Parte 1: La felicidad; Capítulo 4:
«Lo importante es el corazón» [4.10]
4.10 Cultivar un noble estado de vida que irradie las cuatro virtudes
Quienes dedican la vida a la Ley Mística pueden construir un estado interior inamovible de eternidad, felicidad, verdadera identidad y pureza. Para ello, es crucial forjar una fe profunda, que no sea vencida por el karma ni por la desventura.
En el Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, el Daishonin afirma: «Cuando entonamos Nam-myoho-renge-kyo, aun experimentando estos cuatro estados del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, hacemos que ellos exuden la fragancia de las cuatro virtudes».1
Las cuatro virtudes o cuatro nobles cualidades de la vida del Buda —eternidad, felicidad, verdadera identidad y pureza— se refieren a un estado sublime que podemos experimentar como seres humanos, caracterizado por la absoluta libertad y la dicha.
«Verdadera identidad» se refiere a una libertad amplia como el universo, que nos permite disfrutar de nuestro yo superior o de la dimensión más esencial de nuestro ser.
«Eternidad» es el dinamismo de la vida que se renueva en forma incesante, es la evolución creativa de la vida que supera todo estancamiento.
«Pureza» denota la purificación del egoísmo estrecho que genera nuestro yo inferior, mediante la poderosa vitalidad que dimana de nuestro yo superior.
Y la «felicidad» es la alegría de vivir que palpita rítmicamente en cada instante de la existencia; es, también, la cualidad de una personalidad profunda y rica, que imparte alegría a todos los que nos rodean.
Así pues, una vida iluminada por la Ley Mística se basará firmemente en el yo superior; poniendo en juego el estado de libertad incontenible que permea todo el universo, podrá transformar cualitativamente la energía de los deseos mundanos que suele centrarse en el yo inferior egoísta. En otras palabras, la pulsión de los deseos mundanos puede elevarse y convertirse en sabiduría resplandeciente y en brillante amor compasivo; puede redirigirse hacia un nivel superior que trascienda al individuo y beneficie a los demás, al ámbito comunitario y a la sociedad en general.
Esto obedece al principio budista de que «los deseos mundanos son la iluminación»; se trata de un enfoque espléndido para aspirar al propio perfeccionamiento y bregar por el desarrollo de los otros, siempre trabajando activamente por construir un mundo ideal.
¿Cuáles son los ingredientes de la felicidad? Esta es una de las cuestiones fundamentales de la vida.
El factor más decisivo para ser felices es nuestro estado de vida interior.
Los que poseen un estado interior elevado experimentan satisfacción y viven con actitud abierta y confiada.
Los que tienen un estado de vida fuerte siempre buscan la felicidad, no son vencidos por el sufrimiento y avanzan resolviendo con compostura los hechos de la vida.
Los que tienen un estado de vida profundo son personas plenas. Conscientes del hondo significado del vivir, escriben una historia personal de valor perdurable y trascendente.
Los que poseen un estado de vida puro son personas felices. Siempre irradian una dicha jubilosa y revitalizante a su alrededor.
Hay miles de personas infelices a pesar de gozar de toda clase de ventajas materiales, dinero y prestigio social. Además, las circunstancias externas son transitorias y cambiantes; nadie sabe cuánto habrán de durar.
Pero cuando uno establece un estado interior de felicidad inamovible, no hay cambio que pueda destruirlo. Nada puede vulnerarlo. El gran propósito de su práctica budista debe ser construir este estado de vida grandioso. Lo importante es que nunca se aparten del Gohonzon y jamás dejen de avanzar en la fe.
En el transcurso de la existencia, tendrán que vérselas con diversas dificultades e, incluso, con situaciones que los paralicen. En esos momentos es cuando más necesitan fortalecer la fe y hacer daimoku seriamente. Por difícil que sea, cuando uno logra remontar las escarpadas laderas del karma, descubre ante sus ojos un nuevo horizonte impactante. La práctica budista es la repetición de este proceso. Con el tiempo, lograrán un estado de felicidad absoluta de firmeza indestructible.
Cultiven una fe profunda, de hondas y potentes raíces. Mientras un retoño tenga raíces fuertes y sanas, y reciba suficiente agua y luz del sol, se convertirá en un árbol frondoso, aunque lo azoten las inclemencias del tiempo. Lo mismo cabe decir de su práctica budista y de su vida. Espero que todos sean personas valientes, capaces de proyectar alegremente la luz infinita de la felicidad en este mundo atribulado, dando con su vida pruebas personales de lo grandioso que es este budismo.
Del discurso pronunciado en la reunión general de la SGI de Europa, celebrada en el Reino Unido, el 28 de mayo de 1989.
La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.
- *1Registro de las enseñanzas transmitidas oralmente, pág. 90.