Parte 1: La felicidad; Capítulo 4:
«Lo importante es el corazón» [4.6]
4.6 Vivir siempre fieles a nuestro compromiso en la fe
El presidente Ikeda hace hincapié en la importancia de mantener una fe sincera. Cita el ejemplo del sacerdote Sammi-bo, quien, pese a sus conocimientos sobre la doctrina budista, sucumbió a su arrogancia y abandonó las enseñanzas de Nichiren Daishonin.
Uno de los muchos discípulos del Daishonin fue un sacerdote llamado Sammi-bo, que abandonó la fe incluso en vida de su maestro.
Con el generoso apoyo y el aliento del Daishonin, Sammi-bo fue a estudiar al monte Hiei.1 Durante su estadía allí, Sammi-bo le escribió jactándose de que se le había solicitado disertar para los nobles de la corte en un salón privado dedicado al Buda en Kioto, la capital imperial, y que «se había conducido decorosamente2».3 El Daishonin le responde con una estricta reflexión:
El regente del Japón es, simplemente, el jefe de esta nación isleña. ¡Por mucho que lo piense, decir —como hace usted— que ha sido «citado» por personas que sirven al Regente, que ha comparecido frente a personas «de alta posición» y que se ha conducido «decorosamente» resulta, en definitiva, un insulto a Nichiren!4
El informe presentado por Sammi-bo a su mentor no denotaba ningún orgullo en ser su discípulo o en estar practicando la suprema enseñanza del budismo. Aunque, exteriormente, adoptaba actitudes superficiales de respeto al Daishonin, en su fuero interno Sammi-bo ambicionaba el favor de los poderosos e, inflado de vanidad, menospreciaba a su maestro. Era un hombre arrogante, y el Daishonin lo percibía claramente.
Así actuó Sammi-bo con su maestro, quien tanto había hecho por él y de quien había aprendido, en definitiva, la verdadera esencia del budismo. Lo que regía la vida de Sammi-bo —un individuo egocéntrico— era el interés egoísta, no las enseñanzas de su mentor.
La arrogancia es una forma de ingratitud. Y la ingratitud es ignorancia de los principios básicos de la vida. Sin esta comprensión fundamental, no podemos entender realmente el budismo. Las cualidades esenciales de Sammi-bo eran la soberbia, la cobardía y la falta de integridad.
El Daishonin agregó incluso palabras más severas:
Parece ser que cuando los discípulos de Nichiren llegan a la capital [Kioto], al principio se cuidan de no olvidar su propósito, pero luego, confundidos por el demonio celestial,5 pierden la perspectiva por completo […].
Veo que usted [Sammi-bo], a poco de llegar a la capital, ya está cambiándose el nombre [por otro más aristocrático], lo cual es una absoluta insensatez.6
El Daishonin lamenta la vanidad y la ridiculez de su discípulo de querer mezclarse con los nobles de la corte olvidando la aspiración original al camino de la budeidad, hasta el punto de adoptar un nuevo nombre más pretencioso y de cambiar su acento.
Sin duda, habrá cambiado también su forma de hablar y ya estará haciéndolo con acento capitalino. Como el ratón que se convierte en murciélago y no es ni ave ni roedor, usted no es ni un sacerdote de provincia ni un prelado de la capital. Se está comportando como Sho-bo.7
Por favor, siga hablando como una persona de provincias; de lo contrario, hará el ridículo.8
Con esta mención al «acento capitalino», el Daishonin deja al descubierto la verdadera realidad de Sammi-bo: seducido por el refinamiento de la capital, había sido vencido por las funciones demoníacas.
Al tiempo, Sammi-bo abandonó la fe en las enseñanzas del Daishonin, dejó de practicar y tuvo un trágico final.
El enorme amor compasivo del Daishonin lo llevaría a reflexionar, más tarde: «Si lo hubiera reprendido más severamente [a Sammi-bo], quizá podría haberse salvado».9 Como esto muestra, el enfoque correcto es reconvenir de manera estricta a quienes se dejan ganar por la arrogancia. Y esto debe hacerse con un firme amor compasivo, que concuerde, precisamente, con el espíritu del Daishonin.
Este se presentaba a sí mismo con estos términos: «Soy hijo de un plebeyo de una provincia alejada».10 Decía que no había nacido en una familia privilegiada, sino que era un simple hijo del pueblo. Pero esto, lejos de avergonzarlo, era su orgullo.
Porque pertenecía a las filas de la gente común, podía entender el corazón de sus congéneres. Si se hubiese criado en un hogar de alta alcurnia, habría sido protegido por las autoridades y nunca habría experimentado las duras persecuciones que moldearon su vida. El Daishonin, hijo de gente sencilla y humilde, vivió toda su existencia como una persona común. Entendía los sufrimientos del pueblo como si fueran sus propias aflicciones, y por eso propagó su grandiosa enseñanza de Nam-myoho-renge-kyo con el deseo de aliviar esas desdichas. A lo largo de toda su existencia, enseñó y ejemplificó para las generaciones futuras el verdadero camino hacia el logro del kosen-rufu.
El señor Toda decía que los títulos académicos no tenían nada que ver con la fe. Desde luego, valoraba el conocimiento y la investigación, pero advertía que no había que seguir a ningún líder de la Soka Gakkai que se creyera mejor que los demás por sus títulos o trayectoria académica. Los líderes así solo hacen sufrir a los miembros.
Las enseñanzas del Daishonin son imparciales e igualitarias. «Puesto que la Ley es maravillosa, la persona es digna de respeto»11, cita el Daishonin12 y agrega: «[S]i la Ley que uno adopta es suprema, la persona que cree en ella también debe descollar sobre todos los demás».13
Lo importante son las personas que trabajan por el kosen-rufu. Quienes perseveran con alma y vida en su afán de transmitir la Ley budista, incluso en las épocas más difíciles, son realmente admirables. La fe no tiene absolutamente nada que ver con estudiar en una universidad famosa o pertenecer a una clase social privilegiada.
Los títulos académicos no definen ni la inteligencia ni la grandeza. La mirada del budismo, en cambio, está puesta en el corazón humano y en el pueblo.
Del discurso pronunciado en una conferencia con representantes del área metropolitana de Tokio el 19 de mayo de 2007.
La «sabiduría para ser feliz y crear la paz» es una selección de las obras del presidente Ikeda sobre temas clave.
- *1Monte Hiei: Sitio del Enryaku-ji, templo principal de la escuela japonesa Tendai (T’ien-t’ai) y prominente centro de estudios budistas del Japón en aquella época. Está situado al noreste de Kioto, ciudad que en ese tiempo era capital imperial.
- *2La frase traducida como «se ha conducido decorosamente» sugiere un matiz de satisfacción personal por haber hecho un buen trabajo y haber engrandecido la propia reputación como resultado de ello.
- *3Véase On the Proper Way to Preach the Doctrine (Sobre la forma correcta de predicar la doctrina), en The Writings of Nichiren Daishonin (WND), Tokio: Soka Gakkai, 2006, vol. 2, pág. 342.
- *4Ib., págs. 342-343.
- *5Demonio celestial: Alusión a la función llamada «Rey Demonio del Sexto Cielo». Soberano de las funciones demoníacas, que habita en el sexto cielo del mundo del deseo, el más alto de todos. También se lo llama «El Que Goza Manipulando a Su Voluntad el Producto de las Cosas Conjuradas por Otros», el rey que utiliza a su placer el fruto del esfuerzo ajeno. Asistido por incontables funciones subsidiarias, obstruye la práctica budista y disfruta consumiendo la vitalidad de otros seres, como manifestación de la oscuridad fundamental La ignorancia inherente a la vida humana. Este Rey Demonio personifica la tendencia negativa a imponer la propia voluntad sobre los demás a cualquier costo.
- *6On the Proper Way to Preach the Doctrine (Sobre la forma correcta de predicar la doctrina), en WND, vol. 2, pág. 343.
- *7Sho-bo: Exdiscípulo de Nichiren Daishonin que abandonó la fe en sus enseñanzas cuando se produjo el exilio a Izu, en 1261, y luego se volvió detractor de su antiguo maestro. Según ciertas fuentes, murió en 1269.
- *8On the Proper Way to Preach the Doctrine (Sobre la forma correcta de predicar la doctrina), en WND, vol. 2, pág. 343.
- *9Sobre las persecuciones acaecidas al venerable, en Los escritos de Nichiren Daishonin (END), pág. 1043.
- *10Carta al sacerdote laico Nakaoki, en END, pág. 1051.
- *11T’IEN-T’AI: Palabras y frases del «Sutra del loto», citado en La persona y la Ley, en END, pág. 1142.
- *12La persona y la Ley, en END, pág. 1142.
- *13Preguntas y respuestas referidas a abrazar el «Sutra del loto» en END, pág. 65.