Capítulo 2: Los diez estados
En este capítulo se analizará el principio de los «diez estados», destacando que el propósito fundamental de la fe en el budismo Nichiren es revelar en nuestra vida el estado de budeidad que poseemos en forma inherente.
1. Los seis caminos
El principio de los «diez estados» es una categorización de diez estados reconocibles en el ser humano, que representan la base de la visión budista sobre la vida. Examinando este principio es posible comprender la naturaleza de nuestro propio estado de vida y discernir de qué manera transformarlo.
Los diez estados son: 1) el estado de infierno; 2) el estado de las entidades hambrientas; 3) el estado de los animales; 4) el estado de los asuras; 5) el estado de los seres humanos; 6) el estado de los seres celestiales; 7) el estado de los que escuchan la voz; 8) el estado de los que toman conciencia de las causas; 9) el estado de los bodisatvas; 10) el estado de los budas.
Los primeros seis —estados de infierno, de las entidades hambrientas, los animales, los asuras, los seres humanos y los seres celestiales— se conocen, colectivamente, como los «seis caminos». Los cuatro restantes —estados de los que escuchan la voz, los que toman conciencia de las causas, los bodisatvas y los budas— se denominan «cuatro estados nobles».
De acuerdo con la cosmovisión de la India antigua, los seis caminos se referían, originalmente, a seis mundos en los cuales transmigraba la vida en el incesante ciclo de nacimiento y muerte; luego, el budismo adoptó este concepto. Los cuatro estados nobles son estados de vida que se adquieren por medio de la práctica budista.
En las enseñanzas budistas anteriores al Sutra del loto, los diez estados eran presentados como mundos o reinos de la existencia separados y estáticos. Sin embargo, el Sutra del loto rechaza fundamentalmente este punto de vista y expone que estas diez condiciones son estados interiores que existen en todas las personas. Revela que los seres, en cualquiera de los nueve estados —del infierno al de los bodisatvas —, también poseen en sí mismos el estado de los budas, y que los budas, por su parte, también poseen los otros nueve estados.
Así pues, alguien que en este momento manifiesta solo uno de los diez estados posee dentro de sí los diez en su totalidad y, por ese motivo, puede manifestar cualquier otro en respuesta a los estímulos externos. Esta enseñanza, según la cual cada uno de los diez estados contiene potencialmente a los otros nueve, se llama «posesión mutua de los diez estados». (En el capítulo 5, se ofrece una explicación más detallada de este concepto.)
Nichiren Daishonin señala: «Ni la tierra pura ni el infierno existen fuera de nosotros mismos; ambos se encuentran en nuestro corazón. Cuando uno toma conciencia de esto, pasa a llamarse buda; mientras lo ignora, sigue siendo una persona común».1
Cada vida posee la totalidad de los diez estados. Esto significa que aunque, en este momento, estemos experimentando las angustias del estado de infierno, podemos transformarlas en el jubiloso estado de budeidad. El principio de los diez estados, basado en el Sutra del loto, abre la posibilidad de este tipo de transformación dinámica.
Examinemos ahora la naturaleza de cada uno de los diez estados. En primer lugar, con respecto a los seis estados inferiores —o seis caminos—, el Daishonin escribe en El objeto de devoción para observar la vida:
[C]uando en distintos momentos observamos la faz de una persona, a veces la encontramos feliz; a veces, furiosa; en ocasiones, serena. En ciertas circunstancias, el rostro humano expresa codicia; en otras, necedad, y en otras, perversidad. El odio corresponde al estado de infierno; la codicia, al de las entidades hambrientas; la estupidez, al de los animales; la perversidad, al de los asuras; la alegría, al de los seres celestiales; la calma, al de los seres humanos.2
A partir de este pasaje, examinemos cada uno de los seis caminos.
1) El estado de infierno
En japonés, «infierno» se dice jigoku (en sánscrito, naraka); esta palabra, literalmente, quiere decir «cárcel subterránea». Las escrituras budistas describen diversas clases de infiernos; entre ellos, los ocho infiernos fríos y los ocho infiernos calientes.
El estado de infierno es el más bajo; las personas que viven subjetivamente en esta condición se sienten prisioneras del sufrimiento y privadas por completo de la libertad.
El Daishonin escribe: «El infierno es una temible morada de fuego».3 En el estado de infierno, el mundo circundante se experimenta como un lugar que inflige un sufrimiento extremo e intenso, como si uno estuviera quemándose vivo entre las llamas.
En El objeto de devoción para observar la vida, el Daishonin escribe: «El odio corresponde al estado de infierno». Ese odio se origina en una intensa frustración o insatisfacción, que pueden estar dirigidas contra la propia vida, cuando el sujeto no consigue lo que desea, o contra el mundo que es percibido como la causa del sufrimiento. El infierno es la expresión de una vida atormentada, irremediablemente atrapada en un espacio vital de aflicción.
Por ende, en este estado subjetivo la vida misma produce dolor, y todo lo que se ve está teñido de infelicidad y de pesadumbre.
2) El estado de las entidades hambrientas
El estado de las entidades hambrientas, o estado de hambre, se caracteriza por el deseo insaciable y por el sufrimiento derivado de la insatisfacción de esa ansia abrasadora.
En la antigua mitología india, los «espíritus hambrientos» (en sánscrito, preta) se referían originariamente a los fallecidos o a los espíritus de los difuntos, que según se creía sufrían de hambre a cada instante. Por esa razón, se usó la imagen de las «entidades hambrientas» para describir el estado en que el sujeto vive atormentado por deseos intensos e insaciables.
El Daishonin escribe: «[L]a codicia [corresponde] al [estado] de las entidades hambrientas» y «[E]l reino de las entidades hambrientas es un lastimoso lugar donde estas, impulsadas por el hambre extremo y la sed, devoran a sus propios hijos».4 El hambre tan intensa que impulsa a un ser incluso a comer a sus propios hijos denota un estado de sufrimiento humano en el cual el ansia incontrolable gobierna el corazón y la mente.
Desde luego, los deseos y las ansias tienen aspectos positivos y negativos. Los seres humanos no podrían sobrevivir sin la pulsión de comer. Los deseos, asimismo, pueden ser una fuerza motivadora del progreso y de la autosuperación. Pero, en el estado de hambre, el deseo es una función que esclaviza y genera sufrimiento, y no puede utilizarse con fines creativos o constructivos.
3) El estado de los animales
El mundo de los animales o estado de vida de animalidad se caracteriza por la estupidez o insensatez, en el sentido de que el sujeto no vive gobernado por la razón, sino por sus pulsiones instintivas, que solo le permiten pensar en la gratificación y en los beneficios inmediatos.
El Daishonin escribe: «La estupidez [corresponde] al [estado] de los animales». Esto describe una conducta impulsiva, movida por la búsqueda del beneficio a corto plazo, donde no se comprende la ley de causa y efecto ni hay capacidad de discernir entre el bien y el mal, o entre lo correcto y lo incorrecto.
El Daishonin se refiere así al estado de animalidad: «Es propio de las bestias amenazar a los débiles y temer a los poderosos»,5 y dice también: «[E]l de los animales [está marcado] por el principio de matar o dejarse morir».6 Afirma que el estado de animalidad se rige por la ley de la jungla, una lucha por la supervivencia donde uno se muestra dispuesto a dañar a otros para seguir con vida, lejos de todo sentido de la conciencia o de la razón. Las personas en este estado solo pueden considerar la recompensa inmediata, incapaces de medir las consecuencias futuras; gobernadas por la insensatez, terminan orquestando su propio sufrimiento y autodestrucción.
[Nota: El uso del término «animal» deriva de las creencias de la antigua India. Naturalmente, hay ejemplos de animales como los perros cuidadores, que se dedican a asistir a otros con lealtad; asimismo, ciertas conductas humanas, como la guerra o el genocidio, son mucho más crueles y brutales que el comportamiento de los animales no humanos].
Ya que los estados de infierno, de las entidades hambrientas y de los animales representan distintas condiciones vitales caracterizadas por el sufrimiento, se los llama colectivamente los «tres malos caminos».
4) El estado de los asuras
Los asuras eran demonios pendencieros que describía la antigua mitología india.
Una característica del estado de los asuras —a veces llamado estado de ira— es la obsesión por establecer la superioridad o la importancia de la propia persona, y la tendencia a compararse siempre con los demás o a querer ser mejor que otros.
Cuando las personas en este estado conocen a otros a quienes consideran inferiores, responden con arrogancia y desprecio. Pero incluso cuando admiten que otros son superiores a ellos en algún aspecto, tampoco pueden respetarlos. Y cuando están frente a alguien realmente mucho más poderoso, se muestran serviles y cobardes.
Los que viven en el estado de los asuras suelen adoptar una imagen exterior de virtud y de nobleza, y a veces fingen ser humildes para impresionar a otros, pero por dentro sienten rencor y envidia por las personas a quienes consideran mejores. Esta discrepancia entre la apariencia y la realidad interior los conduce a vivir con hipocresía y autoengaño, dos rasgos característicos de este estado de vida.
Por eso, el Daishonin escribe: «[L]a perversidad [corresponde] al [estado] de los asuras».7 Aquí, «perversidad» significa ocultar lo que uno siente para congraciarse con los demás. Esta conducta tiene dos aspectos: por un lado, se expresa como servilismo y engaño; por el otro, como una distorsión de la razón.
A diferencia de las personas en los tres malos caminos —los estados de infierno, hambre y animalidad— dominadas por los tres venenos de la codicia, el odio y la estupidez,8 los que están en el estado de los asuras actúan por su propia voluntad. En tal sentido, puede decirse que el estado de los asuras es más elevado que los tres malos caminos. No obstante, como es una condición de vida donde abunda el sufrimiento, junto a los tres estados anteriores forma una categoría llamada «los cuatro malos caminos».
5) El estado de los seres humanos
El estado de los seres humanos o de humanidad es una condición de calma y equilibro en la cual las personas conservan sus cualidades distintivamente humanas. El Daishonin afirma: «La calma [corresponde] al [estado] de los seres humanos».9
Las personas en estado de humanidad comprenden el principio de causa y efecto, y su raciocinio les permite discernir la diferencia entre el bien y el mal.
El Daishonin escribe: «A los sabios puede llamárselos humanos, pero los desconsiderados no son más que animales».10 Las personas en estado de humanidad tienen la capacidad de reconocer lo bueno y lo malo, y de ejercer autocontrol.
Este estado de vida no puede mantenerse sin esfuerzo. En el ámbito social, donde hay numerosas influencias negativas, es difícil vivir de una manera realmente humana. Para ello, es necesario llevar a cabo una tarea continua de autosuperación y de desarrollo personal. El estado de humanidad es el primer paso hacia un estado de vida caracterizado por la victoria sobre uno mismo.
Se considera que las personas en estado de humanidad son «el vehículo correcto para alcanzar los nobles caminos».11 Aunque son vulnerables a caer en los malos caminos en respuesta a malas influencias, también tienen el potencial de avanzar hacia los cuatro estados nobles, o estados iluminados, a través de la práctica budista.
6) El estado de los seres celestiales
En la antigua cosmología india, el término «cielo» se refería tanto a seres celestiales dotados de poderes sobrenaturales como al reino o lugar donde vivían. Así pues, en la India de la Antigüedad se creía que las personas que llevaban a cabo buenas acciones en esta existencia podían renacer como deidades en un reino celestial.
En el budismo, se considera que el estado de los seres celestiales, o estado de «éxtasis» es una condición subjetiva que uno experimenta cuando, a través de un esfuerzo, consigue lo que desea. El Daishonin escribe: «La alegría [corresponde] al [estado] de los seres celestiales».12
Hay toda clase de deseos: desde la necesidad instintiva de comer o dormir, hasta la apetencia de bienes u objetos materiales, como una casa o un automóvil, pasando por aspiraciones públicas como el deseo de reconocimiento o de posición social, o deseos de tipo intelectual o espiritual, como la pulsión de la creación artística o el afán de conocer mundos sin descubrir. El estado de deleite o de éxtasis al que uno se entrega cuando satisface cualquiera de estos deseos es lo que denominamos «estado de los seres celestiales».
Pero este tipo de alegría no es duradera; desaparece o pierde intensidad con el paso del tiempo. En tal sentido, el estado de los seres celestiales no es el tipo de felicidad genuina que debería constituir nuestro propósito central.
2. Los cuatro estados nobles
Los «seis caminos», que van desde el estado de infierno hasta el de los seres celestiales, son susceptibles a las influencias externas.
Cuando uno cumple sus deseos, siente la dicha del estado de los seres celestiales, y cuando las condiciones del mundo circundante son estables y tranquilas, se experimenta la serenidad del estado de los seres humanos. Pero si estos factores externos cambian, es fácil desplomarse en estados de sufrimiento intenso, como el de infierno o el de las entidades hambrientas.
Ya que están sujetos a las condiciones externas, estos seis estados de vida no son realmente libres o autónomos.
El fin de la práctica budista es trascender los seis caminos y establecer un estado de felicidad generado por el propio sujeto, que no sea controlado por las condiciones circundantes. Los estados esclarecidos que se cultivan por medio de la práctica budista se denominan «cuatro estados nobles»: el de los que escuchan la voz, el de los que toman conciencia de las causas, el de los bodisatvas y el de los budas.
7) y 8) Los estados de los que escuchan la voz y los que toman conciencia de las causas
Tradicionalmente, los practicantes del Hinayana lograban dos estados: el de los que escuchan la voz y el de los que toman conciencia de la causa.
Los que adquieren estos dos estados, también conocidos como «aprendizaje» y «comprensión intuitiva», se denominan conjuntamente «personas de los dos vehículos».
El estado de los que escuchan la voz es el de aquellos que adquieren una especie de iluminación parcial a partir de escuchar las enseñanzas del Buda.
El estado de los que toman conciencia de las causas es el de aquellos que adquieren una especie de iluminación parcial a través de su propia observación y esfuerzo. También se denomina estado de los que toman conciencia de las causas por sí mismos.
La iluminación parcial de las personas de los dos vehículos consiste en comprender la transitoriedad de todos los fenómenos; es decir, entender que todas las cosas cobran existencia y dejan de existir, y cambian de manera constante. A través de la observación de sí mismos y del mundo circundante, los que escuchan la voz y los que toman conciencia de las causas perciben verdades referidas al cambio incesante de la vida: que todo surge en respuesta a las causas y condiciones externas, todo cambia con el paso del tiempo, y todo deja de existir tarde o temprano. Por eso, estas personas se esfuerzan por superar su apego a los fenómenos transitorios.
Hay momentos de nuestra vida cotidiana en los cuales tomamos clara conciencia de que nada es permanente, ni siquiera nosotros mismos. El Daishonin observa: «El hecho de que todo en este mundo sea transitorio nos resulta muy claro. ¿No es porque los estados de los dos vehículos están presentes en el mundo humano?».13 Nos dice que el estado de los seres humanos también posee la capacidad de percepción de los que escuchan la voz y de los que comprenden las causas.
Quienes buscaron alcanzar los estados de vida de los dos vehículos identificaron que la causa del sufrimiento era el apego a las cosas y a los fenómenos transitorios e impermanentes; con esta conciencia, procuraron erradicar tales apegos y otros deseos mundanos. Sin embargo, en este afán, su búsqueda se desvió equivocadamente hacia la extinción total del cuerpo y de la mente (enseñanza que se conocía como «reducir el cuerpo a cenizas y aniquilar la conciencia»).14
Desde la perspectiva de la iluminación del Buda, el esclarecimiento logrado por las personas de los dos vehículos es imperfecto y parcial. Pero los practicantes que alcanzan estos estados se dan por satisfechos con este nivel de desarrollo inferior y no buscan la iluminación completa de los budas. Aunque reconocen que la iluminación de su maestro, el Buda, es superior, no se consideran capaces de adquirir el mismo estado que él, y por eso no trascienden los límites de su esclarecimiento relativo.
Además, las personas en los estados de los que escuchan la voz y los que toman conciencia de las causas tienden a centrarse únicamente en sus aspiraciones personales y a no esforzarse por ayudar a otros a iluminarse. Este egocentrismo es la principal limitación de las personas en estos dos estados de vida.
9) El estado de los bodisatvas
El término sánscrito original bodhisattva denota un ser vivo (sattva) que constantemente procura alcanzar la iluminación (bodhi) de un buda. Si bien las personas en los dos vehículos aceptan al Buda como maestro, no creen que sea posible lograr el mismo estado de vida que los budas. En cambio, los bodisatvas que también consideran al Buda su maestro, tienen la meta de alcanzar el mismo estado iluminado que él. Asimismo, su deseo constante es guiar a otros a la iluminación, a través de comunicar y difundir las enseñanzas del Buda.
Lo que distingue a los bodisatvas —o sea, a las personas en estado de bodisatva— es su afán sincero de lograr el estado de vida más elevado posible, la budeidad, y su esfuerzo altruista por compartir los beneficios que han obtenido mediante la práctica del budismo.
La vida del bodisatva es solidarizarse con las aflicciones y penurias de los semejantes; es tomar iniciativas para eliminar ese sufrimiento e impartir alegría, buscando siempre la felicidad de los demás a la par de la felicidad propia.
Así como las personas de los dos vehículos procuraban solo su bienestar personal, conformándose con un grado de iluminación parcial, los que están en estado de bodisatva actúan con sentido de la misión, en bien de sus congéneres y de la Ley.
De tal manera, la esencia del estado de bodisatva es el amor compasivo y la benevolencia. La palabra sánscrita karuna (en japonés, jihi), que denota ese «amor compasivo», también se traduce a veces como «bondad» o «compasión». En El objeto de devoción para observar la vida, el Daishonin escribe: «Hasta un villano desalmado ama a su esposa y a sus hijos. Él, también, posee dentro de sí una parte del estado de bodhisattva».15 La persona más depravada siente amor por su esposa y sus hijos, precisamente porque el sentimiento de bondad y aprecio a otros existe en forma intrínseca en todos los seres. Los que viven en estado de bodisatva extienden esta benevolencia y este amor humanitario a todas las personas, y hacen de ello la base de su vida.
10) El estado de los budas
El estado de budeidad es el estado de vida más noble y elevado, manifestado por los budas.
Buda significa «el iluminado»; un buda, entonces, es la persona que ha tomado conciencia de la Ley Mística, la ley primordial que permea todo el universo y todas las expresiones de la vida. Específicamente, el término se aplicó a Shakyamuni, quien vivió en la India; pero en el vasto conjunto de los sutras se describe a muchos otros budas, como Amida. Estos, sin embargo, son seres de existencia ficcional, concebidos para simbolizar aspectos sublimes del estado iluminado de budeidad.
Nichiren Daishonin es el Buda del Último Día de la Ley, quien, sin dejar de ser una persona como todas, de carne y hueso, reveló en su vida el estado infinitamente digno de la budeidad, y dejó establecida una práctica para que todas las personas manifiesten esa misma iluminación.
La budeidad es un estado de vida amplio y elevado, donde se experimentan abundantes beneficios y buena fortuna; se cultiva a través de percibir que la Ley Mística es el origen o la raíz del propio ser. Habiendo logrado este estado de vida, un buda es capaz de poner en juego una sabiduría y un amor compasivo sin límites, con el fin de empoderar a todas las personas para que logren el mismo estado de vida iluminado que él.
El estado de budeidad existe de manera inherente en nuestro propio ser. Sin embargo, es difícil de manifestar en el contexto de nuestra vida cotidiana, colmada de problemas y de desafíos interminables. Por tal razón, el Daishonin inscribió un objeto de respeto o de devoción primordial llamado Gohonzon, como medio para que todos los seres humanos puedan activar y manifestar su propia budeidad innata.
El Gohonzon corporiza el estado de vida iluminado de Nichiren Daishonin, el Buda del Último Día de la Ley, cuya esencia es Nam-myoho-renge-kyo.
Cuando creemos en el Gohonzon y entonamos Nam-myoho-renge-kyo por la felicidad de nosotros mismos y de los demás, activamos los recursos de ese estado de budeidad que poseemos en forma intrínseca.
En El objeto de devoción para observar la vida, el Daishonin describe la profunda relación que hay entre la fe en la Ley Mística y el estado de budeidad: «Si las personas comunes nacidas en la última época pueden creer en el Sutra del loto es porque, en el estado de humanidad, existe el estado de Budeidad».16
El Sutra del loto revela que todas las personas son budas en forma inherente; los seres humanos podemos creer en esa enseñanza precisamente porque nuestra vida posee, de manera esencial, el estado de budeidad.
Nichikan17 escribió: «Lo que denominamos estado de budeidad es la firme fe en el Sutra del loto».18 Aquí, el término «Sutra del loto» denota el Gohonzon donde está corporizado Nam-myoho-renge-kyo. Este es el Sutra del loto del Último Día de la Ley. Por lo tanto, el estado de budeidad no es otra cosa que basar nuestra vida en el Gohonzon con «firme fe».
El estado de vida de la budeidad, alcanzado mediante la fe en la Ley Mística, puede describirse en términos contemporáneos como un estado de felicidad absoluta, que nada puede destruir. Josei Toda, el segundo presidente de la Soka Gakkai, decía que en el estado de budeidad, el solo hecho de estar vivos nos produce felicidad.
La budeidad a menudo suele compararse con el «espíritu del rey león», ya que se caracteriza por la absoluta convicción y la compostura de no temer a nada, atributos generalmente asociados a la imagen del león, el rey de los animales.
- *1END, pág. 478.
- *2Ib., pág. 377.
- *3Ib., pág. 1071.
- *4Ib., pág. 1071.
- *5Ib., pág. 320.
- *6Ib., pág. 1071.
- *7Ib., pág. 377.
- *8Tres venenos, u odio, codicia y estupidez: Males fundamentales inherentes a la vida, que dan origen al sufrimiento humano. En el célebre Tratado sobre la gran perfección de la sabiduría, comúnmente atribuido al estudioso indio Nagarjuna, se considera que los tres venenos son la fuente de todas las ilusiones y deseos mundanos. Se los llama así porque contaminan la vida de la gente y le impiden inclinar su mente y sus sentimientos hacia la bondad.
- *9END, pág. 377.
-
*10Ib., pág. 893.
- *11Vehículo correcto para alcanzar los nobles caminos: Pasaje del Tratado sobre el ascenso del mundo donde se afirma que los seres humanos representan la forma de vida o el vehículo más apropiado para lograr el camino del Buda.
- *12END, pág. 377.
- *13END, pág. 377.
- *14Reducir el cuerpo a cenizas y aniquilar la conciencia: Referencia a una doctrina del Hinayana que bodhiafirma que solo es posible lograr el nirvana y escapar de las aflicciones ligadas al ciclo interminable de nacimiento y muerte a través de extinguir el cuerpo y la mente, que son el origen de los deseos mundanos, las ilusiones y los sufrimientos.
- *15END, pág. 377.
- *16END, pág. 377.
- *17Nichikan (1665-1726) fue un sacerdote y estudioso que vivió en el Japón durante el período Edo (1603-1868). Sistematizó y revivió los principios budistas que Nichiren Daishonin transmitió y legó a su sucesor y discípulo directo Nikko.
- *18Nichikan: «Sanju hiden sho» (La triple enseñanza secreta), en Rokkansho (Escritos en seis volúmenes), Tokio: Seikyo Shimbunsha, 1960..