La nueva revolución humana
Epílogo
Epílogo
Se han abierto, de par en par, las puertas de un nuevo capítulo de la historia. El sol del budismo Nichiren hoy resplandece radiantemente en el cielo del siglo XXI, y el estandarte del humanismo Soka flamea en 192 países y territorios del mundo.
Nichiren Daishonin escribe: «Es seguro que la gran Ley pura de Nam-myoho-renge-kyo se propagará y será proclamada en forma amplia en todo el territorio de Jambudvipa [es decir, el kosen-rufu del mundo entero]».1 La Soka Gakkai ha hecho realidad estas palabras del Daishonin creando este inmenso rio eterno del kosen-rufu mundial que nutrirá y enriquecerá los más de diez mil años del Último Día de la Ley. Con la publicación de este volumen final, ha concluido la saga de La revolución humana (con sus doce volúmenes) y de La nueva revolución humana (con sus treinta volúmenes), que describen el juramento de lograr el kosen-rufu y el proceso de construcción de la paz.
Han transcurrido cincuenta y cuatro años desde que comencé a escribir La revolución humana, el 2 de diciembre de 1964, y 25 años desde que inicié la creación de La nueva revolución humana [el 6 de agosto de 1993]. Estoy seguro de que mi maestro Josei Toda estará feliz y sonriente de ver que su discípulo ha finalizado la crónica sobre la labor de la Soka Gakkai en pos del kosen-rufu habiendo consagrado alma y vida a este desafío literario.
La revolución humana comienza poco antes de la capitulación del Japón en la Segunda Guerra Mundial, el 3 de julio de 1945; es decir, el día en que Toda termina su injusto encierro a manos de las autoridades militares del país y recupera la libertad. Su maestro Tsunesaburo Makiguchi, prisionero como él, había muerto en la cárcel en defensa de sus convicciones. La Soka Gakkai que él había fundado y presidido se hallaba prácticamente desmantelada. Pero Toda, heredero de la obra de su mentor, una vez libre se dedicó a reconstruir el movimiento cuya conducción asumiría años después, como segundo presidente. La novela narra la gesta del maestro Toda, secundado por su discípulo Shin’ichi Yamamoto, para alcanzar la gran meta que aquel se trazó en vida —expandir la membresía de la Soka Gakkai a 750 000 familias y edificar las bases del kosen-rufu del Japón— antes de su muerte acaecida el 2 de abril de 1958. Y concluye con la asunción de Shin’ichi, su sucesor, como tercer presidente de la Soka Gakkai.
En La revolución humana, concebida como una novela biográfica sobre mi maestro, me propuse dar a conocer al mundo su vida y su obra, y contar la verdad sobre el hombre que perseveró afrontando el peso de todas las críticas y los prejuicios sobre la Soka Gakkai. También quise dejar a la posteridad una crónica fiel y verdadera sobre el espíritu de la Soka Gakkai, y un testimonio sobre el camino de la fe genuina.
La revolución humana comenzó a publicarse en entregas sucesivas en el Seikyo Shimbun desde el Año Nuevo de 1965, y la última entrega llegó a los lectores el 11 de febrero de 1993. Sin embargo, a partir de entonces muchos de nuestros miembros me expresaron su deseo de que escribiera una continuación a la obra.
La verdadera grandeza de un mentor se mide por la vida y los logros de sus discípulos. Además, para transmitir el espíritu del señor Toda a las generaciones futuras, sabía que tendría que narrar las luchas de los discípulos que heredaron su legado. Por otro lado, al deseo de los miembros se sumó el pedido del Seikyo Shimbun para que continuara escribiendo el relato en una nueva obra. Consciente de que esa era mi misión, entonces, no pude sino aceptar.
Comencé a trabajar en La nueva revolución humana el 6 de agosto de 1993, en el Centro de Conferencias de Nagano. La ciudad de Karuizawa, donde se encuentra este edificio, es un lugar entrañable para mí; allí pasé mi último verano junto con el señor Toda, en agosto de 1957, y fue en dicha ocasión cuando me prometí que escribiría una novela sobre la vida de mi mentor. El 6 de agosto de 1993, por otro lado, fue el 48.° aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima, el primer ataque con armas nucleares que hubo en nuestro planeta. En ese momento y en ese lugar, decidí comenzar la escritura de La nueva revolución humana.
Mucho antes, el 2 de diciembre de 1964, había empezado a escribir La revolución humana, en Okinawa, sitio de cruentas batallas terrestres durante la Segunda Guerra Mundial. Aquella obra comenzaba con la frase: «No hay barbarie que se compare con la guerra. Ni existe nada más cruel».
Y su continuación, La nueva revolución humana, empieza diciendo: «Nada es tan preciado como la paz. Nada produce tanta felicidad. La paz es el punto de partida fundamental para el avance del género humano».
El propósito del kosen-rufu mundial es hacer realidad la paz y la felicidad para todos los habitantes de la Tierra. En estas palabras iniciales de ambas novelas, quise dejar una eterna constancia de mi juramento como discípulo, dispuesto a perpetuar los ideales y el corazón de los dos primeros presidentes de la Soka Gakkai, y a trabajar para que el rumbo de la historia se apartara de un siglo de guerra y avanzara hacia una centuria de paz.
Inicié la escritura de La nueva revolución humana a los 65 años, teniendo en mente una obra en treinta volúmenes. Sabía que esta tarea iba a superponerse a un sinfín de actividades y compromisos, no solo en el Japón sino en todo el mundo. En suma, comencé la labor sabiendo perfectamente que solo podría terminarla durante esta existencia librando una lucha intensa y sin concesiones.
La publicación en entregas consecutivas en el Seikyo Shimbun comenzó el 18 de noviembre de 1993.
Cada día fue una batalla donde volqué por entero mi alma y vida. Imaginando a nuestros preciados camaradas del Japón y del mundo, que tanto se estaban esforzando en la fe y en la práctica, fui dando forma a la historia desde los confines más recónditos de mi ser, como si cada escena fuese una carta personal de aliento a todos y cada uno de ellos. Al mismo tiempo, la escritura significó para mí una interlocución directa y constante con mi mentor. Su voz resonaba en mi mente, urgiéndome a transmitir a la posteridad el espíritu de la Soka Gakkai y a cumplir mi misión en esta vida. Y esto hacía que me olvidara del cansancio y me armara de valor.
Terminé el sexto y último capítulo del volumen 30, «El juramento», el 6 de agosto de 2018, exactamente 25 años después de haber iniciado la novela. Lo hice en el mismo Centro de Conferencias de Nagano donde había escrito el primer trazo. Cuando empecé la redacción de este capítulo, ya había decidido que la entrega final debía aparecer en el Seikyo Shimbun el 8 de setiembre, aniversario de la histórica «Declaración para la abolición de las armas nucleares» que mi maestro había hecho en 1957. Esa jornada había sido el punto de partida de todo nuestro movimiento por la paz; en respuesta al alegato pacifista de mi maestro, yo había viajado por el mundo y había trabajado junto a los miembros para generar una marea creciente del humanismo Soka. Por lo tanto, sentí que no había mejor día que ese para dar por concluida la saga de los sucesores del maestro Toda.
La nueva revolución humana comienza cuando Shin’ichi emprende su primer viaje a ultramar el 2 de octubre de 1960, cinco meses después de asumir la tercera presidencia de la Soka Gakkai, el 3 de mayo. Narra sus actividades en el Japón para construir un castillo del kosen-rufu que representara la victoria del pueblo, y también sus viajes a 54 países y territorios, en los cuales sembró la semilla de la Ley Mística en bien de la paz y construyó incontables puentes de intercambio cultural y educativo. El relato continúa hasta noviembre de 2001, año que además de marcar el inicio de un nuevo siglo, fue un hito trascendental hacia el cual venía avanzando la Soka Gakkai.
En el trascurso de esas décadas, llegó a su fin la Guerra Fría entre el Este y el Oeste, y se disolvió la Unión Soviética, uno de los principales actores de ese conflicto. Durante ese período de enfrentamiento internacional y con el deseo de unir a la humanidad, Shin’ichi entabló conversaciones con numerosos pensadores del mundo, empezando por el historiador Arnold J. Toynbee. En un momento de máxima tensión entre la Unión Soviética y la China, viajó varias veces a ambos países y dialogó con el primer ministro Aleksei Kosygin y con su par chino Zhou Enlai. Voló a los Estados Unidos, donde se reunió con el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger. Años después, se encontró a discurrir en varias ocasiones con el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, con quien cultivó una franca amistad.
El budismo Nichiren enseña que todas las personas poseen la naturaleza de Buda. Es una profunda enseñanza que afirma la dignidad y el valor inapreciable de la vida, así como también la igualdad fundamental entre todos los seres humanos. Su espíritu de amor universal es un modelo de conducta humana. El budismo Nichiren es una gran filosofía, que puede transformar el recelo en confianza y el odio en amistad, revertir la guerra y los conflictos, y establecer una paz duradera. Los viajes de Shin’ichi por la paz se inspiraron en el deseo de que los ideales y principios humanísticos del budismo marcaran el pulso de la época y unieran al mundo.
Un acontecimiento crucial que permitió a la Soka Gakkai acelerar su desarrollo dinámico y su firme avance hacia el kosen-rufu mundial fue su independencia espiritual del clero corrupto y anacrónico de la Nichiren Shoshu.
La Soka Gakkai había soportado estoicamente el maltrato permanente de los sacerdotes, que despreciaban sin escrúpulos a los creyentes laicos. Durante largos años hizo lo indecible para mantener las relaciones armoniosas entre el clero y el laicado, brindando siempre un generoso apoyo a la Nichiren Shoshu. Esta actitud estuvo inspirada en el único deseo de promover el kosen-rufu, la voluntad y el deseo de Nichiren Daishonin. Pero los prelados de la Nichiren Shoshu se volvieron cada vez más dogmáticos y propensos a abusar de su autoridad sacerdotal. Llegaron a condenar como «actos contrarios a la Ley» las obras artísticas que, aun inspiradas en otras tradiciones religiosas, eran atesoradas mundialmente como patrimonio cultural de la humanidad. En un proceso de autoritarismo cada vez más extremo, adoptaron una política de discriminación inaudita contra los laicos e intentaron crear un sistema de control que sometía a los creyentes a la autoridad del clero presidido por el Sumo Prelado. Este giro constituyó una traición al espíritu del Daishonin y una violación a las enseñanzas budistas, que proclamaron desde siempre la dignidad de la vida y la igualdad entre todas las personas.
Semejantes abusos, si no eran rectificados, podían distorsionar irreparablemente los principios esenciales del budismo Nichiren y convertirlo en lo opuesto a una filosofía para la felicidad y la paz de todas las personas. Ante ese panorama, la Soka Gakkai se puso de pie, unida por la consigna «¡Volvamos al espíritu de Nichiren Daishonin!», y confrontó las desviaciones del clero con el espíritu de promover una reforma religiosa. Aun cuando la Soka Gakkai era la organización que estaba impulsando el kosen-rufu exactamente de acuerdo con la visión del Daishonin, la respuesta de la Nichiren Shoshu fue emitir una orden de disolución e, inmediatamente después, un anuncio de excomunión masiva.
El 28 de noviembre de 1991, cuando la Nichiren Shoshu notificó esta medida, se convirtió en el Día de la Independencia Espiritual de la Soka Gakkai y fue la fecha en que sus miembros pudieron liberarse del yugo opresivo del clero. A partir de entonces, desaparecieron los oscuros nubarrones que se cernían sobre el futuro y, de un día para el otro, se despejó por completo el camino hacia el kosen-rufu mundial. Para la Soka Gakkai, fue el amanecer de una nueva era que le permitió alzar vuelo hacia el siglo XXI como un verdadero movimiento religioso global.
Tanto La revolución humana como La nueva revolución humana tienen un tema en común: «La gran revolución humana de un solo individuo puede generar un cambio en el destino de un país y, más aún, propiciar un cambio en el rumbo de toda la humanidad».
¿Cómo hacemos, entonces, para emprender la transformación de nuestro karma o destino?
La respuesta yace en la profunda revelación que experimentó Josei Toda en la cárcel. Decidido a llegar hasta la verdad más profunda del Sutra del loto, leyó minuciosamente sus pasajes, una y otra vez, y entonó Nam-myoho-renge-kyo en su celda, día tras día durante su encierro. Esta práctica asidua lo llevó a comprender que él había estado presente, junto con Nichiren Daishonin, en la Ceremonia en el Aire del Sutra del loto y que era un Bodhisattva de la Tierra, a quien se le había confiado la propagación del budismo en el Último Día de la Ley. El descubrimiento lo llenó de dicha incontenible y, con esa conciencia, juró dedicar su existencia al kosen-rufu.
El Daishonin escribe: «Si usted comparte el mismo corazón que Nichiren, tiene que ser un Bodhisattva de la Tierra».2 Como esto indica, los que nos consagramos al kosen-rufu tal como enseña el Daishonin somos, irrefutablemente, Bodhisattvas de la Tierra. Pero si somos nobles bodhisattvas a quienes se les ha encomendado la solemne misión de lograr el kosen-rufu, ¿por qué hemos nacido con un karma signado por toda clase de sufrimientos?
En el capítulo «El maestro de la Ley» (10.º) del Sutra del loto se lee: «Estas personas voluntariamente renuncian a las recompensas que les corresponderían por sus acciones puras y, compadecidas ante los seres vivos, nacen en el mundo malvado después de mi extinción para exponer ampliamente este sutra».3 El gran maestro Miao-lo de la China señala que en este pasaje se expone el principio de «adoptar voluntariamente el karma adecuado».
A partir de esta explicación, cada uno ha hecho, como bodhisattva, el juramento de guiar a otros a la iluminación; para ello, ha elegido nacer en esta época de maldad —el Último Día de la Ley— con diversas circunstancias kármicas —enfermedades, penurias económicas, discordia familiar, soledad, falta de autoestima y tantas otras situaciones— que hacen al destino. Pero entonar Nam-myoho-renge-kyo, esforzarnos en la práctica budista para uno y para los demás, y dedicar nuestra vida al kosen-rufu nos permiten activar la enérgica vitalidad de los Bodhisattvas de la Tierra y el estado de vida monumental de la Budeidad que hay en nuestro interior. Así, respondemos a cada obstáculo y adversidad haciendo valer nuestra sabiduría, fortaleza, valentía, esperanza y alegría de vivir. En esa forma de afrontar valerosamente los embates del karma, mostramos la validez del budismo Nichiren y los tremendos beneficios de nuestra práctica budista, y al mismo tiempo impulsamos el avance del kosen-rufu. De hecho, es con ese propósito, y no otro, que hemos elegido asumir tales dificultades.
El karma y la misión son dos caras de una misma moneda; nuestro karma pasa a ser, directamente, nuestra noble misión personal. Por eso, cuando consagramos la existencia al kosen-rufu, no hay destino que no podamos transformar.
Todos somos Bodhisattvas de la Tierra; todos tenemos derecho a ser felices, Somos los protagonistas estelares de una saga gloriosa que transcurre en el gran escenario de la vida, donde los vientos helados del invierno se convierten en la tibia brisa primaveral, y las aflicciones se transforman en alegría.
La nueva revolución humana es una épica sobre la transformación del destino en misión. La enseñanza primordial del budismo Nichiren no considera la vida y sus fenómenos como algo fijo e inmutable; antes bien, devela el dinamismo de la existencia, donde todo se transforma y está abierto al cambio; esto se aprecia en principios que afirman que «los deseos mundanos son la iluminación», «los sufrimientos del nacimiento y la muerte son el nirvana» y «el veneno se convierte en remedio».
El budismo Nichiren percibe también, en lo profundo de cada persona que sufre, el potencial de la Budeidad y enseña el medio para despertar y manifestar ese estado de vida. En otras palabras, pone en primer plano la creatividad, la autonomía y el potencial supremo y positivo de todos los seres humanos. A ese proceso de transformación interior, iniciado por el propio sujeto, lo llamamos «revolución humana».
Es el pueblo el que construye y modela las sociedades, las naciones y el mundo en que vivimos. El odio y la confianza, el desprecio y el respeto, la guerra y la paz, son todos productos de la mente y del corazón humanos. De esto se desprende que, sin revolución humana, no puede haber paz duradera, ni felicidad personal ni prosperidad social. Sin este desafío fundamental, todos los esfuerzos y buenas intenciones resultan inútiles a la larga. La filosofía de la revolución humana basada en los principios del budismo Nichiren está llamada a convertirse en una nueva guía para la humanidad en este trayecto hacia el tercer milenio.
El escritor ruso León Tolstoi observó que un espíritu inmortal requiere actos inmortales.4 Mi sincero deseo es que los miembros de la Soka Gakkai consideren la culminación de La nueva revolución humana como un punto de partida personal, y se pongan de pie como «Shin’ichi Yamamoto» a trabajar por la felicidad de los semejantes. Oro para que, con su trabajo tenaz e incansable, escriban su propia historia resplandeciente de revolución humana.
Mientras haya sufrimiento y aflicción en nuestro planeta, debemos seguir tejiendo, con audacia, creatividad y diversidad de colores, este magnífico tapiz de victoria humana que es el kosen-rufu. Por eso, la marcha del maestro y los discípulos para cumplir el gran juramento del kosen-rufu es un periplo sin fin.
Por último, quiero agradecer al fallecido Kaii Higashiyama, cuya ilustración adorna la tapa de cada uno de los treinta volúmenes; a Ken’ichiro Uchida, que ha ilustrado La nueva revolución humana durante 25 años, a los editores y jefes de publicación del Seikyo Shimbun; a todos los que han colaborado con el proceso y, muy especialmente, a ustedes, mis queridos lectores.
Daisaku Ikeda
8 de setiembre de 2018
A propósito de la publicación de la última entrega de
La nueva revolución humana en el Seikyo Shimbun.
En el complejo edilicio de la sede central de la Soka Gakkai, Shinanomachi, Tokio.