Parte 2: La revolución humana
Capítulo 14: «¡Sean buenos ciudadanos!» [14.4]

El presidente Ikeda destaca que nuestra revolución humana no transcurre en un plano distante o abstracto, sino en el nivel cotidiano de la conducta y de las acciones, en nuestra forma considerada y bondadosa de interactuar con los demás.

El filósofo francés Voltaire escribió acerca de la felicidad: «Sean sabios, por su propio bien. Sean compasivos con sus semejantes. Construyan su felicidad haciendo felices a los demás».1

«Construyan su felicidad haciendo felices a los demás»… Son palabras muy profundas, que mucho tienen en común con nuestra práctica budista de procurar la dicha de uno mismo y la de nuestros semejantes. La verdadera felicidad no se encuentra en la mera búsqueda egoísta del propio bienestar. Solo es posible lograr la dicha real a través de una práctica sincera, motivada en el deseo de hacer felices a los demás; por eso, esta forma de actuar resulta ser la más sabia también para uno mismo.

Nada es tan importante como nuestra conducta y nuestro esfuerzo cotidiano. Allí es donde brilla el humanismo genuino.

Jean-Jacques Rousseau, contemporáneo de Voltaire, también dijo: «No te fíes de los cosmopolitas que buscan ocupaciones distantes en los libros, pero descuidan las ocupaciones más próximas».2

Los debates filosóficos profundos son importantes, como también los nobles ideales. Asimismo, cumplen un papel valioso las disertaciones inspiradoras sobre los escritos del Daishonin. Pero jamás seamos como esos ideólogos huecos, que pronuncian bellos discursos sobre el amor a la humanidad, pero son incapaces de apreciar a las personas que los rodean. Los que esquivan el trabajo duro y se embriagan con su propia retórica tienen un concepto muy elevado de sí mismos, pero en realidad están lejos de ser personas admirables.

Es fácil dejarse seducir por los ideales abstractos, pero es difícil confrontar la realidad de la vida cotidiana. Espero que, mientras abrigan el sublime ideal del kosen-rufu, se dediquen a la práctica real de alentar y motivar a una persona, a otra y a otra más, para contribuir a ese ideal que nos inspira. Esta es la práctica, el arduo esfuerzo de propagar la Ley Mística en el mundo real.

Del discurso pronunciado en el curso de capacitación juvenil estival, en Shizuoka, el 21 de julio de 1987.