Parte 2: La revolución humana
Capítulo 14: «¡Sean buenos ciudadanos!» [14.8]
14.8 Las cualidades de los ciudadanos del mundo
Ser buenos ciudadanos del propio país va de la mano de ser ciudadanos globales. Aquí, el presidente Ikeda analiza tres elementos esenciales de la ciudadanía global: sabiduría, valentía y solidaridad. Luego, se explaya sobre la forma de vivir del bodisatva, contraria a las divisiones, que hace foco en la unión y en la convivencia armoniosa.
¿Cuáles son las condiciones que debe reunir un ciudadano del mundo?
Con el transcurso de las décadas, he tenido el privilegio de dialogar con numerosas personas de todos los orígenes y campos de actividad, lo cual me ha llevado a hacer algunas reflexiones. Está claro que la ciudadanía mundial no tiene que ver con el número de idiomas que uno domine ni con la cantidad de países que uno haya recorrido. Conozco a muchos amigos que son simples ciudadanos anónimos, pero poseen una nobleza interior extraordinaria; que nunca han ido más allá de su ciudad natal, pero sienten auténtica preocupación por la paz y la prosperidad del mundo.
Creo poder señalar, sin temor a equivocarme, las siguientes características esenciales de los ciudadanos del mundo:
- Sabiduría para percibir la trama de vínculos indisolubles que mantienen unidos a los seres y a la vida en todas sus formas.
- Valentía para no temer a las diferencias ni negarlas, y, en lugar de ello, respetar y tratar de comprender a las personas de diferentes culturas, y crecer a partir del contacto con ellas.
- Solidaridad (o amor compasivo) para cultivar una empatía despierta, que trascienda el ambiente inmediato y abarque a los que sufren en lugares remotos.
A mi entender, la naturaleza interrelacionada e interdependiente de todos los seres —elemento central de la cosmovisión budista— puede constituir una base sobre la cual manifestar concretamente cualidades humanas como la sabiduría, el valor y la solidaridad.
La siguiente parábola del canon budista brinda una bella metáfora visual para explicar la naturaleza mutuamente dependiente de todos los fenómenos.
Suspendida sobre el palacio de Indra —la deidad budista que simboliza las fuerzas naturales que protegen y nutren la vida—, pende una red de dimensiones gigantescas. En cada nudo de esa red, hay una gema brillante. Cada piedra preciosa contiene y refleja la imagen de las demás joyas sujetas a la red. Y esta, como totalidad, esplende en un haz magnífico de luces fulgurantes.
Cuando aprendemos a reconocer lo que Thoreau denominó «la extensión infinita de nuestras relaciones»,1 podemos detectar los hilos de la vida, que ofrecen y reciben mutuo sustento, y descubrir allí las gemas refulgentes de nuestros vecinos globales. El budismo busca cultivar una sabiduría asentada sobre esta clase de resonancia empática con todas las formas de vida.
Dentro de su marco conceptual, la sabiduría y la solidaridad se encuentran íntimamente ligadas y se fortalecen una a la otra.
En el budismo, el amor solidario no implica una supresión forzada de nuestras emociones naturales, la negación de nuestros gustos y rechazos. Por el contrario, significa comprender que aun aquello que nos desagrada tiene cualidades que pueden contribuir a nuestra vida y representa una oportunidad de desarrollar nuestra calidad humana.
Por otro lado, el deseo solidario de contribuir al bienestar de los demás hace surgir, en forma creativa, una sabiduría ilimitada.
El budismo enseña que tanto el bien como el mal existen en cada ser humano, como potenciales innatos. La solidaridad consiste en el esfuerzo valeroso y sostenido de ir en busca del bien en cada semejante, sea quien fuere, sea cual fuere su conducta; significa empeñarse, mediante un compromiso continuo, en cultivar las cualidades positivas de uno mismo y de los demás.
Sin embargo, para asumir un compromiso hace falta valentía. Son demasiados los casos en que la solidaridad, por no ir acompañada de valor, se queda en la mera expresión de sentimientos.
El budismo llama bodisatva a la persona que encarna tales cualidades —sabiduría, valentía y solidaridad— y que trabaja sin descanso por la felicidad de los semejantes.
Si nos atenemos a ello, vemos que el bodisatva representa un precedente antiguo y, a la vez, un ejemplo moderno del ciudadano del mundo.
La literatura budista también nos presenta la historia de una mujer contemporánea de Shakyamuni, llamada Shrimala, que se dedicó a la educación, enseñando a sus semejantes que la práctica de un bodisatva era alentar, con cuidado y benevolencia solidaria, el potencial supremo del bien que existía en cada ser humano.
Leamos su compromiso tal como ella lo enunció: «Si veo a alguien solo, alguien que ha sido injustamente encarcelado o que ha perdido la libertad, si veo a alguien que padece a causa de la enfermedad, la desgracia o la pobreza, jamás lo abandonaré. En cambio, le brindaré alivio espiritual y material».2
Concretamente, su práctica abarcaba lo siguiente:
- Alentar a los demás con palabras afectuosas y consideradas, mediante el diálogo (en sánscrito, priyavacana).
- Dar ofrendas a los demás; es decir, dar a la gente lo que cada cual necesita (dana).
- Actuar en beneficio de los semejantes (artha-carya).
- Unirse a otros y trabajar junto al pueblo (samanartha).
A través de esta labor, Srimala buscó concretar su objetivo, que era extraer los aspectos positivos de las personas con las que tomaba contacto.
La práctica del bodisatva implica, necesariamente, una profunda fe en la bondad innata del ser humano.
El individuo debe encauzar el conocimiento hacia la tarea de liberar su potencial creador positivo. Esto podría compararse con la destreza que le permite a un piloto usar el instrumental de precisión de la cabina para volar a destino sin sufrir accidentes.
Pero para lograr este fin, también es indispensable detectar el mal inherente a la naturaleza humana, causa esencial de la destrucción y de las divisiones que escinden al género humano. La práctica del bodisatva es una confrontación ineludible con lo que el budismo llama la «oscuridad fundamental de la vida».3
Mientras que el bien puede definirse como aquello que nos mueve en dirección a la convivencia armoniosa, a la empatía y a la solidaridad con los demás, la naturaleza del mal es dividir a las personas de sus semejantes, y a la humanidad, del resto de la naturaleza.
La patología del impulso a dividir despierta en el hombre un apego irrazonable a las diferencias y le impide ver los rasgos comunes a la condición humana. Y esto no se limita solo a los individuos; por el contrario, constituye la profunda psicología del egoísmo colectivo, que adopta su modalidad más destructiva en expresiones virulentas como el etnocentrismo y el nacionalismo.
Así pues, la práctica de un bodisatva, en su esencia, es la lucha por superar ese egoísmo y vivir en el nivel superior del yo, más elevado y colaborativo.
De la conferencia pronunciada en la Facultad de Educación de la Universidad de Columbia, titulada «El desafío de formar ciudadanos del mundo», en los Estados Unidos, el 13 de junio de 1996.
La sabiduría para ser feliz y crear la paz es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.
- *1THOREAU, Henry David: The Village (La aldea), en Walden, The Selected Works of Thoreau (Walden: Obras escogidas de Thoreau), Boston: Houghton Mifflin Company, 1975, pág. 359.
- *2Véase The Lion’s Roar of Queen Srimala: A Buddhist Scripture on the Tathagata-garbha Theory (El rugido de león de la reina Shrimala: Una escritura budista sobre la teoría del Tathagata-garbha), Nueva York: Columbia University Press, 1974, pág. 65.
- *3Ignorancia fundamental: La ilusión más hondamente arraigada en la vida, que daría lugar a las otras ilusiones. La oscuridad fundamental denota la incapacidad de ver o de reconocer la verdad, en especial, la verdadera naturaleza de nuestra vida.