Parte 1: La felicidad; Capítulo 8:
La postura ante la enfermedad [8.8]
8.8 «Reírse del demonio de la enfermedad»
Con este relato sobre una integrante de la División Femenina que triunfó rotundamente sobre la enfermedad, se nos enseña la importancia de no perder nunca la esperanza y de recurrir a una fe firme para convertir el invierno en primavera.
Un día, al término de una reunión de la División Femenina, supe que una señora a quien yo conocía muy bien iba a ser hospitalizada. La conocía desde su época de estudiante, al igual que a sus padres.
Descubrió un bulto debajo del mentón y había consultado a su médico. Después de varias pruebas, el doctor consideró que era una afección grave, aunque debía hacerle más estudios para confirmar el diagnóstico. Siempre la recordaba como una mujer muy sana, enérgica y activa, de modo que la noticia me tomó por sorpresa. Imaginé cuán angustiada y preocupada debía de estar.
De inmediato compuse un poema a modo de aliento, que pedí le fuera transmitido verbalmente sin demora:
Vive con convicción
largos años y triunfa sobre lo que venga;
ríete del demonio
de las dolencias,
y sé una reina de la longevidad.
Al día siguiente, transcribí el poema en una tarjeta ornamental y se lo envié.
Un día antes de que fuese hospitalizada, le hice llegar otro mensaje: «No se preocupe. Tenga confianza. Estoy orando junto con mi esposa. Tranquilice su mente y, sea cual fuere el resultado, no se deje intimidar por la enfermedad. No acepte ser derrotada. Recuerde: no tiene nada de qué preocuparse. ¡Cuídese mucho!».
Seguí enviándole mensajes al día siguiente (en que se internó) y nuevamente al otro día. Como iba a estar internada varios días para hacerse estudios, esperaba brindarle el mayor aliento posible. Le dije: «Mantenga la alegría. Recuerde que, desde el punto de vista de la eternidad de la existencia, somos “budas en la vida y en la muerte”.1 Sería una lástima responder a los hechos con sentimientos de tristeza. Pase lo que pase, permanezca optimista y positiva».
Le pedí a una camarada de la División Femenina que fuese a visitarla en mi lugar. Me dijeron que se la veía bien, feliz de haber recibido mis mensajes, y que estaba orando con la determinación de vencer al demonio de la enfermedad.
Dos semanas después, antes de que le entregaran los resultados de los análisis, le envié otro mensaje, que pedí le fuese transmitido por teléfono: «¿Cómo se siente? Estoy orando con profunda sinceridad, así que todo estará bien. Va a recuperarse sin falta… Esta enfermedad hará que su oración sea más profunda y su experiencia personal en la fe le volverá más fuerte».
Los estudios revelaron que el bulto era un cáncer, un linfoma maligno. También le encontraron, en lo profundo del estómago, un tumor del tamaño de un puño. Pero como era inoperable, le indicaron comenzar con quimioterapia. Le administrarían una sesión mensual de quimio, durante diez meses. Los primeros dos o tres meses permanecería internada, pero después podría seguir el tratamiento en forma ambulatoria.
Los médicos le advirtieron sobre los efectos adversos de la medicación: caída del cabello, falta de apetito y náuseas, entre otros.
Como todavía no había experimentado ningún síntoma de dolor o de malestar, la charla sobre los efectos colaterales le hizo tomar conciencia por primera vez de que estaba ante una enfermedad que podía costarle la vida.
La noticia fue una tremenda conmoción para sus padres ya mayores y para el resto de su familia. Imagino cuánta preocupación y temor habrán sentido todos.
Me envió una carta donde pude apreciar su admirable postura: «Gracias a su aliento constante, he podido aceptar mi diagnóstico serenamente. Seguiré su consejo y me reiré del demonio de la enfermedad, decidida a seguir luchando jubilosamente y a triunfar».
Quien asume una firme determinación es una persona fuerte. Las oraciones resueltas fortalecen nuestra fuerza vital.
Todos los pacientes que estaban internados en su servicio padecían de afecciones similares. Algunos de ellos confesaban su sufrimiento abiertamente y decían que preferían morir a sobrellevar tratamientos tan penosos. Al ver tanta angustia, comprendió la difícil batalla que tendría por delante. Lo natural habría sido que se sintiera inquieta y ansiosa ante una situación así. Pero esta mujer decidió afrontar el reto con valentía inamovible.
Para sorpresa de todos, después de la primera ronda de quimioterapia no sufrió ninguna molestia ni trastorno. Me hizo muy feliz enterarme de su primer informe tan alentador.
Pronto comenzó a caérsele el pelo, pero el segundo tratamiento también salió bien, y los médicos le permitieron regresar a su casa. Mantuvo el buen apetito e incluso subió de peso. El tumor del estómago se redujo a un tercio de su tamaño original.
Recibí este informe estando de viaje en Rusia. De inmediato le envié un mensaje felicitándola y pidiéndole que no se extenuara demasiado.
Mi esposa, que estaba también orando por su recuperación, le mandó una postal donde le escribió: «Has triunfado en la primera etapa. Por favor, sé paciente y toma las cosas con calma hasta que logres la victoria total. Recuerda: ¡ríete del demonio de la enfermedad!».
Tras varios meses de tratamiento externo, terminó la quimioterapia. El tumor en el estómago había desaparecido casi por completo.
Tuvo que extremar sus cuidados durante todo ese año, porque a raíz de las drogas que le administraron, su sistema inmunológico quedó muy debilitado. Pero, fuera de perder el cabello, no sufrió mayores efectos dolorosos. Incluso reanudó su trabajo. A lo largo de todo ese proceso manifestó tanta alegría, que, a menos que ella lo contara, nadie habría imaginado que había sufrido semejante enfermedad. Su doctor también expresó auténtico asombro.
Recibí una carta de ella colmada de agradecimiento y felicidad. Venía siguiendo de cerca su progreso, y me hizo muy feliz saber que su lucha contra el cáncer había culminado con una gran victoria. En la carta me decía que, a cada instante, recordaba que debía «reírse de la enfermedad», y que esa actitud le había dado inmensa fortaleza y aliento.
Hoy, está mucho más activa que antes de enfermar; muchas personas acuden a ella buscando aliento frente a problemas de salud, porque saben que ella superó una situación realmente grave.
Les cuenta francamente a todas sobre su experiencia vivida y les brinda su aliento sincero. Nada infunde mayor seguridad y esperanza que las palabras de ánimo y de confianza de alguien que ha estado en esa misma situación.
Superar la enfermedad es una experiencia tremendamente significativa, no solo para el propio bienestar, sino porque nos permite inspirar a muchos otros que habrán de pasar por aflicciones similares.
En la vida ocurren situaciones muy diversas. Es más, la vida misma es una sucesión interminable de cambios. Lo que cuenta, en definitiva, es no ser vencidos por nada, seguir luchando y no perder la esperanza.
La vida es una lucha contra nuestra tendencia interna a bajar los brazos cuando las cosas se complican, a transigir y a conformarnos con menos. Por favor, triunfen en la batalla contra ustedes mismos, jurando no ser derrotados y no rendirse jamás.
No esquivemos las dificultades. Tenemos que triunfar sobre los problemas y los sufrimientos. Depende de nosotros crear nuestros propios tesoros a través del esfuerzo personal. «Soy feliz. ¡He triunfado!». Los que pueden afirmar esto con convicción, los que han creado supremo valor en la vida, son personas que irradian el brillo de una personalidad sublime.
Del libro Haha no uta (Oda a las madres), publicado en japonés en agosto de 1997.
La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.
- *1Véase El infierno es la Tierra de la Luz Tranquila, en Los escritos de Nichiren Daishonin, pág. 478.