La unidad de la vida y su entorno
Nuestra vida y el entorno que la circunda son vistos a menudo como entidades completamente distintas, sin embargo, desde el punto de vista abarcador de la filosofía budista, ambas constituyen una única entidad inseparable.
Es una tendencia humana común culpar de nuestros problemas y sufrimientos a elementos externos a nosotros, bien sea a otras personas o a circunstancias que escapan de nuestro control. Sin embargo, el principio de la “unidad de la vida y su entorno” demuestra que las causas de nuestra alegría y sufrimiento se originan dentro de nosotros mismos. Cuando nos basamos en este principio, viendo nuestro entorno como un reflejo de nuestra vida interior, entonces somos capaces de asumir la plena responsabilidad de nuestras vidas y de esta manera empoderarnos para resolver nuestros problemas y crear resultados positivos en las situaciones en las que nos encontramos.
La unidad de la vida y su entorno adquiere mayor claridad en el marco teórico de los “tres mil aspectos contenidos en cada instante vital”, establecido por Zhiyi (el Gran Maestro Tientai), sobre la base de las enseñanzas del Sutra del loto en China en el siglo VI. Es una explicación global de la naturaleza de la vida y de su funcionamiento.
Normalmente, nuestra visión de la vida y de las cuestiones sobre la existencia están moldeadas por la conciencia del yo, tal y como se refleja en la famosa frase de Descartes “Pienso, luego existo”. Afirmamos que el yo es la base de la realidad y todo lo demás es visto en relación a éste. Esto da lugar a una percepción de la vida estructurada en términos de dualidades: yo/otro, interno/externo, cuerpo/mente, espiritual/material, humano/naturaleza. Sin embargo, desde la perspectiva del budismo, el yo es un fenómeno temporal, una combinación no permanente de materia y funciones mentales/ espirituales (cuerpo y mente).
La vida, que es eterna y omnipresente, trasciende lo que percibimos como el yo y es coextensiva con el universo. Zhiyi describe esta realidad como la relación mutuamente inclusiva de la vida y de todos los fenómenos.
Esta es entonces la naturaleza profunda de nuestras vidas desde la perspectiva de la iluminación del Buda, desmintiendo que nuestra experiencia de la vida se reduzca simplemente a los límites de nuestra propia piel.
Lo que experimentamos como realidad cotidiana de nuestras vidas es el funcionamiento de la ley de causa y efecto, o karma, que abarca pasado, presente y futuro. Nuestras acciones y respuestas en cada momento crean karma latente o potenciales energéticos. Cuando éstos son activados por estímulos externos, se manifiestan como efectos; estos son los acontecimientos y las experiencias de nuestras vidas. Nuestras reacciones y respuestas a los mismos crean a su vez nuevos potenciales kármicos latentes, un ciclo continuo que constituye nuestra experiencia subjetiva de la vida.
Si nosotros cambiamos, nuestras circunstancias inevitablemente cambiarán también.
Dado que ningún ser vivo puede existir al margen de un entorno, los efectos kármicos se expresan también dentro de ese ambiente. Aquí la palabra “ambiente” no se refiere al contexto general en el cual toda vida se desarrolla. Más bien se refiere al hecho de que cada ser vivo existe dentro de su propio conjunto de circunstancias y, es en él en el que los efectos de su karma individual se manifiestan. En otras palabras, un ser vivo y su entorno son una sola dinámica integrada. Un ser vivo y su entorno son fundamentalmente inseparables.
Según el budismo, todo lo que nos rodea, incluyendo el trabajo y las relaciones familiares, es el reflejo de nuestra vida interior. Todo se percibe a través del yo y se altera según el estado de vida interior del individuo. Por lo tanto, si nosotros cambiamos, nuestras circunstancias inevitablemente cambiarán también.
El principio de la unidad de la vida y su entorno aclara que las personas pueden influir y transformar sus entornos a través de su cambio interior o mediante la elevación de su estado vital básico. Nos dice que nuestro estado de vida interior se manifestará simultáneamente en nuestro entorno. Si estamos experimentando un estado de vida de infierno, esto se reflejará en nuestro entorno y en cómo responderemos a los eventos. Del mismo modo, cuando estamos llenos de alegría, el medio ambiente refleja esta realidad. Si nuestra tendencia básica apunta al estado de vida de la compasión, disfrutaremos de la protección y el apoyo del mundo que nos rodea. Al elevar nuestro estado vital básico, —que es el propósito de la práctica del budismo Nichiren—, podemos transformar nuestra realidad externa.
Tal y como escribe Nichiren: “(…) si el corazón de las personas es impuro, su tierra también lo es, pero que si su corazón es puro, igualmente puro es el sitio en que viven. No existen, en sí mismas, una tierra pura y otra impura; la diferencia sólo reside en el bien y el mal que hay en nuestro interior”.
Todo está interconectado, y nuestras vidas individuales ejercen una influencia profunda y potencialmente ilimitada. Como escribe de nuevo Daisaku Ikeda: “Es el budismo, el Sutra del loto, el que anima y capacita a las personas para tomar conciencia de su gran poder, para manifestarlo y utilizarlo. El budismo proporciona a las personas los medios para desarrollarse a fondo, y abre sus ojos al poder ilimitado inherente a sus vidas”.
Cuanto más creemos que nuestras acciones realmente marcan la diferencia, mayor es la diferencia que podemos marcar.