestados presentaron una demanda judicial contra el sumo prelado Nikken y contra la institución clerical. El enfrentamiento, entonces, cobró intensidad y virulencia.
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La Nichiren Shoshu decidió expulsar, uno tras otro, a numerosos sacerdotes del Shoshin-kai.
Aunque estos últimos decían estar dedicados al kosen-rufu, venían acusando a la Soka Gakkai de «actuar contra la Ley», pese a que esta no había hecho más que trabajar sin descanso por la causa que aquellos supuestamente abrazaban.
No conformes con hostigar a los miembros de la Soka, que eran nobles hijos del Buda, continuaron perturbando la relación armoniosa entre el clero y el laicado. Finalmente, se apartaron del caudaloso río del kosen-rufu para hundirse en las aguas sépticas de la envidia y el odio, típicas del estado de ira.
Cuando esto se hizo patente, la Nichiren Shoshu decidió apartar de la comunidad eclesiástica a más de ciento ochenta de estos sacerdotes. Pero también inició lo que sería una larga contienda judicial contra los priores del Shoshin-kai que ocupaban templos de las localidades, para, entre otras cosas, desalojarlos y recuperar las propiedades de la escuela.
A lo largo de esta controversia, la Soka Gakkai prestó su apoyo constante a la Nichiren Shoshu y se esforzó por asegurar su prosperidad.
Pero los sacerdotes del Shoshin-kai, acorralados tras su expulsión, no solo mantuvieron sus ataques contra la Nichiren Shoshu sino que además se propusieron difamar y desprestigiar a la Soka Gakkai.
Con todo, solo los maestros y discípulos de la Soka habían trabajado por lograr el kosen-rufu en el mundo real, tal como enseñaba el Daishonin, asumiendo con altruismo la tarea de propagar la Ley. Los escritos del Daishonin revelaban con total claridad lo correcto y lo incorrecto. Y los miembros lo sabían, con una convicción inamovible. Shin’ichi Yamamoto se había puesto al frente de esta batalla sin un instante de demora; decidido a lanzar una contraofensiva para proteger a sus compañeros de fe, había viajado a todo el país e incluso al extranjero. Al ver su postura, los miembros renovaron su determinación y se pusieron de pie a su lado.
Por furiosa que sea la tormenta, por profunda que sea la oscuridad, cuando un luchador genuino se pone de pie suenan las campanas de un nuevo día y asoma en el horizonte la luz dorada del amanecer. Así pues, los mentores y discípulos de la Soka se libraron de sus cadenas y dieron un paso adelante férreamente unidos. Y de ese modo levantaron el telón de la victoria.
Shin’ichi se comprometió a visitar las regiones donde más habían sufrido los miembros a causa de los problemas con el clero. Quería, con todo el corazón, elogiarlos y agradecerles su labor inquebrantable, y urgirlos a que lo acompañasen en una renovada partida hacia mayores victorias.
El primer lugar adonde Shin’ichi resolvió viajar fue Shikoku, la más pequeña de las islas principales del Japón. Y lo hizo decidido a responder a la sinceridad de esos discípulos que, en una época en que ni siquiera le permitían asistir a las reuniones, se habían subido al transbordador Sunflower 7 rumbo a Yokohama para ir al encuentro de su maestro.
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El 6 de setiembre, el Seikyo Shimbun informó que en noviembre tendrían lugar los festejos inaugurales del Auditorio de Tokushima de la Soka Gakkai [en la prefectura homónima de Shikoku], con la presencia de Shin’ichi Yamamoto. Era muy poco habitual que su participación se informara de ese modo, anticipadamente. El anuncio en el diario expresaba su firme determinación de dar un nuevo paso junto a los miembros de todo el Japón.
El 31 de octubre, Shin’ichi concurrió a la ceremonia inaugural del 11.º Festival de la Universidad Soka (en Tokio), donde ofreció una conferencia titulada «Reflexiones sobre la historia y sus protagonistas: La vida en contextos de persecución».
Allí habló sobre varias figuras eminentes que habían dejado legados extraordinarios, pese a haber sufrido persecuciones y circunstancias adversas. Entre ellas, mencionó a Sugawara Michizane (845-903), quien pasó en el exilio sus últimos años, y a dos hombres que allanaron el camino a la Restauración Meiji de 1868: Rai San’yo (1780-1832) y Yoshida Shoin (1830-1859). Recordó también a otras personalidades mundiales que, en épocas turbulentas y sin transigir jamás en sus convicciones, habían alcanzado la grandeza. En referencia a la China, mencionó al poeta y líder político Ch’ü Yüan (Qu Yuan; c. 340-278 a. C.) y al célebre Ssu-ma Ch’ien (Sima Qian; c. 145–c. 87 a. C.), autor de Crónicas del gran historiador; luego, pasando a la India, habló del Mahatma Gandhi (1869-1948); y entre los europeos destacó al escritor Victor Hugo (1802-1885), al filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) y al padre de la pintura moderna, Paul Cézanne (1839-1906).
Shin’ichi observó que, casi siempre, las grandes proezas generaban resistencias y persecuciones. La razón de ello —explicó— era que los constructores de legados históricos tendían a vivir siempre junto al pueblo y a contar con su apoyo. Y esto era visto como una amenaza por las autoridades, que ejercían el poder a costa del sacrificio de la gente. En todas las épocas, consumidos por la envidia, la ambición y el interés egoísta, los poderosos echan mano de cualquier recurso para atacar a los verdaderos referentes del pueblo. Este es el patrón universal de las persecuciones.
—Como budista y como ciudadano —declaró Shin’ichi—, he sido blanco de continuos hostigamientos y de ataques infundados. Pero consciente de ese paradigma, creo humildemente que, para un budista, ser perseguido es lo mismo que ser condecorado con un supremo emblema de honor en la vida. Hoy, en este lugar, declaro que la historia será el juez imparcial que emitirá dictamen sobre la verdad.
Allí en la Universidad Soka, frente a sus amados estudiantes, Shin’ichi enunció su proclama de futura victoria.
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El 8 de noviembre, al término de una jornada deportiva amistosa organizada por la familia Soka de Shinjuku, Shin’ichi viajó desde Tokio hasta Kansai. Esa noche, en el Centro Cultural de esa región, ofreció palabras de aliento en un encuentro para responsables de zona y territorio y, después, dialogó informalmente con algunos líderes representantes. Shin’ichi quería que Kansai fuese siempre un centro generador de victorias incesantes; esta era la ardiente determinación que palpitaba en su pecho.
Mientras tanto, en Shikoku habían concluido las obras del nuevo Auditorio de Tokushima y, desde el 7 de noviembre, se venían realizando diversas celebraciones alusivas, con la presencia del director general Kazumasa Morikawa. Los miembros de la localidad tenían todo preparado para recibir a Shin’ichi y esperaban ansiosamente su llegada.
Pero este no había podido definir aún la fecha de su viaje, debido a numerosos compromisos previos y solicitudes de encuentros con personalidades destacadas. La sede central de la Soka Gakkai, entonces, informó a la organización de Tokushima que el presidente Yamamoto tenía el claro propósito de viajar hasta allí y estaba tratando de acomodar sus horarios, pero no podían asegurar que la visita se concretara.
Como tantos otros, los miembros de la prefectura de Tokushima habían sufrido amargamente por el maltrato inhumano de los sacerdotes hostiles. Y sin embargo seguían defendiendo y proclamando valientemente la verdad de la Soka Gakkai, animados por el juramento de lograr el kosen-rufu al lado de su mentor. Emocionados por haber llevado a buen término la construcción de su nuevo auditorio, querían dar lo mejor de sí mismos de cara a los festejos, e iniciar una nueva partida junto a Shin’ichi.
Así y todo, llegó el día 8 y este tampoco apareció.
El 9 de noviembre, por la tarde, se dispusieron a comenzar una reunión de gongyo conmemorativa, sin que hubiera señales de Shin’ichi. El director general Morikawa dirigió el gongyo y junto con él, todos recitaron el sutra y entonaron Nam-myoho-renge-kyo preguntándose, en su corazón, cuándo verían a su maestro. Después de todo, en un artículo del Seikyo Shimbun habían leído el anuncio de su visita… Luego de la liturgia la reunión siguió su curso, hasta que llegó la hora del cierre, a cargo del director general Morikawa. Justo cuando este acababa de terminar sus palabras, se abrieron las puertas traseras del salón.
¡Era Shin’ichi!
—¡Aquí estoy, al fin! He venido a cumplir mi promesa…
El recinto se llenó de aplausos y de exclamaciones jubilosas. Shin’ichi avanzó hacia el frente del salón, saludando a los miembros a su paso.
El corazón exultante del maestro y los discípulos, en unión inseparable, latía marcando el comienzo de una lucha histórica que tendría su epicentro en Shikoku.
Un clamor de victoria 10
Esa tarde, Shin’ichi había viajado a Tokushima en avión desde Osaka, en Kansai. Al aterrizar, había ido directamente desde el aeropuerto hasta el lugar de reunión.
Una vez allí, presidió el gongyo frente a los miembros, les ofreció palabras de orientación en tono amistoso y distendido, y los exhortó a mantener la bravura en la fe, seguros de que el invierno sin falta se convertiría en primavera.
Uno a uno, con una sonrisa brillante y luminosa en el rostro, todos fueron renovando su determinación.
Shin’ichi quiso visitar por primera vez el Centro Cultural de Tokushima (actualmente, Centro de la Paz de Tokushima), que estaba a unos veinte minutos en automóvil. Luego, ya de regreso en el Auditorio, participó en otra reunión de gongyo al caer la noche.
Además de alentar a sus camaradas con todo el corazón, se sentó al piano y tocó para ellos siete canciones; entre ellas, «Los tres mártires de Atsuhara». Quería agradecerles su impresionante labor y decirles cuánto ansiaba que todos ellos, allí en Tokushima, alzasen el telón de una nueva época en bien del kosen-rufu.
El programa del encuentro incluyó las interpretaciones del coro Uzushio (Remolino)3 de la División Juvenil Femenina y del coro Wakakusa (Brotes de hierba) de señoras. Estas últimas entonaron el «Himno a la alegría», de la Novena Sinfonía de Beethoven, con las primeras dos estrofas en japonés y la tercera en alemán.
La ciudad de Naruto4, en la prefectura de Tokushima, había sido la primera localidad del Japón donde se interpretó la Novena Sinfonía de Beethoven en versión completa.
Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército japonés había atacado el puerto alemán de Tsingtao (Qingdao), en la China, superando a la pequeña guarnición encargada de su defensa. Los soldados germanos fueron enviados al Japón, y mil de ellos quedaron detenidos en el campo de prisioneros de guerra de Bando, en lo que hoy es parte de Naruto.
Toyohisa Matsue (1872-1956), director del centro de reclusión, recibió a los detenidos como hombres valientes, que habían servido a su patria, y les concedió un trato respetuoso. Estableció una atmósfera libre y los trató con humanidad. Los pobladores locales, que cultivaban una larga tradición hospitalaria, también acogieron a los alemanes sin animosidad e, incluso, mantuvieron con ellos una interacción cordial.
Con el deseo de retribuir el buen trato, los prisioneros enseñaron a los japoneses a amasar pan, hornear pasteles, cultivar tomates y otras hortalizas, criar ganado y hasta practicar algunos deportes como el fútbol.
En todas las épocas, lo más importante que debe tener un ciudadano del mundo es el pensamiento abierto y la magnanimidad de corazón. La verdadera ciudadanía global comienza por reconocer la dignidad y el valor de todas las personas y por fomentar las relaciones amistosas.
- *1Confucio: The Analects (Analectas), trad. ingl. D. C. Lau, Londres: Penguin Books, 1979, pág. 63.
- *2The Writings of Nichiren Daishonin, Tokio: Soka Gakkai, 2006, vol. 2, pág. 860.
- *3Llamado así por los famosos remolinos que se producen en el estrecho de Naruto, frente a la costa noreste de la prefectura de Tokushima.
- *4Naruto es una ciudad portuaria, situada unos 50 kilómetros al noreste de la ciudad de Tokushima.