Parte 2: La revolución humana
Capítulo 11: ¿Qué es la revolución humana? [11.8]
11.8 Un proceso incesante de transformación y de autosuperación interior
La revolución humana es uno de los principales temas del diálogo que el presidente Ikeda mantuvo con Aurelio Peccei, cofundador del Club de Roma. Este apartado presenta diversos aspectos de la revolución humana tratado en dicho intercambio.
El término «revolución humana», en el contexto de la Soka Gakkai, fue empleado por primera vez por su segundo presidente, Josei Toda. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno militarista japonés encarceló al señor Toda por su firme práctica del budismo Nichiren. En el transcurso de su encierro, experimentó una profunda revelación religiosa que lo inspiró a dedicar el resto de su vida a propagar dicha filosofía. Para describir este proceso de transformación interior, utilizó el término «revolución humana».
Después de la guerra, se refirió a esta vivencia comparándola con el ejemplo de la novela El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. El héroe del relato sufre una transformación interior, que convierte al joven de corazón puro en un hombre decidido a reivindicarse ante los que le habían causado tanto daño. Esa fue la revolución humana del personaje. La revolución humana personal del señor Toda fue convertirse en alguien comprometido a guiar a todos hacia la felicidad mediante la difusión de una enseñanza budista correcta. Su vida, antes centrada en sus propios intereses, pasó a regirse por profundas convicciones. En nuestro caso, esa convicción fundamental es dar a conocer a otros el budismo Nichiren con el fin de empoderarlos para que sean felices.
El budismo enseña a cultivar la autodisciplina y la libertad con respecto al yugo de los deseos egoístas y las pulsiones instintivas; y, habiendo logrado dicho estado, propone vivir en cooperación y armonía con otros, inspirados por la solidaridad y el cuidado hacia todas las formas de vida, y dedicados a la dicha y el bienestar de cada persona. La tarea primordial para los practicantes budistas es transformar y elevar el yo para llegar a ser esa clase de seres humanos. A la consumación completa de este ideal se la llama «logro de la budeidad», mientras que la «revolución humana» es el proceso de mantener la práctica budista con miras a lograr ese objetivo último.
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A lo largo de la historia y en sentido general, pero más específicamente desde los albores de la edad moderna, ha imperado la creencia de que la clave para la felicidad humana yace en transformar el mundo externo, el entorno natural y los sistemas sociales. Este ha sido el foco central. Probablemente no sea exagerado decir que, en ese proceso, se ha hecho poco hincapié en cambiar nuestra forma de vivir y se ha menoscabado el desafío de regular y elevar las funciones interiores de la mente y del espíritu. Pero en el mundo de hoy, cada vez adquiere más relevancia la labor de cultivar y desarrollar el campo interior de la espiritualidad. A ese esfuerzo lo denominamos «revolución humana».
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Los seres humanos nos dejamos influenciar fácilmente por nuestros impulsos inherentes, por los tres venenos del odio, la codicia y la estupidez. Somos frágiles, como pequeños barcos a merced del oleaje embravecido, vulnerables ante la poderosa marea del karma o del destino. Así como una tempestad puede desviar un bote hacia un destino azaroso, a veces nos vemos compelidos a actuar de manera que contradicen la razón, o dejamos que los intereses egoístas inmediatos amenacen nuestra supervivencia. Por ejemplo, aunque sabemos racionalmente que debemos cuidar el medio ambiente, lo destruimos y contaminamos en nombre del provecho inmediato. O, para mencionar otro caso, aunque de manera consciente sostenemos el valor de la paz, dejamos que la inseguridad y el miedo nos lleven a acumular arsenales militares cada vez más potentes, sin ver que de ese modo un pequeño incidente puede desencadenar una guerra enorme y terrible. Esta clase de desatinos son un hecho frecuente en la historia humana.
Es necesario plantearnos un humanismo firme y comprometido para protegernos de estas fuerzas impulsivas, y contrarrestar las funciones del destino que operan en un nivel más profundo en los individuos y en las sociedades, como corrientes oceánicas invisibles que apartan de su curso a las naves de pequeña eslora.
El budismo enseña que en lo más recóndito de cada individuo existe un núcleo poderoso y vasto, que es el «yo superior» del universo en su totalidad. Y explica de qué modo activar y manifestar ese estado potencial, definido como «naturaleza de buda», y cómo poner en juego sus recursos en la vida y los actos reales.
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En este mundo real donde todos vivimos, no hace falta decir que nadie es perfecto. Los que han logrado la revolución humana, tampoco significa que se hayan convertidos en personas perfectas. Dicho proceso implica esclarecer profundamente nuestro propósito en la vida y esforzarnos por acercarnos a la perfección de a un paso por vez, siempre teniendo presente ese objetivo. La revolución humana no es la meta final; en verdad es un cambio en la dirección o el rumbo de nuestra existencia.
Como resultado de ello, los que están dedicados a esa revolución humana pueden, naturalmente, tener defectos y falencias, al igual que todos, y tal vez, por fuera, no difieran del resto de la gente. Pero, por dentro, son completamente distintos de los que eran antes de iniciar esa exploración espiritual, y a la larga, estas diferencias se harán mucho más evidentes. Este es nuestro concepto sobre el proceso de la revolución humana.
Del diálogo Antes de que sea demasiado tarde, publicado en japonés en octubre de 1984.
La sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.