Parte 1: La felicidad; Capítulo 8:
La postura ante la enfermedad [8.7]
8.7 La fe significa seguir creyendo hasta el final
Este relato sobre un niño que, habiendo superado la aflicción de la mala salud y el miedo a la muerte, llegó a escribir una epopeya inspiradora, nos muestra que por grave que sea nuestra enfermedad, podemos finalmente triunfar en la vida.
La ley de la vida y la muerte es universal y abarca el universo entero. Pero se manifiesta de manera distintiva y singular que difiere de persona a persona. Esto es algo muy complejo que involucra un sinfín de factores.
El budismo enseña que nuestra vida está gobernada, en gran medida, por nuestro karma, formado por nuestras acciones de existencias pasadas. Estamos sujetos a los efectos de un karma inmutable (o fijo), que determina cuánto vivimos y el rumbo básico de nuestra vida. También estamos expuestos a los efectos de un karma mutable (o variable) que podemos experimentar en esta existencia o no, según las circunstancias. Si comparamos estos dos tipos de karma con la enfermedad, el karma inmutable sería como una dolencia grave o incluso terminal, mientras que el karma mutable se compara con una afección relativamente leve, como un resfriado.
La palabra «karma» es de origen sánscrito. En ese idioma, significa «acción». Todos y cada una de nuestros actos, lo que pensamos, decimos y hacemos, queda grabado en nuestra vida. Las buenas acciones generan resultados venturosos y positivos; las malas acciones, consecuencias malas y desafortunadas. Tales efectos se habrán de manifestar tarde o temprano.
La energía, positiva o negativa, que hemos grabado en nuestra vida a través de estas acciones no desaparece en el momento de la muerte. Continúa y se traslada a la existencia siguiente, transmitida de un modo comparable a la ley de conservación de la energía en Física.
Pero el budismo Nichiren enseña que podemos cambiar este tipo de karma. El karma fijo no solo se puede, sino que se debe transformar. Cualesquiera sean los sufrimientos o adversidades que encontremos, debemos vivir plenamente y al máximo posible, luchando con todas nuestras fuerzas hasta triunfar. Quienes obtienen la victoria final son los verdaderos vencedores en la vida.
El triunfo no se decide a mitad de camino. Si ganamos al final, podemos mirar hacia atrás, contemplar todo lo que vivimos hasta ese momento y comprender que cada cosa ha tenido un significado. Pero si somos vencidos en el tramo final, todo lo anterior pierde sentido, por muy favorables que hayan sido las cosas hasta ese momento.
Si los miembros perseveran con firme fe hasta el último momento, habrán triunfado, aunque mueran a causa de una enfermedad. Hay muchas personas que, aun luchando contra alguna patología, han orado por el kosen-rufu y por la felicidad de los demás, y se han esforzado en el diálogo y el aliento hasta su último instante. Su vida y su valentía ante la muerte han infundido ánimo e inspiración a muchos otros. Estas personas renacerán rápidamente con un cuerpo sano.
Conocí a una niña a quien le diagnosticaron un tumor cerebral a los once años y falleció a los catorce. Pero, durante todo el proceso de su enfermedad, tuvo una actitud siempre feliz y brillante. Con su presencia positiva y luminosa, alentaba incluso a los internos adultos del hospital. Consciente de que su enfermedad le habrá ocasionado desgarradores dolores, pero aun así siguió siempre entonando daimoku y alentando a los demás.
En una de sus últimas visitas, antes de fallecer, dijo: «Ya no me importa mi enfermedad. He dejado de hacer daimoku por mí. Hay muchas personas que están peor que yo. Estoy orando con toda mi alma para que abracen la fe lo antes posible y descubran por sí mismos cuán maravilloso es el Gohonzon».
Les dijo a sus padres, con tierno corazón: «¿Y si esto te hubiera pasado a ti, papá? ¡Estaríamos en un tremendo aprieto! Habría sido igualmente grave que esto te ocurriera a ti, mamá. Y si le hubiese sucedido a mi pequeño hermano, no hubiera podido soportarlo. Estoy contenta de haber sido yo la que tuvo que pasar por todo esto y no ustedes […]. Estoy segura de que es el resultado de una promesa que hice antes de nacer. Seré feliz sabiendo que mi vida ha podido inspirar y alentar, aunque sea a una sola persona que haya conocido».
Cuando supe de la lucha de esta niña contra la enfermedad, le envié un ramo de rosas; un abanico japonés donde escribí: «Luz de la felicidad», y una fotografía de un campo de lirios en flor. Cuando recibió estos obsequios, para mi alegría, supe que se puso muy feliz.
A todos los que estaban a su alrededor, les dijo: «La fe significa seguir creyendo hasta el final». Y demostró esas palabras con su propia vida.
A su funeral asistió una multitud de personas. Con apenas catorce años, le habló a más de mil personas sobre la grandeza de la Ley budista.
Estoy convencido de que aquella niña triunfó… Todo lo que le ocurrió tenía un significado. Mejor dicho, a través de su lucha ella misma le dio sentido a sus sufrimientos.
Dijo que la enfermedad era consecuencia de una promesa que había hecho en su existencia pasada. El budismo enseña el principio de «adoptar voluntariamente el karma adecuado»,1 según el cual los practicantes de la Ley Mística eligen por propia decisión nacer en situaciones difíciles para mostrar a los demás el poder del budismo con su victoria y su lucha. Esta es la forma de vivir de los bodisatvas.
Si los que creen en la Ley Mística gozaran de todas las formas de felicidad posibles desde el principio, nadie les creería cuando hablaran del poder supremo y la eficacia del budismo Nichiren. Por eso, voluntariamente elegimos nacer con problemas y sufrimientos, para mostrar a otros en qué consiste la revolución humana. Es como si representáramos un papel conmovedor en la gran saga de la vida.
Del libro Conversaciones sobre la juventud II, publicado en japonés en septiembre de 2000.
La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.
- *1Adoptar voluntariamente el karma adecuado: Alusión a los bodisatvas que, aunque están calificados para recibir las recompensas puras de la práctica budista, renuncian a ellas y juran, en cambio, renacer en una tierra impura para salvar a los seres vivos. Ellos propagan la Ley Mística mientras sobrellevan los mismos padecimientos y aflicciones que la gente que nace en este mundo perverso a causa de su karma. El término deriva de la interpretación de Miao-lo sobre pasajes relevantes del capítulo «El maestro de la Ley» (10.º) del Sutra del loto.