Volumen 30: Capítulo 5, Un clamor de victoria 61–70
Un clamor de victoria 61
Cuando se eleva el radiante sol de la juventud, la oscuridad se desvanece.
Los jóvenes, con sus ojos puros, su sonrisa luminosa, su infatigable espíritu de lucha y su eclosión de energía, son verdaderos faros de esperanza. Cuando ellos dan un firme paso delante y se ponen en marcha, brilla el sol de una nueva época.
Dispuesta a iniciar un avance dinámico hacia el siglo xxi, la Soka Gakkai había determinado que 1982 fuese el «Año de la juventud».
Esa primera jornada de Año Nuevo, en el Centro Cultural de Kanagawa, Shin’ichi Yamamoto contempló el amanecer sobre la línea del Levante.
«¡Se está alzando el telón de la era de los jóvenes…!».
Esa era su clara impresión cada vez que viajaba a distintas regiones del país. Los sucesores que él mismo había forjado, con enorme detenimiento y cuidado, habían crecido con fuerza y ya eran jóvenes águilas. En ellos ardía el ansia de abrir las alas y adueñarse de las alturas, en el cielo anchuroso de la nueva centuria.
El corazón de Shin’ichi clamaba: «¡Compañeros de la Soka de cada lugar! ¡Este es el momento: no lo dejemos pasar! ¡Junto a los jóvenes, generemos un tremendo impulso en pos del kosen-rufu!».
Con ese sentimiento, tomó la pluma y escribió varios poemas en el inicio del año.
Como diamantes,
asoman fúlgidas las montañas
bajo la luz matinal,
en el lejano horizonte
de la propagación universal de la Ley Mística.
***
Oro por la seguridad y el bienestar
de mis preciados camaradas
que, una y otra vez,
superando las borrascas,
se han hecho a las cumbres.
***
¡Ah, el júbilo de la abnegación
con que dedicamos la vida
a propagar la Ley!
Nuestra diligencia ya es parte eterna
de la historia.
El 1.º de enero se llevaron a cabo reuniones de gongyo en cinco salones del Centro Cultural de Kanagawa, en los pisos tercero, quinto, séptimo y octavo, así como también en la sala del segundo subsuelo. Vestido de chaqué formal, Shin’ichi se hizo presente en cada recinto para alentar a los miembros. Con ese sentimiento, asistió a más de doce encuentros.
Quería que ese año, con un arranque crucial, definiera el camino hacia la victoria del nuevo siglo. Y había llegado a la conclusión de que eso solo sería posible si él interactuaba de manera personal con los camaradas, si dialogaba con ellos y los motivaba con su propio ejemplo inspirador.
Solo un líder valiente puede forjar líderes de bravura.
Esa tarde, en el Centro Cultural de Kanagawa, Shin’ichi recibió la visita del equipo de fútbol de la Escuela Soka de Segunda Enseñanza Superior, de la que era fundador. Los estudiantes habían venido directamente desde el Estadio Nacional de Tokio, no bien terminó la ceremonia de inauguración del Campeonato Nacional de Fútbol de la Liga Secundaria. Querían informarle de su participación como representantes del bloque Tokio B, que abarcaba la zona occidental de la capital.
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Shin’ichi se tomó una foto con el equipo de fútbol. Sabía que estaban compitiendo por primera vez en un torneo nacional, de modo que les dijo:
—¡Jueguen como lo hacen siempre, y diviértanse!
Estas palabras parecieron disolver la tensión que los atravesaba.
Shin’ichi agregó a quienes estaban acompañando al grupo:
—Si ven que nuestros camaradas pierden un partido, por favor sonríanles amistosamente y aliéntelos. Y si ganan, ¡griten de alegría!
El 2 de enero, fecha que coincidió con el 54.º cumpleaños de Shin’ichi, el equipo de la Escuela Soka inició su actuación en el torneo enfrentando a otro equipo rival de la prefectura de Oita [en Kyushu].
Los jóvenes deportistas se habían prometido ganar ese primer partido, como regalo de cumpleaños al fundador de su escuela. Jugaron como nunca, haciendo gala de una magnífica labor de equipo.
El portero se había lesionado un ligamento en la rodilla izquierda durante las prácticas, poco antes de fin de año. Así y todo, se presentó a jugar con la articulación vendada y defendió el arco con todas sus fuerzas. En un momento del partido, incluso, lo hizo con la nariz sangrando. Fue un juego muy reñido, que terminó empatado cero a cero. Fue en la tanda de penales cuando el equipo de la Escuela Soka superó a los contrincantes y se quedó con la victoria. Su espíritu invencible los llevó a conquistar un triunfo glorioso.
El partido se televisó, y el público vio a los jugadores entonar emocionados la canción de su residencia estudiantil, «Kusaki wa Moyuru» (La hierba y los árboles en flor).1
El 4 de enero, se llevó a cabo el segundo encuentro contra una escuela de Hokkaido. Después de un desempeño muy parejo, perdieron por un tanto. Era su primer campeonato nacional, y lo habían dado todo, con admirable espíritu de lucha.
El delantero del equipo de Hokkaido era miembro de la Soka Gakkai. Después del partido, se acercó al entrenador de sus rivales, lo saludó inclinándose con una reverencia y se presentó, agradeciéndole. Ambos se dieron un fuerte apretón de manos y todos rompieron en aplausos.
El joven enérgico y de agradable personalidad dijo: «En los partidos restantes, me esforzaré al máximo. Daré todo de mi por ustedes también».
Fue otra página emotiva en la gesta de los jóvenes.
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El 1.º de enero, Shin’ichi participó en reuniones de gongyo de Año Nuevo en el Centro Cultural de Kanagawa, tanto a la mañana como a la tarde. Después, viajó a la prefectura de Shizuoka, donde el 2 de enero asistió a diversas actividades en el templo principal Taiseki-ji.
El 3 de enero, alentó a líderes de toda la prefectura en el Centro de Conferencias de ese lugar [situado en Atami]. El 4 y 5 de ese mes, estuvo al frente de un encuentro de capacitación de Año Nuevo para los miembros del Departamento de Educadores de la Soka Gakkai.
Se proponía iniciar el año a toda máquina, con la fuerza trepidante de un avión en el despegue.
El 9 de enero, junto con el presidente Eisuke Akizuki, participó en una actividad de gongyo con estudiantes secundarios del área metropolitana de Tokio, en el Salón del Maestro y el Discípulo de la sede central.
Ante el Joju Gohonzon de la Soka Gakkai, oró profundamente con todo el grupo. Ese Gohonzon, otorgado en respuesta a una solicitud de Josei Toda con el deseo de que la organización se consagrara al kosen-rufu mundial, lleva la inscripción «Para cumplir el gran juramento del kosen-rufu mediante la propagación benevolente de la gran Ley».
Mientras entonaba el daimoku, Shin’ichi recordaba con nitidez un encuentro anterior, en octubre de 1965 —hacía más de dieciséis años—, cuando, en ese mismo recinto, había entregado la bandera de la División de Estudiantes de Enseñanza Media Superior, recién diseñada, a los líderes de esta agrupación de cada área.
La mayoría de los que habían participado en aquella actividad se encontraban, años después, plenamente involucrados en el kosen-rufu como responsables centrales de las divisiones juveniles. Pensó entonces que los muchachos que tenía frente a sí en este nuevo encuentro serían los pilares de la Soka Gakkai en el siglo xxi, y no pudo ocultar sus inmensas expectativas.
«Nuestra organización está formando una caudalosa corriente de jóvenes leones que continuarán nuestra tarea —se dijo a sí mismo—. El futuro está asegurado». De esa íntima certeza brotaba la bravura de Shin’ichi. Estaba decidido a redoblar sus desvelos para forjar a los miembros de las divisiones de Jóvenes, de Estudiantes Universitarios, de Estudiantes Secundarios de ciclo básico y superior, y de Estudiantes de la Primaria.
Tras la ceremonia del gongyo, con el afán de celebrar el porvenir de esa juventud extraordinaria, se tomó fotos grupales con todos los participantes. Y al término de la reunión, repitió las fotos con los integrantes de la División de Estudiantes de la Primaria.
Luego, fue al Centro de la Paz de Meguro,2 donde mantuvo un encuentro informal con representantes de los distritos municipales de Meguro y Shinagawa. En la primera localidad, había un templo que funcionaba como base de operaciones del Shoshin-kai, y los compañeros habían trabajado sin descanso para defender la Soka Gakkai de estos sacerdotes mal intencionados.
Desde comienzos del año, impulsado por su deseo de animar a los camaradas que batallaban con tanta sinceridad ante ominosos obstáculos, Shin’ichi no perdió un instante en visitar esa región en pie de lucha.
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Durante el encuentro en el Centro de la Paz de Meguro, Shin’ichi quiso escuchar informes de los participantes.
Los miembros locales habían sufrido sobremanera a causa de los ataques soberbios y aviesos del Shoshin-kai. Además, la conducta imperdonable de los sacerdotes, nacida de la envidia ante el crecimiento de la Soka Gakkai, atentaba contra el kosen-rufu.
—Es momento de iniciar un nuevo capítulo, con profundo compromiso —dijo Shin’ichi a los responsables de Meguro—. La clave está en la acción. Incluso en las situaciones más difíciles, es poniéndonos en marcha como logramos mover las cosas hacia otro rumbo.
Habló con voz serena pero intensa.
—Especialmente en el caso de los líderes, lo que despeja el camino es el cambio que puedan hacer en su determinación, sean cuales fueren las circunstancias.
Al rato, Shin’ichi presidió el gongyo en otro encuentro con camaradas de Meguro, y se dedicó a alentarlos sin reservas.
—¿Qué es la fe correcta? Es creer en el Gohonzon mientras vivan, pase lo que pase. También es crucial explicar claramente la verdad a quienes están confundidos con respecto al bien y el mal, a lo correcto y lo incorrecto. Y para eso hace falta valor. Espero que ustedes, mis amigos de Meguro, cultiven activamente el diálogo budista con ese tipo de valentía, sin preocuparse por lo que otros puedan pensar o decir de ustedes.
El escritor brasileño João Guimarães Rosa (1908-1967) dijo: «Lo que quiere de uno [la vida] es valor».3
Estaba previsto que Shin’ichi partiera de Tokio al día siguiente, en un viaje de orientación a la prefectura de Akita [en la zona septentrional de Tohoku]. Aunque todavía debía terminar muchos preparativos, siguió ofreciendo aliento a los miembros que tenía frente a sí, hasta el último minuto posible. Eran personas que habían padecido de manera implacable a manos de los sacerdotes detractores de la organización; más, incluso, que en ninguna otra parte de Tokio. Y sin embargo, nada los había desviado de su perseverante marcha por el noble camino de la Soka Gakkai. Por eso, quería que esos maravillosos compañeros dieran un gran salto adelante y se dispusieran a lograr nuevas victorias.
Esa noche, Shin’ichi escribió en su diario: «Los actos abyectos de los prelados han hecho derramar lágrimas de dolor a nuestros miembros. Es algo que no puedo condonar. Cuando pienso en toda la gente que ha sufrido, me embarga la angustia. Pero, sin duda alguna, la sabiduría del Buda y la validez de nuestra fe quedarán demostradas».
Los camaradas de Meguro se pusieron de pie con fe inamovible. No consintieron los injuriosos intentos de fracturar el movimiento por el kosen-rufu que los sacerdotes habían querido perpetrar. Convencidos de que el budismo significa vencer, decidieron triunfar y mostrar ante todos la integridad de la Soka Gakkai.
Los valerosos miembros de Meguro, con esta postura, lograrían ese año los resultados de propagación más notables del país, sumando 1115 nuevas familias.
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Desde el aire, Akita regalaba a la vista la belleza de su níveo paisaje. Al cabo de una hora de vuelo desde Tokio, el avión de Shin’ichi Yamamoto aterrizó en el aeropuerto de la prefectura poco después de las dos de la tarde. Era el 10 de enero de 1982.
Shin’ichi no se había dejado convencer de que pospusiera el viaje a causa de las nevadas o del riguroso invierno de esas latitudes. Hacía casi diez años que no visitaba Akita, y deseaba fervorosamente alentar a los miembros. También allí, los sacerdotes del Shoshin-kai habían hostigado y atormentado a los camaradas sin piedad, no menos que en Kyushu, en la prefectura de Oita. Por eso, después del largo feriado de Año Nuevo, había tomado el primer avión que le fue posible con destino a Akita.
Saludó a los líderes regionales que estaban esperándolo en el aeropuerto y se dirigió a la salida junto con ellos. No bien atravesaron las puertas, el viento helado le azotó el rostro. En el bordillo, al otro lado del camino, había unos setenta u ochenta compañeros que habían ido a recibirlo. Shin’ichi hubiese querido correr a estrecharles la mano y felicitarlos por su valeroso trabajo. Pero estaba rodeado de pasajeros que circulaban y a quienes habría incomodado obstruyendo el paso.
—¡Nos veremos muy pronto! —alcanzó a decirles, antes de entrar en el vehículo que lo esperaba para llevarlo al Centro Cultural de Akita,4 en Sanno-numata-machi, inaugurado a finales del año anterior.
Desde la ventanilla del automóvil, vio los campos cubiertos de nieve, plateados bajo los rayos de sol que hendían las nubes. En la víspera, había caído una copiosa nevada desde el amanecer hasta el mediodía.
Después de un corto trecho, vio unas cuarenta personas que se habían reunido frente a una gasolinera. El vicepresidente Susumu Aota, a cargo de la región de Tohoku, le explicó:
—Son miembros de la Soka Gakkai. Cada uno de ellos se ha esforzado muchísimo.
Shin’ichi asintió en silencio y pidió al conductor que detuviera el coche. Salió y se dirigió hacia el grupo. El agua de la nieve derretida le anegó los zapatos de cuero, pero sabiendo que esos compañeros habían estado esperándolo bajo el viento helado, no dudó en bajarse a saludarlos.
—¡Muchas gracias por estar esperándome, con semejante frío…!
Los camaradas respondieron con voces de entusiasmo. En sus rostros encendidos, vio la seria determinación y la alegría incontenible que significaba para ellos haber llegado hasta esa jornada.
La leña de las adversidades hace arder con más brío el fuego de la felicidad.
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Había hombres vestidos con chaquetas acolchadas y pantalones con las bocamangas dentro de las botas impermeables; mujeres con botas y gorros tejidos, y, al ser domingo, niños de mejillas sonrosadas acompañando a sus padres.
Con cuidado para no resbalar en la nieve, Shin’ichi levantó una mano a modo de saludo y, sonriendo afectuosamente, se dirigió hacia el grupo.
—¡Muchas gracias a todos! ¿Cómo se encuentran? Lamento mucho las penurias que han tenido que soportar. Sepan que yo siempre estaré protegiéndolos y apoyándolos. Quiero que vivan una existencia tan larga como feliz. Y que, hoy, emprendamos una nueva partida. ¡Demos lo mejor!
Estrechó la mano de los compañeros y acarició la cabeza de los pequeños. Algunos le informaron de sus situaciones de salud o de trabajo. Y, así, el intercambio no tardó en convertirse en una reunión de diálogo al aire libre.
Antes de partir, Shin’ichi se tomó una foto con todos los presentes.
A poco de seguir su itinerario, el automóvil se cruzó con otro grupo de miembros que esperaban al costado del camino. Shin’ichi, una vez más, pidió que detuvieran el automóvil; volvió a salir, alentó a los camaradas y se retrató junto a ellos. El fotógrafo del Seikyo Shimbun no tuvo mucho descanso con el obturador, ya que la escena se repitió varias veces más a lo largo del trayecto.
Cerca del cruce de Ushijima-nishi-ni-chome, vieron a unos setenta u ochenta compañeros, expectantes y atentos a cada vehículo que se aproximaba por la carretera. Todos habían entonado daimoku por el buen tiempo y por el éxito de las actividades próximas.
—Sensei tendrá que pasar por este camino —habían razonado—. ¡Entonces esperémoslo aquí y démosle un gran recibimiento!
Con ese ánimo, se apostaron en la ruta a esperar. Su maestro, que los había visto a la distancia, los sorprendió haciendo detener el auto y bajando rápidamente. Los rostros del grupo se encendieron de felicidad.
—¡Aquí estoy! ¡He venido a encontrarme con ustedes! ¡Para recordar eternamente este momento, hagámonos una foto juntos! Quiero celebrar la victoria que han logrado después de tanta desdicha…
»Los llevo siempre en mi corazón. Estoy haciendo daimoku por ustedes y sé que están orando por mí. Este es el espíritu del maestro y el discípulo… Aunque no podamos vernos todos los días, nuestros corazones están siempre unidos.
Una mujer exclamó:
—¡Sensei! Estamos muy bien. Nada que nos digan perturbará nuestra convicción en la fe. Somos sus discípulos. ¡Somos leones!
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Shin’ichi y su comitiva continuaron el viaje en automóvil y, a unos centenares de metros sobre la carretera, vieron que otro grupo los estaba esperando frente a un taller automotor. Una vez más, descendió del vehículo y, en diálogo con ellos, improvisó una nueva reunión al aire libre.
Entre los miembros, había algunos líderes locales que se habían dedicado intensamente a proteger y apoyar a sus compañeros, ante el acoso de los sacerdotes maliciosos que los presionaban para hacerlos renunciar a la organización.
Shin’ichi les estrechó la mano con firmeza y elogió su postura.
—He sido informado con todo detalle del enorme esfuerzo que han hecho en defensa de nuestros camaradas. La Soka Gakkai es fuerte porque existen personas como ustedes, que luchan armadas del mismo espíritu que yo y actúan ejemplarmente en mi nombre. En ello se refleja la unión de «distintas personas con un mismo propósito».
»Cuando surgen problemas, siempre hay algunos que reculan, dudan de la fe y critican a la organización. Tarde o temprano llega el día en que se arrepienten de haber obrado de manera tan equivocada.
Mientras hablaba, vino a su mente un pasaje de La apertura de los ojos:
Aunque mis discípulos y yo encontremos toda clase de dificultades, si no albergamos dudas en nuestro corazón manifestaremos la Budeidad en forma natural. No duden tan sólo porque el cielo no les brinde su protección; no se desalienten tan sólo porque en esta existencia su vida no sea cómoda y segura. Es lo que he venido enseñando a mis discípulos día y noche, y sin embargo, han comenzado a albergar dudas y a abandonar la fe. Cuando llega el momento crucial, los necios tienden a olvidar sus promesas.5
—Ustedes rehusaron darse por vencidos —continuó Shin’ichi—; en el momento crucial, lucharon con toda su vida y ganaron. Su valerosa devoción brillará de manera indeleble en los anales del kosen-rufu.
Sus palabras hicieron que todos sonrieran con profunda satisfacción.
En su ruta hacia el Centro Cultural de Akita, Shin’ichi se detuvo nueve veces para hablar con los miembros y alentarlos.
Akio Yamanaka, el líder de la región de Tohoku, era uno de los que viajaba en el auto junto con Shin’ichi y el vicepresidente Susumu Aota. Habiendo observado el proceder de aquel, reflexionó seriamente: «Sensei infunde aliento a los compañeros sin reservarse nada. A cada persona con quien se encuentra le transmite el espíritu valiente de un león. Así es el corazón de Sensei y así es el corazón de la Soka Gakkai. ¡Yo también alentaré y cuidaré a los camaradas con esta misma actitud!
Las palabras no bastan por sí solas para transmitir un fuerte espíritu; este debe encarnarse y reflejarse en actos que dejen viva huella en las personas.
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En el Centro Cultural de Akita se había congregado una multitud para esperar a Shin’ichi. En el jardín del predio, se habían organizado dos eventos: primero, se develaría un monumento que llevaba inscriptas las palabras «Flores de cerezo de Akita», con la caligrafía de Shin’ichi, y, después, se haría una ceremonia de plantación de árboles.
No bien llegó, bajo los tibios rayos del sol que asomaban entre las nubes, Shin’ichi presidió ambas actividades y se tomó fotos conmemorativas junto a los miembros.
A continuación, se dejó guiar por el interior del edificio siguiendo a Toshihisa Komatsuda, líder de la prefectura, quien le pidió que eligiera un nombre para la plaza delantera que adornaba el lugar.
—Entiendo que ayer ha nevado, pero hoy tenemos un cielo impecable —observó Shin’ichi —. ¿Les gusta «Plaza del Cielo Soleado»? Aunque haya nevascas y tormentas, tarde o temprano el mal tiempo termina, y el sol vuelve a asomar. Nuestra práctica budista existe para asegurar que eso mismo ocurra en nuestra vida.
A Komatsuda se le iluminó el rostro.
—¡Ese «cielo soleado» será nuestro juramento!
Diez años antes, en julio de 1972, en todo el Japón se habían producido lluvias torrenciales de efectos gravosos. Cuando Shin’ichi, el 9 de julio, llegó a Sendai en su viaje de orientación por la región de Tohoku, los desprendimientos y aludes habían causado doscientas víctimas fatales o desaparecidas en Kyushu y Shikoku. Akita también había sufrido diluvios y, en la parte septentrional de la prefectura, se habían registrado crecidas fluviales y extensas inundaciones.
Las sesiones de fotografía grupales que estaba previsto llevar a cabo en Akita, el 12 de julio de aquel año, habían tenido que suspenderse a causa de las precipitaciones. Así y todo, después de concluir esta misma actividad en la prefectura de Yamagata, Shin’ichi había decidido viajar a Akita, lo cual hizo el 11 de ese mes.
—Con semejante inundación, todos deben estar desconsolados… —había resuelto—. Nada me impedirá llegar a Akita para alentar a los que están atravesando difíciles momentos.
Con ese corazón, había visitado el Centro Comunitario de Akita y había requerido informes detallados sobre la magnitud de los daños en toda la prefectura. Tomó medidas sin pérdida de tiempo y despachó líderes a las zonas afectadas con mensajes de apoyo y pequeños obsequios de aliento a los compañeros a merced de esa calamidad. También había participado en una reunión en el centro, donde recalcó que el poder de la fe en la Ley Mística les permitiría convertir el veneno en remedio.
Durante el encuentro la lluvia había cesado y, en su lugar, una hermosa puesta de sol había engalanado el firmamento. Desde aquella visita, los crepúsculos y los cielos despejados se habían convertido, para todos los miembros de Akita, en un símbolo de victoria sobre las lluvias destructivas.
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Los miembros de Akita, luego de superar tormentas de obstáculos causados por los sacerdotes del Shoshin-kai, finalmente estaban dando la bienvenida a Shin’ichi bajo un cielo luminoso de alegría.
La satisfacción con que Komatsuda y los demás escucharon a su maestro proponer, como nombre, nada menos que «Plaza del Cielo Soleado», se hizo patente en el rostro de todos.
La misma tarde de su arribo a Akita, se llevó a cabo una reunión con representantes de todo Tohoku en un recinto de la ciudad. En el encuentro, se leyó un detallado informe sobre el tratamiento cruel e inadmisible que habían deparado los sacerdotes del Shoshin-kai a los miembros de la Soka Gakkai en Omagari, Noshiro y otras localidades de la prefectura.
En un templo, una familia solicitó al prior que llevara a cabo un servicio fúnebre. El prelado aprovechó la oportunidad para exigir, como condición para el oficio religioso, que los familiares del difunto renunciaran a la organización. Pero ninguno aceptó esa maniobra extorsiva.
En lugar de eso, la ceremonia fue presidida por el líder del bloque local de la Soka Gakkai. Los camaradas recitaron el sutra y entonaron Nam-myoho-renge-kyo juntos, con solemne dignidad, ignorando a los exmiembros que se habían hecho presentes solamente para maltratarlos [por atreverse a oficiar un ritual religioso sin sacerdote].
En otro templo, a una mujer en pleno duelo por la pérdida de un ser querido el sacerdote le dijo que se lo tenía bien merecido, por ser miembro de la Soka Gakkai. Fue un comentario de una crueldad inconcebible, en alguien cuya profesión supuestamente es brindar bienestar espiritual a la gente.
En la reunión, se decidió qué responsables viajarían a Omagari y a Noshiro para alentar a los compañeros de esos lugares.
Con inmenso respeto por la admirable resistencia de sus camaradas, Shin’ichi dijo:
—Se me parte el corazón de solo pensar en lo que han tenido que afrontar… ¡Pero que entereza increíble es la de ustedes…! El Daishonin, sin la menor duda, estaría elogiándolos con sus mejores palabras por su compromiso inalterable con la verdad, la justicia y el kosen-rufu.
»Espero que los que ocupen posiciones de responsabilidad abracen cálidamente a todos y den lo mejor de sí mismos a la hora de protegerlos y de apoyarlos. En este sentido, la consideración resulta una virtud primordial. La gente es vulnerable a las emociones, y los comentarios imprudentes o irreflexivos suelen lastimar a quienes los escuchan. En el ámbito de la fe, jamás debemos provocar el alejamiento de un miembro por nuestras palabras o actos impulsivos, o por la dureza de nuestro lenguaje. Lo esencial es tratar a cada compañero con el mismo respeto con que nos dirigiríamos al Buda.
»Les pido que tengan profunda conciencia de que la Soka Gakkai es un mundo donde se respeta a cada individuo, se obra con buen criterio y se cultiva el espíritu recíproco de alentarnos a ser mejores personas.
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Después de la reunión, Shin’ichi regresó al Centro Cultural de Akita, donde hizo el gongyo con la comisión organizadora y posó ante la cámara con los miembros de las divisiones juveniles. Ese día, alentó a casi un millar de personas.
Cuando supo que muchos compañeros estaban en sus hogares haciendo daimoku por el éxito de diversas actividades, él también sumó sus oraciones por todos ellos, hondamente agradecido. Años después, confirió a estas personas el nombre Grupo Gloria de la Gira de Orientación a la Nevada Akita.
El día siguiente, 11 de enero, amaneció con un cielo azul y despejado, y un sol deslumbrante.
Poco antes del mediodía, Shin’ichi y los responsables de Akita y de la región de Tohoku subieron a un autobús de la sede central de la Soka Gakkai, que los llevaría al Centro Comunitario de Akita. Este edificio había sido el punto principal de reuniones del lugar hasta que, a fines del año anterior, se había inaugurado el flamante Centro Cultural de Akita. A partir del 1.º de enero, con una duración prevista de un mes, se había organizado allí una exposición que daba a conocer las diversas actividades de Shin’ichi por la paz mundial.
Por tal motivo, este había ido expresamente al centro comunitario para agradecer a todos los jóvenes que, en pleno receso de Año Nuevo, habían trabajado para preparar y montar la muestra.
—¡Muchas gracias! Han hecho un trabajo impresionante.
Shin’ichi habló con los jóvenes encargados y con los miembros propuestos como guías de la exhibición, y luego se dedicó a recorrer los paneles.
A su término, aprovechó el horario del almuerzo para dialogar con diversos representantes. Después, visitó a la familia de un compañero pionero ya fallecido, Koji Sato, primer titular del cabildo Akita a quien se reconocía como el «campeón de la costa noroeste del Japón».
Sato había ingresado en la Soka Gakkai en 1953, a los 39 años. Su hermano menor, que vivía en Tokio, había sido el iniciador de la práctica en su familia, y quien trasmitió el budismo Nichiren a sus cinco hermanos. Cuatro de ellos, salvo el mayor —precisamente, Koji— ingresaron en 1952.
Pero este último, observando la organización, pensó: «La Soka Gakkai tiene algo que convoca a muchas personas jóvenes… Me gustaría conocer a su presidente y conversar con él».
Fue así como decidió visitar al señor Toda. Luego de una larga charla, este lo miró profundamente y le dijo:
—¡Dejo Akita en sus manos!
Conmovido por la energía y la personalidad del presidente Toda, Sato respondió al instante:
—¡Sí! Daré lo mejor de mí en bien de Akita.
La comunicación de vida a vida conmueve el corazón humano. Life-to-life communication moves the human heart.
- *1En ese momento, «Kusaki wa Moyuru» era la canción emblema de la residencia estudiantil de varones de las Escuelas Soka de Tokio. En setiembre de 1983, pasó a ser la canción oficial de la institución.
- *2Luego se lo renombró Centro Cultural Internacional de Meguro.
- *3Guimarães Rosa, João: Gran sertón: Veredas, Caracas: Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2008, pág. 282.
- *4Posteriormente, pasó a llamarse Centro Cultural de Akita Central.
- *5La apertura de los ojos, en Los escritos de Nichiren Daishonin, Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 300.