Volumen 30: Capítulo 5, Un clamor de victoria 71–80
Un clamor de victoria 71
A poco de ingresar en la Soka Gakkai, Sato había comenzado a participar activamente en el movimiento. Era, por naturaleza, un hombre sincero y de principios.
En ese momento, Akita pertenecía al distrito Yaguchi del cabildo Kamata, donde los suegros de Shin’ichi —Yoji y Akiko Haruki— asumían cargos organizativos, él como líder del distrito, y ella, como responsable de la División Femenina del cabildo. El matrimonio se turnaba, de manera tal que, casi todos los meses, alguno de los dos iba hasta Akita para dar orientación y aliento, para lo cual debían viajar doce horas en el tren nocturno.
Con paciencia y minuciosidad, fueron enseñando a Sato y a los otros miembros del lugar los fundamentos de la fe budista. A veces, llevaban consigo a otros camaradas que los acompañaban en sus encuentros de orientación personal o en sus diálogos para transmitir la filosofía a personas interesadas. Recalcaban en estas ocasiones la importancia de leer los escritos del Daishonin y de hablar con convicción sobre los principios del budismo. Los entrañables, candorosos compañeros de Akita asimilaban las lecciones que les impartían los Haruki tal como la arena absorbe el agua. De ese modo, no habían tardado en desarrollarse y en adquirir capacidad.
La fe en la Ley Mística se transmite actuando juntos por el kosen-rufu. Los miembros más nuevos y jóvenes aprenden y crecen siguiendo el ejemplo que establecen sus predecesores en la fe.
En 1954, un año después de que Sato hubiera empezado a practicar, ya se había formado en Akita una comunidad numerosa, el primer grupo de la Soka Gakkai en la zona, con una membresía de ochocientas familias. En 1956, este se había convertido en el cabildo Akita, y Sato había sido nombrado responsable de la flamante organización. Y su hermana menor, Tetsuyo Sato, líder femenina del cabildo en esa misma oportunidad.
Sato tenía, en aquel entonces, una empresa que se dedicaba a hacer perforaciones de sondeo para fuentes termales y manantiales. En enero de 1955, preocupado por la escasez de agua potable que afectaba al Templo Principal, Josei Toda había solicitado a Sato que explorara la región en busca de napas de agua aptas para el consumo. Desde el siglo xix en adelante, se habían realizado numerosos intentos de hallar acuíferos subterráneos, pero la conclusión invariable de los geólogos era que la zona carecía de fuentes adecuadas.
Ya que, gracias a las visitas cada vez más nutridas de miembros de la Soka Gakkai, el Templo Principal se había vuelto una institución próspera con gran afluencia de creyentes, la necesidad de hallar un buen suministro de agua era impostergable. En un lapso de tres meses, Sato había excavado perforaciones de hasta doscientos metros de profundidad en lugares que parecían promisorios, sin jamás encontrar ni un pozo.
Toda le había dicho, entonces, que necesitaban hallar agua para apoyar al clero y para proteger a los compañeros, que eran nobles hijos del Buda. Y Sato, al escucharlo conmovido, había llegado a apreciar el desvelo con que el señor Toda trataba de asegurar el bienestar de los sacerdotes.
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Sato se había volcado a entonar daimoku con una firme determinación. Un día, mientras perforaba en otra ubicación, había dado con una napa abundante a solo veintiséis metros de profundidad. Había sido un hallazgo providencial. El pozo ofrecía agua de buena calidad, con un caudal de doscientos dieciséis litros por minuto. Como resultado de ello, se había iniciado de inmediato el tendido de tuberías para proveer agua a todo el predio del Templo Principal.
Hasta el término de sus días, Sato nunca había podido perdonar a los sacerdotes su cruel ultraje a la sinceridad de los miembros de la Soka Gakkai, que tanto habían hecho, con real esfuerzo, por apoyar y proteger a la institución clerical.
En enero de 1979, tres meses después de renunciar a la presidencia, Shin’ichi había viajado al Centro Cultural de Aomori, para mantener un encuentro con representantes de Tohoku; entre ellos, Sato y Tetsuyo, su hermana menor. Dos años antes, al primero le habían diagnosticado cáncer de pulmón; le habían pronosticado tres meses de sobrevida o, en el mejor de los casos, no más de un año.
Shin’ichi le había estrechado con fuerza la mano, diciéndole:
—Mientras su fe se mantenga firme, no tiene por qué temer a nada. Viva cada día al máximo.
»Cada amanecer desemboca en un crepúsculo. Haga que el capítulo final de su vida sea un ocaso magnífico y deslumbrante. Así como el sol ilumina a los demás, dedíquese a brindar orientaciones que brillen eternamente en el corazón de todos los compañeros.
Al escuchar estas palabras, Sato se había levantado como un fénix. Desde entonces, había tomado la iniciativa de visitar a los camaradas para darles orientación personal. Vigorizados por su aliento, muchos habían adoptado el apasionado espíritu de «refutar lo erróneo y revelar lo verdadero». Se habían jurado, unos a otros, defender estrictamente el preciado castillo de la Soka.
La vida dedicada a luchar por los propios ideales irradia un fulgor sublime.
Sato había fallecido en mayo del año siguiente [1980] a los 66 años, tres años después de ser diagnosticado; con ello, había mostrado el principio budista de «prolongar la vida a través de la fe». Sus últimos años, efectivamente, habían sido un bellísimo crepúsculo dorado.
Mineko, la esposa de Shin’ichi, había ido a ver a la familia junto a uno de sus hijos, en nombre de su esposo, para ofrecerle sus condolencias.
Antes de fallecer, el propio Sato había pedido que, en su velorio, lo vistieran de frac y le pusieran en las manos un bastón recibido de Shin’ichi como obsequio, comentando que eso simbolizaría su partida hacia el próximo tramo de su marcha por el kosen-rufu, en la existencia siguiente.
Un año y ocho meses después, Shin’ichi volvía a la casa de los Sato. Allí, hizo el gongyo con su viuda Mieko, su hermana Tetsuyo y otros parientes y familiares, orando por la eterna felicidad de este admirable pionero.
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Al término del gongyo, Shin’ichi dijo a la familia afectuosamente:
—El señor Koji fue un hombre de admirable personalidad y de fe devota. Sus contribuciones a nuestro movimiento han sido sobresalientes.
Miró a los ojos a cada uno y agregó:
—Les ha dejado, a todos los miembros de la familia Sato, un cimiento indestructible de buena fortuna. Espero que, ahora, ustedes perpetúen el legado de su fe y mantengan siempre florido el jardín de felicidad que han heredado de él.
»En una carrera de relevos, aunque recibamos el testigo de manos del corredor que lleva la delantera, es preciso seguir corriendo para llegar a la recta final. Como sucesores del señor Koji, es su responsabilidad seguir ofreciendo pruebas concretas, de muchas maneras diferentes, para que todos a su alrededor exclamen: «¡Esa es la familia Sato!».
»Ahora empieza el segundo capítulo de los Sato… ¡Iniciemos esta partida juntos!
La tarde del 11 de enero, Shin’ichi participó en una reunión con representantes de la prefectura de Akita, en el Centro Cultural de dicho lugar. Se anunció la apertura de un centro prefectural de la mujer, y el proyecto de construir un nuevo centro cultural en la región meridional, y ambas informaciones dejaron a todos con un jubiloso sentimiento expectante y renovado.
Shin’ichi se acercó al micrófono y habló sobre la forma en que debe aspirar a vivir un genuino practicante del budismo Nichiren:
—No se trata de adoptar una vida especial… Lo normal es que, en el transcurso de la existencia, ocurran toda clase de cosas. Vivir con fe es sentir, ante cada situación: «¡Pase lo que pase, me sentaré ante el Gohonzon a hacer daimoku!», y con esa fortaleza seguir participando en las actividades de la Soka Gakkai. Sobre todo, los practicantes genuinos son los que ponen el kosen-rufu en el centro de su vida y se consagran a propagar la Ley Mística, firmemente basados en los escritos del Daishonin.
»En el pasado, ha habido miembros que, durante cierto tiempo, asumieron un lugar muy visible en las actividades, pero luego dejaron de practicar e incluso se convirtieron en detractores de nuestro movimiento. Si observan con detenimiento a estos individuos, verán que, en todos los casos, han sido egocéntricos, soberbios y vanidosos, obsesionados por la popularidad y la fortuna.
»En definitiva, toda su lucha giraba alrededor de ellos. Usaban la fe y la organización para sus propios fines egoístas. Por muy hábiles que sean estas personas para impresionar a los demás, al final su verdadera naturaleza siempre sale a la superficie. La naturaleza de la Ley Mística es inexorable, como lo es también el mundo de la fe.
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Shin’ichi se franqueó con los camaradas de Akita, que habían pasado por amargas horas de dificultades:
—Lo cierto es que, a lo largo del tiempo, yo también he sido defraudado por diversas personas. Hubo algunos que se aprovecharon de mí y otros que, por detrás, intentaron desacreditarme.
»Sabía que ciertos miembros que decían ser mis discípulos albergaban esta tendencia. E incluso fui advertido sobre ellos. «Tenga cuidado con fulano —me prevenían a veces—; que esconde intereses personales. Le aconsejo que tome distancia de él lo antes posible». Yo, sin embargo, opté por ser tolerante y por extender un abrazo de confianza. Aun consciente de su verdadera naturaleza y de que estas personas traían sus propias cartas bajo la manga, perseveré en el diálogo para despertar en ellas la fe correcta. De tanto en tanto, les señalé estrictamente estas tendencias latentes en su vida y les ofrecí orientación.
»¿Por qué? Porque, aun decepcionado o engañado, el mentor cree en los discípulos y los ayuda, sin reservas, a mejorar como seres humanos. Ese es mi espíritu.
»Pero, los que claramente obran con mala intención; los que hacen sufrir a sus compañeros de fe, que son hijos del Buda; los que desestabilizan la organización, y los que obstruyen el movimiento por el kosen-rufu son enemigos del Buda. Y ante este accionar, debemos oponernos decididamente, sin titubeos.
»Las personas inclinadas a desprestigiar a otros tienen mala conciencia. Para esconder sus propias faltas, atacan perversamente a los demás. Es algo que he aprendido en más de treinta años de práctica budista.
»Todas nuestras acciones están sujetas a la ley de causa y efecto, el principio que gobierna cada manifestación de la vida. Solo podemos vivir como budistas si tenemos convicción en esta ley inexorable.
»Los miembros de la Soka Gakkai, sin flaquear, hemos venido trabajando por el kosen-rufu, por la paz mundial y por la felicidad de los semejantes. Los sacerdotes codiciosos y los que se dejan engañar por ellos son incapaces de reconocer este hecho. El Daishonin describe la forma en que los malos individuos percibían al buda Shakyamuni, cuya vida irradiaba un áureo resplandor: «Algunos le atribuían un semblante ceniciento; otros le encontraban manchas, y había quienes lo veían como a un enemigo».1
»Para los que observan con mirada distorsionada, todo parece deforme. Los corazones torcidos por la envidia, el odio y el prejuicio no pueden percibir el verdadero aspecto de la Soka Gakkai. Por eso nos acusan de denigrar la Ley. Pero ser despreciados por las personas de mal corazón es prueba de que estamos en lo correcto.
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De ese modo, Shin’ichi concluyó sus palabras. Todos los participantes desbordaban determinación y orgullo de ser miembros de Akita, la «campeona de la costa noroeste del Japón».
Al retirarse del recinto, Shin’ichi fue hasta el fondo del salón y saludó con una sonrisa a una mujer que estaba en la última fila. Era Tomiko Sekiya, responsable de orientación de la División Femenina de la organización de Tazawa.
La había conocido en enero de 1979, durante un encuentro informal en el Centro Cultural de Mizusawa, en la vecina prefectura de Iwate. La señora, representante de Akita, había ofrecido un informe sobre los ataques deplorables que venían sufriendo los compañeros a manos de los sacerdotes y de creyentes del sistema danto: practicantes laicos de la Nichiren Shoshu detractores de la Soka Gakkai.
Había contado que, por ejemplo, en febrero de 1978 los creyentes del danto habían bloqueado la entrada al templo para impedirles a los miembros de la Soka Gakkai participar en la disertación mensual del Gosho a cargo del prior. Pero Sekiya los había confrontado diciendo que no tenían ningún derecho a prohibirles su participación, e ingresó en el templo de todas formas. El sacerdote a cargo, entonces, le había ordenado a gritos que se retirara.
Sin dejarse intimidar, la mujer había querido saber por qué motivo se la expulsaba.
—¡Porque la Soka Gakkai denigra la Ley! —había sido la respuesta del prelado.
—¿Y podría saber de qué manera denigra la Ley? —había insistido ella, sin la menor vacilación. Decidida a defender a la organización, no había retrocedido un solo paso.
«Es evidente que los obstáculos y funciones negativas, sobre los cuales nos advierte el Daishonin, finalmente han comenzado a manifestarse para detenernos…», había razonado. Con esa conciencia, había redoblado su esfuerzo para alentar a sus camaradas de fe.
La resuelta convicción de esa mujer y sus argumentos bien fundados, certeros a la hora de rebatir lo erróneo y revelar lo verdadero, habían inspirado a muchos miembros de la Soka Gakkai a ponerse de pie y en acción.
Tres años después de aquella reunión en Mizusawa, Shin’ichi volvía a encontrarse con ella.
Le dijo entonces:
—Ha tenido un comportamiento ejemplar, incluso sin tener a ningún compañero veterano a quien pedir consejo. La organización está siendo protegida por personas que poseen la misma determinación que yo, ávidas de ayudar a todos a ser felices, dispuestas a ponerse de pie y a asumir la total responsabilidad. En eso consiste defender la causa de la Soka Gakkai.
»Es propio de los cobardes quedarse a un costado como espectadores o limitarse a elevar críticas, en vez de actuar por propia iniciativa para proteger y apoyar a la Soka Gakkai. Los que viven esclavos de la opinión ajena son personas vulnerables, fáciles de ser influenciadas y propensas a hablar mal de la organización.
»Usted, en cambio, ha obrado fiel a sus convicciones, y ha triunfado brillantemente. ¡Se lo agradezco muchísimo!
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Shin’ichi siguió alentándola:
—¡Es hora de hacer un nuevo comienzo! ¡Avancemos juntos, tomando como meta el siglo xxi, el 3 de mayo de 2001!
—Muy bien… —dijo Sekiya—. Cuando llegue esa fecha, tendré 81 años. Le prometo que me cuidaré para estar bien. Entonces, ¿podré volver a encontrarme con usted?
Shin’ichi sonrió.
—Faltan casi veinte años para eso… Encontrémonos muchas, muchas más veces mientras tanto. Jamás olvido a los que, en el momento crucial, luchan con verdadero compromiso por nuestro ideal. Su nombre brillará eternamente en la historia del kosen-rufu.
Días después, envió a Sekiya un poema:
Comencemos el nuevo siglo viviendo siempre juntos como Bodisatvas de la Tierra.
Al día siguiente, 12 de enero, se llevó a cabo una reunión de líderes de prefectura conmemorando la inauguración del Centro Cultural de Akita.
Allí también participaron representantes de la prefectura de Oita, cuyos miembros habían triunfado de igual manera, en su resistencia contra la ofensiva del clero. En ese encuentro, se anunció que ambas prefecturas entablarían una relación de fraternidad y que, juntas, crearían un «puente de arcoíris hacia el kosen-rufu». La prefectura de Akita también reafirmó que ese nuevo comienzo se centraría en fortalecer a los cabildos y a crear inspiradoras reuniones de diálogo.
En su discurso de ese día, Shin’ichi dijo:
—Mi único deseo es que todos vivan con salud y seguridad, disfrutando de una vida espléndida. Recuerden siempre que ese es el propósito de su práctica budista, y que de eso se trata aplicar la fe en la vida cotidiana.
¿Para qué practicamos el budismo Nichiren y llevamos a cabo las actividades de la Soka Gakkai? Desde luego, para lograr el kosen-rufu y el ideal del Daishonin de «establecer la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra». Y el objetivo fundamental es que nosotros mismos seamos felices. Nuestra vida experimenta un profundo júbilo e irradia una vibrante energía cuando entonamos Nam-myoho-renge-kyo y trabajamos en aras del kosen-rufu y de un mundo de paz; esto, además, es lo que nos permite hacer nuestra revolución humana y transformar nuestro karma. Las actividades diarias de la organización hacen que la felicidad florezca en nuestra familia y en nuestra comunidad.
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En la reunión de líderes de la prefectura de Akita, Shin’ichi se refirió a lo que habrá de ser nuestro recuerdo más profundo sobre la vida en este mundo.
—Cada persona graba un sinfín de recuerdos en su memoria, pero la mayor parte de ellos se desvanecen con el tiempo. No obstante, los recuerdos sobre nuestra práctica del budismo perduran durante toda la eternidad, consciente o inconscientemente, como los momentos más nobles. Desde la perspectiva de la ley causal, nuestras actividades por el kosen-rufu son causas de felicidad eterna; quedan grabadas de manera indeleble en lo más recóndito de la vida, como vivencias de infinita alegría y dinamismo.
»Como afirma el Daishonin: «Entone Nam-myoho-renge-kyo con actitud pura y sincera, y aliente a otras personas a hacer lo mismo; este será el único recuerdo que le quedará de su existencia en este mundo humano».2
Shin’ichi recordó las épocas en que se había esforzado como responsable asignado al cabildo Bunkyo, en Tokio, y en que había liderado la campaña de Kansai, cuyos compañeros expandieron el movimiento con el ingreso de 11 111 familias en un solo mes. Dijo que, con nuestra labor constante en bien del kosen-rufu, día tras día, creábamos recuerdos de oro que adornarían nuestra existencia para siempre.
Ese mismo día, además, Shin’ichi dijo a los responsables de Akita:
—Muchas de las personas con quienes he conversado, aquí en el centro, me han dicho que les gustaría que los miembros de sus cabildos y distritos puedan participar también en las reuniones de gongyo. ¿Qué les parece si mañana agregamos algunas, para que puedan asistir?
Todos asintieron entusiasmados.
—Muy bien, entonces. ¡Está decidido! Hasta ahora, hemos dispuesto encuentros solo para líderes de cabildo y de organizaciones de mayor nivel. Pero a partir de mañana, la participación estará abierta a todos. Será, por lo tanto, una fecha decisiva. Aunque tenga que estar en dos o tres sesiones en un mismo día, cuenten conmigo. A la mañana debo estar fuera, en una conferencia con representantes que ya tenemos planeada. Pero volveré para la hora en que hayan terminado los encuentros matinales; así podré estar con los miembros y tomarnos unas fotos juntos en ese momento.
La noche anterior había comenzado a nevar, y los copos aún seguían descendiendo sobre las calles en la mañana del 13 de enero. Pletóricos de dicha, los camaradas de Akita fueron llegando a la reunión atravesando la nieve, desde lugares como Noshiro, en la región noroeste, u Omagari, en el área central de la prefectura.
Una estrofa de «Remolino de viento», la canción de Gakkai de Akita que a menudo cantaban los miembros, decía: «Bajo el ulular de los vientos / sobre los campos nevados / nos encontramos para librar / nuestra gesta por el kosen-rufu…».
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Esa mañana, después de hacer el gongyo con el personal y otros participantes en el Centro Cultural de Akita, Shin’ichi asistió a una conferencia en la ciudad. Regresó poco después del mediodía y se dirigió al parque que se extendía frente al centro cultural para tomarse una foto conmemorativa de la jornada.
Allí, expectantes, ya estaban esperándolo los participantes de las dos reuniones de gongyo celebradas esa mañana. Y, aunque la nevisca no había cesado, el ánimo de la gente era excepcional.
Los compañeros de Akita habían pasado los últimos años soportando una frustración inimaginable. Constantemente, los sacerdotes opositores a la Soka Gakkai exigían a los miembros que renunciaran al movimiento laico como condición para realizar las ceremonias fúnebres que ellos necesitaban. En los oficios religiosos en memoria de los difuntos, los prelados lanzaban interminables diatribas contra la organización, sabiendo que iban a ser escuchadas por amigos y parientes que, sin ser miembros, acudían a los funerales. Para peor, algunos llegaban al extremo de afirmar, con una insensibilidad atroz, que los fallecidos no habían logrado la budeidad. El suyo había sido un comportamiento cruel, despreciable y terriblemente inhumano.
Habiendo resistido bajo semejante presión, los camaradas se disponían a iniciar un nuevo viaje hacia el siglo xxi, junto a Shin’ichi. En su corazón, palpitaba la felicidad de saber que, al final, había llegado la primavera.
Aquel llegó envuelto en una parka blanca, mientras la nieve seguía cayendo. Hacía poco más de dos grados bajo cero. Al verlo, un millar y medio de personas allí reunidas comenzaron a aplaudir y a darle la bienvenida con un clamor de alegría.
Shin’ichi subió a una pequeña plataforma y tomó el micrófono.
—¡Gracias por haber venido hasta aquí a pesar de la nieve!
—¡Estamos bien! —respondieron algunos, con ánimo exultante.
—La fortaleza y la energía de ustedes simbolizan perfectamente los versos de la «Canción de la revolución humana» que dicen: «Juntos pongamos el pecho a la nevasca y avancemos intrépidamente», ¿Qué les parece si la cantamos hoy, como proclama de la gran victoria de Akita?
Las voces resonaron con una pasión abrasadora, capaz de derretir la nieve…
Levántate, yo también lo haré. Juntos, pongámonos de pie por propia decisión, en el gran escenario del kosen-rufu…
Shin’ichi entonó la amada canción, sintiendo el espíritu de lucha que ardía en el interior de todos. Era el dignísimo canto triunfal del mentor y los discípulos de la Soka.
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Shin’ichi hizo otra sugerencia a los compañeros que habían luchado con tanto denuedo:
—¡Ahora, lancemos tres hurras para celebrar su valiente resistencia y su victoria impresionante!
Tras una contundente aprobación, resonaron en el paisaje nevado las exclamaciones de los miembros, cual potente oda al triunfo del pueblo.
Sus puños en alto parecían bombear el aire, mientras sus voces vibrantes expresaban la alegría de la victoria.
Como si las deidades celestiales quisieran sumarse a los festejos, la nieve comenzó a formar un remolino de pétalos blancos que descendieron en espiral sobre el grupo. En ese preciso instante, el fotógrafo del Seikyo Shimbun, encaramado a la caja trasera de un camión para ganar altura, inmortalizó la imagen.
—¡Cuídense mucho! ¡No se expongan al frío! —dijo Shin’ichi—. ¡Y volvamos a vernos pronto!
La tercera reunión de gongyo del día comenzó poco después de la una y media.
Shin’ichi dirigió la recitación y luego habló, micrófono en mano.
Reafirmó que la fe, la práctica y el estudio constituían la base del budismo Nichiren y destacó que ellas eran el propósito de las actividades de la Soka Gakkai.
También explicó que, cuando participábamos en el movimiento Soka, estábamos poniendo en práctica las enseñanzas budistas, además de transformar nuestro karma y de manifestar la budeidad en esta existencia.
Debido a que en Akita había muchos educadores eminentes —señaló—, se había resuelto en una conferencia, esa misma mañana, que dentro del Departamento de Educadores de la Soka Gakkai se crearía un Grupo de Educadores de Akita. Expresó su esperanza en que los integrantes de esta nueva agrupación contribuyeran de manera activa en bien de sus comunidades.
Shin’ichi destacó, asimismo, que, dentro de dicha prefectura, el área de Ota, en el condado de Semboku (hoy perteneciente a la ciudad de Daisen), era una de las comunidades del Japón donde el kosen-rufu más había avanzado. Mencionó especialmente a los pioneros que habían hecho posible ese desarrollo, elogió su labor y los alentó con profunda sinceridad.
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Joryo Komatsuda había sido el primer responsable de distrito del área de Ota.
Su primer contacto con el budismo Nichiren había tenido lugar en 1953, cuando su quinto hijo, estudiante universitario en Tokio, regresó temporalmente a su casa. La esposa de Joryo, Miyo, tenía mala salud. El hijo mayor de la pareja, en apenas tres años de matrimonio, había perdido a sus propios hijos de corta edad, uno tras otro, y como si no bastara con ello, casi enseguida había fallecido su esposa, a raíz de un cuadro séptico.
Joryo había heredado unos fértiles y extensos arrozales, propiedad de la familia durante generaciones enteras. Esto le había permitido vivir con holgura económica, pero no disipar su profundo sentimiento de desdicha. ¿Cómo podía sentirse feliz con tantas desgracias? Pero un día, habiendo escuchado sobre la ley de causa y efecto que enseñaba el budismo Nichiren y aun escéptico, había decidido ser miembro de la Soka Gakkai junto con su esposa y su hijo mayor. Los tres fueron, de tal modo, los primeros integrantes de la organización en la zona.
La esposa de Joryo, asidua en su práctica del gongyo, había fortalecido su salud progresivamente. De a poco, el hogar de la familia, antes alicaído, se había llenado de risas. Joryo observaba que los camaradas que iban a alentarlos resplandecían de optimismo y tenían una postura fuerte y positiva, a pesar de estar enfrentando sus propios problemas. Esto lo había convencido del poder de la fe.
Se dedicó entonces a hablar del budismo Nichiren con sus allegados. La primera persona en recibir el Gohonzon a través de su recomendación había sido uno de sus primos. Sus suegros también habían empezado a practicar.
Joryo reservaba tiempo del día para salir junto con su esposa —ambos con sombreros de mimbre y los tradicionales impermeables de paja— para encontrarse con sus conocidos y explicarles los fundamentos del budismo. El matrimonio tenía muchos familiares en la región, de modo que la práctica se había ido extendiendo de uno a otro, y el circulo de miembros había crecido sostenidamente. En 1959, se había formado un distrito en Ota, y Joryo había sido su primer responsable.
Con diez años de práctica, ya había hecho que 47 familias vinculadas a él o a su esposa ingresaran en la Soka Gakkai. La membresía en la zona sur de la prefectura, donde se encontraba el área de Ota, había crecido ya a 4700 familias.
Pero las cosas no siempre salían a pedir de boca. En 1963, mientras Joryo se hallaba fuera del hogar, su vivienda fue destruida íntegramente en un incendio. Quedaron sin casa y sin ningún artículo doméstico. Perdieron también posesiones que habían pertenecido durante generaciones enteras a la familia.
Algunos, al ver este infortunio, habían expresado dudas sobre el budismo. Si era una enseñanza tan grandiosa —objetaban—, ¿por qué Joryo no fue protegido como él aseguraba que ocurriría con todos los practicantes?
Pero, oyendo esto, Joryo decía, sonriendo con convicción:
—No se preocupen. yo estoy bien. ¡Tengo el Gohonzon!
El sol de la convicción que resplandece en nuestro corazón disipa las oscuras nubes de la angustia que se ciernen sobre quienes nos rodean.