Parte 1: La felicidad; Capítulo 3: La práctica para transformar nuestro estado de vida [3.5]
3.5 El Gohonzon es el «espejo» que refleja nuestra vida
En relación con un escrito de Nichiren Daishonin en que este compara el Gohonzon con un espejo que refleja nuestro corazón, el presidente Ikeda explica que la práctica de entonar Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon nos permite acendrar nuestra vida.
Quiero hablar de un tema importante relacionado con nuestra postura de fe, valiéndome de la analogía del espejo. En el budismo, se hace referencia a los espejos con una amplia variedad de significados y se suele recurrir a su imagen para ejemplificar diversas doctrinas. Aquí me gustaría analizar brevemente un ejemplo relacionado con nuestra práctica budista.
Nichiren Daishonin escribe:
Los espejos de bronce reflejan la forma de una persona, pero no su mente. Sin embargo, el Sutra del loto revela no solo el cuerpo de un sujeto, sino también su disposición mental. Y no solo refleja la mente; además muestra, sin el menor ocultamiento, las acciones pasadas y futuras de esa persona.1
Un espejo refleja nuestro rostro y forma exterior. Sin embargo, el del budismo revela el aspecto intangible de nuestra vida. Ciertamente, este tipo de objetos, cuyo funcionamiento se basa en las leyes de la luz y de la reflexión, son producto del ingenio humano. Por otro lado, el Gohonzon, basado en las leyes del universo y de la vida, expresa la perfecta consumación de la sabiduría del Buda. Nos permite lograr la budeidad en la medida en que nos brinda un medio para percibir la genuina realidad de nuestra vida. Así como necesitamos un espejo para acicalarnos el cabello y el rostro, también necesitamos un espejo para examinarnos de cerca y ver nuestra vida, si queremos tener una existencia más feliz y hermosa.
En El logro de la budeidad en esta existencia, el Daishonin escribe:
[U]n espejo percudido, […] una vez lustrado, refulge como una joya. Una mente nublada por las ilusiones provenientes de la oscuridad fundamental de la vida es como un espejo percudido; pero una vez pulida, sin falta se convierte en un espejo impecable, que refleja la naturaleza esencial de los fenómenos [o naturaleza del Dharma] y el verdadero aspecto de la realidad.2
Primordialmente, la vida de cada persona es como un espejo bruñido y reluciente. Las diferencias se originan en la diligencia con que cada quien se ocupe de lustrar su espejo y de mantenerlo limpio. El espejo pulido es como la vida de un buda, mientras que el espejo percudido es la vida de la persona común, no iluminada. La forma de dar lustre a la vida es entonar Nam-myoho-renge-kyo. No solo llevamos a cabo esta práctica en beneficio propio, sino que, además, procuramos enseñar a otros la Ley Mística para que ellos también puedan hacer brillar el espejo de su existencia. En tal sentido, seríamos como «lustradores maestros» de la vida. Aunque la gente se esmera mucho en cuidar su aspecto exterior, a menudo descuida el pulimiento de sus aspectos interiores. ¡Tener una mancha en el rostro es un grave motivo de inquietud, pero las manchas que afean el corazón pasan inadvertidas!
En la famosa novela El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, el joven protagonista es tan apuesto y atractivo, que los demás lo consideran un «joven Adonis». Un artista, admirado de su belleza, quiere inmortalizarla pintando su retrato. El resultado es una obra magistral que recrea a la perfección su juventud y apostura física. Pero entonces comienza a suceder algo misterioso. La belleza de Dorian no se deteriora con el transcurso del tiempo, ni siquiera cuando, tentado por un amigo, se entrega a una vida desenfrenada y hedonista. Pasan los años, pero se lo sigue viendo tan joven y radiante como siempre. Paralelamente, el retrato empieza a perder lozanía y a adquirir fealdad, como si reflejara la vida disoluta del personaje.
Un día, Dorian destroza el corazón de una joven, y esta, desesperada, se suicida. En ese momento, el rostro del cuadro adopta una expresión cruel y perversa, escalofriante a la vista. Cuanto más reprochable se vuelve la conducta de Dorian, tanto más se acentúan los rasgos desagradables del retrato. Dorian se horroriza… ¡El cuadro daría un testimonio eterno de su fealdad espiritual! Y aunque él muriera, en el lienzo quedaría plasmada elocuentemente la verdad.
Dorian se esfuerza por ser una mejor persona, pero el retrato no recupera su belleza original. Decide entonces destruir la pintura, pensando que de esa manera le será posible librarse de su pasado. Con esa intención la emprende a cuchilladas contra el cuadro. En ese momento, oyendo gritos, los criados corren hacia la habitación y encuentran que el retrato del joven ha recuperado toda su hermosura, pero el Dorian real yace tendido ante él, viejo y repulsivo, con un cuchillo clavado en el pecho. El cuadro había sido un retrato de su alma, de su rostro interior, en el cual habían quedado grabados, sin omitir ni un solo detalle, todos los efectos de sus acciones.
Si bien hay cosméticos que nos permiten cubrir los defectos del cutis, no hay cómo esconder las imperfecciones de nuestra faz interior. La ley de causa y efecto es estricta e inexorable.
El budismo enseña que las virtudes invisibles se traducen en recompensas visibles. Desde la perspectiva de la verdad budista, todo genera consecuencias. Por lo tanto, de nada sirve ser hipócrita o impostor.
Nuestro corazón o ser interior, donde están grabadas las causas negativas y positivas que hacemos, hasta cierto punto se refleja en nuestro aspecto físico. Un proverbio dice que «el rostro es el espejo del alma».
Así como, al asearnos, necesitamos vernos en un espejo, también nos hace falta un «espejo» para perfeccionar y embellecer nuestro rostro interior. Y ese espejo es el Gohonzon para «observar la vida».
En El objeto de devoción para observar la vida, Nichiren Daishonin explica el significado de esta mirada contemplativa diciendo: «Sólo cuando nos examinamos en un espejo limpio podemos ver, por primera vez, que estamos dotados de los seis órganos sensoriales en su totalidad [ojos, oídos, nariz, lengua, cuerpo y mente]».3
De manera similar, «observar la vida» significa percibir que nuestra mente o vida contiene los diez estados4 y, en particular, el de budeidad. Nichiren Daishonin confirió «el Gohonzon para observar la vida» a toda la humanidad, con el deseo de hacer posible este tipo de reconocimiento en las personas.
En su Comentario sobre «El objeto de devoción para observar la vida», Nichikan Shonin [gran restaurador del budismo Nichiren que inició la labor de sistematizar las enseñanzas del Daishonin] compara el Gohonzon con un espejo y observa: «El verdadero objeto de devoción se puede comparar con un espejo limpio».5 Y en el Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, Nichiren Daishonin afirma: «Los cinco caracteres de Myoho-renge-kyo [corporizados en el Gohonzon] reflejan similarmente los diez mil fenómenos [es decir, la totalidad fenoménica] sin omitir uno solo de ellos».6 El Gohonzon, el más límpido e inmaculado de todos los espejos, refleja el universo entero tal cual es. Cuando oramos al Gohonzon, podemos percibir el verdadero aspecto de nuestra vida y manifestar el estado de budeidad.
Nuestra actitud o determinación en la fe se refleja perfectamente en el espejo del Gohonzon y también en el universo. Esto concuerda con el principio de los «tres mil aspectos contenidos en cada instante vital».7
En una carta dirigida a Abutsu-bo, un leal discípulo de la isla de Sado, el Daishonin escribe: «Usted podrá pensar que ha entregado obsequios a la Torre de Muchos Tesoros El Que Así Llega, pero no es así: en realidad, ha hecho estas ofrendas a su propia vida».8
Una postura de fe orientada a venerar y a honrar al Gohonzon dignifica y honra la Torre de los Tesoros de nuestra propia vida. Cuando oramos al Gohonzon, todos los budas y bodisatvas del universo instantáneamente extienden su apoyo protector. Por otro lado, si denigramos al objeto de devoción, la respuesta también será análoga [es decir, no se manifestarán ni la seguridad ni el respaldo]. Esto pone de relieve la extrema importancia de la actitud mental. Nuestra postura de fe genera repercusiones sutiles y de vasto alcance.
Por ejemplo, habrá ocasiones en que no tendrán ganas de hacer el gongyo o de participar en las actividades de la Soka Gakkai. Ese estado interior se reflejará de manera inequívoca en el universo, como sobre la superficie de un límpido espejo. La protección de las funciones celestiales, por su parte, también será reticente o vacilante, en lugar de expresarse de manera contundente y plena.
Por otro lado, cuando hacen el gongyo y participan en las actividades con actitud jubilosa y con la determinación de acumular más y más buena fortuna en su vida, las funciones celestiales generan una respuesta activa de franco apoyo y regocijo. Ya que uno terminará haciendo algo de cualquier forma, obra en beneficio propio hacerlo con alegría y buena voluntad.
Cuando uno practica el budismo a regañadientes y con la sensación de que está perdiendo el tiempo, la duda y la queja corroen los beneficios. Naturalmente, si uno mantiene esta actitud, no percibirá ningún mérito en continuar la práctica, y esto a su vez confirmará la creencia incorrecta de que practicar no tiene sentido. Es un círculo vicioso. Si uno practica el budismo con actitud escéptica y dubitativa, obtendrá resultados que, a lo sumo, serán difusos y poco satisfactorios. Esta débil confianza se reflejará en el espejo del universo. Por otro lado, cuando se ponen de pie con firme convicción en la fe, acumulan buena fortuna y beneficios ilimitados.
Es importante que liberemos y expandamos activamente nuestra actitud espiritual hacia la fe, que es sumamente sensible y poderosa, mientras desarrollamos nuestra autodisciplina. Si adoptamos este enfoque, tanto nuestra vida como nuestro estado de conciencia se expandirán sin límites, y todas las acciones que emprendamos darán lugar a beneficios. Para cultivar la fe y lograr la budeidad en esta existencia, un factor clave es aprender a dominar profundamente las funciones sutiles y poderosas de la mente.
Un proverbio ruso dice: «No culpes al espejo si tienes mala cara». Lo que se refleja es nuestro. ¡Pero hay gente que se enoja con el espejo!
De la misma manera, nuestra felicidad o infelicidad son una réplica absoluta de las causas negativas y positivas acumuladas en nuestra vida. No podemos achacar a los demás la culpa de nuestras desventuras. En el mundo de la fe, este principio es más válido aún.
Un relato tradicional japonés habla de una antigua aldea donde nadie tenía espejo. En aquella época, eran objetos suntuarios que costaban una fortuna. Uno de los pobladores, al volver de la capital, le trae a su esposa un espejo como recuerdo del viaje. La mujer, que nunca había tenido uno en sus manos, exclama al verse: «¿Quién rayos es esta persona? ¿¡Te has traído una mujer de la capital!?», tras lo cual se desata una encendida disputa.
Aunque este es un cuento cómico, muchas personas se ofuscan o se disgustan por fenómenos que en realidad son el reflejo de su propia vida, de su estado mental y de las causas que con él han creado. Como la esposa del cuento, que exclama «¿Quién rayos es esta persona?», no advierten su propia necedad.
Ya que ignoran el espejo del budismo, que refleja su propia vida, no pueden verse tal como son. Y al desconocer su verdadera identidad, tampoco pueden dar orientación adecuada a los demás ni discernir la naturaleza de los sucesos que ocurren en la sociedad.
Del discurso pronunciado en una reunión de la División Femenina de la SGI de Estados Unidos, el 27 de febrero de 1990.
La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.
- *1Rulers of the Land of the Gods (Los soberanos de la tierra de las deidades), en The Writings of Nichiren Daishonin (WND), Tokio: Soka Gakkai, 2006, vol. 2, pág. 619.
- *2El logro de la budeidad en esta existencia, en Los escritos de Nichiren Daishonin (END), pág. 4.
- *3El objeto de devoción para observar la vida, enEND, pág. 375.
- *4Diez estados: Son el estado de infierno, el de las entidades hambrientas, el de los animales, el de los asuras, el de los seres humanos, el de los seres celestiales, el de los que escuchan la voz, el de los que toman conciencia de las causas, el de los bodisatvas y el de los budas. También se los mencionan como los diez estados de infierno, hambre, animalidad, ira, humanidad, éxtasis, aprendizaje, comprensión intuitiva, bodisatva y budeidad.
- *5NICHIKAN: Kanjin no honzon-sho mondan (Comentario sobre «El objeto de devoción para observar la vida»), en Nichikan Shonin mondan-shu (Los comentarios de Nichikan Shonin), Tokio: Seikyo Shimbunsha, 1980, pág. 472.
- *6Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, pág. 51.
- *7Tres mil aspectos contenidos en cada instante vital: Doctrina desarrollada por el gran maestro T’ien-t’ai de la China y basada en el Sutra del loto. Los «tres mil aspectos» indican los aspectos y fases variables que adopta la vida a cada momento. A cada instante, la vida manifiesta alguno de los diez estados. Cada uno de estos diez estados posee en sí mismo el potencial de los diez, lo cual da un total de cien estados posibles. Cada uno de estos cien estados posee los diez factores y opera dentro de cada uno de los tres planos de la existencia, totalizando tres mil aspectos. En otras palabras, todos los fenómenos están contenidos en cada instante vital, y cada instante vital impregna los tres mil estados de la existencia; es decir, la totalidad del mundo fenoménico.
- *8Sobre la Torre de los Tesoros, en END, págs. 317-318.