Parte 1: La felicidad; Capítulo 7: Felicidad para uno mismo y para los semejantes [7.3]
7.3 La práctica que conduce al respeto mutuo y al crecimiento compartido
El propósito del budismo es la búsqueda de la felicidad, una existencia de mutua elevación en la cual el gozo se concibe siempre como un sentimiento compartido, respetándonos y apoyándonos unos a otros como camaradas de ruta.
El budismo es la búsqueda de la felicidad. La fe existe para que seamos felices, de modo que el propósito de nuestra práctica budista es alcanzar ese estado de dicha profunda.
Aniruddha, uno de los diez principales discípulos de Shakyamuni, destacado por su percepción de lo divino, una vez se quedó dormido mientras su maestro predicaba. Al reflexionar profundamente sobre su conducta, juró no volver a dormirse. Pero, como consecuencia de esta práctica sin tregua, al cabo del tiempo perdió la vista, aunque se dice que, poco después, desarrolló la visión de la mente.
En una oportunidad, Aniruddha necesitaba zurcir un jirón de su túnica. Pero como era ciego, no podía enhebrar la aguja. Frustrado, murmuró:
—¿No hay nadie que quiera acumular buena fortuna ayudando a un practicante budista a enhebrar esta aguja?
Entonces, alguien se aproximó y le dijo:
—Permíteme aumentar mi buena fortuna…
Aniruddha se quedó sorprendido: había reconocido la voz de Shakyamuni.
—¡De ninguna manera! —le dijo en el acto y agregó: Alguien como tú, Honrado por el Mundo, no necesita adquirir más méritos…
—Por el contrario —interpuso Shakyamuni—. Nadie busca la felicidad tanto como yo.1
Como Aniruddha seguía sin convencerse, Shakyamuni le explicó que hay algo que uno nunca debe dejar de buscar, eternamente. Por ejemplo, en la aspiración a la verdad, jamás llegamos a un punto en que podamos decir: «Con esto basta», y dar por concluidos nuestros esfuerzos. De la misma manera, en nuestro empeño por conducir a otros a la iluminación, no hay una línea de llegada en la cual podamos decir: «Ya está, ya hice lo suficiente». Lo mismo cabe afirmar de nuestra práctica para el desarrollo y el perfeccionamiento personal.
La búsqueda de la felicidad tampoco tiene punto final. Shakyamuni enseñó a Aniruddha que, de todas las fuerzas que existen en el mundo, ya sea en el ámbito humano o celestial, la más intensa es la buena fortuna. Al camino del Buda se llega también a través de la buena fortuna.2
Hay un profundo significado en las palabras de Shakyamuni que dice: «Nadie busca la felicidad tanto como yo»…
La filosofía budista no nos enseña a vivir de espaldas al mundo humano, ni a negar la realidad, ni a actuar como si uno ya hubiera logrado la iluminación y estuviera más allá de la felicidad o del sufrimiento. Es más: los que se creen especiales y únicos en su desarrollo espiritual no han entendido ni una palabra sobre el budismo.
Por el contrario, los auténticos practicantes budistas son quienes buscan humildemente la felicidad y se dedican a su práctica junto al pueblo, de la misma manera que lo hace la gente común. Actúan con valentía y júbilo, más decididos que nadie a aprovechar cada oportunidad de incrementar su buena fortuna. Estos practicantes genuinos nunca caen en la jactancia de considerar que «Con esto ya está bien»; siguen esforzándose con el deseo de acrecer más su buena fortuna y sus beneficios, y de cultivar un estado de felicidad eterna. El corazón del budismo palpita en esta determinación de avanzar siempre hacia el desafío perpetuo y la superación constante.
El sencillo ofrecimiento de Shakyamuni —enhebrar la aguja de Aniruddha— transmite su enorme profundidad de espíritu y su actitud hacia la vida. Su conducta es una expresión natural de su filosofía igualitaria, que le permitía tratar a todos sus compañeros como iguales.
En el Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, el Daishonin declara: «Es como cuando uno mira un espejo y hace una reverencia: la imagen reflejada también se inclina ante uno».3
Porque creemos en la naturaleza de Buda de los demás, los respetamos y valoramos con genuina convicción. Cuando tratamos así a los semejantes, su naturaleza de Buda responde en un nivel primordial, reconociendo nuestra propia budeidad.
En sentido amplio, el encuentro sincero con los demás suele provocar una respuesta de estima y de respeto hacia la vida de uno. Y esto es mucho más cierto cuando nuestra conducta está basada en la oración, es decir, en entonar Nam-myoho-renge-kyo.
A la inversa, el que menosprecia a otros termina siendo denigrado. De acuerdo con el proceso señalado, las personas gobernadas por sentimientos de odio a los semejantes se exponen a ser tratados de la misma manera por los demás.
Abramos un camino de respeto mutuo y de convivencia armoniosa, para poner fin a este círculo vicioso que viene condicionando desde hace tanto tiempo el destino de la humanidad.
Del discurso pronunciado en una reunión ejecutiva europea celebrada en Alemania, el 11 de junio de 1992.
La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.