Más allá del fracaso

Una composición de cuatro fotografías
De izquierda a derecha: Olaf Schuster, Barbara Kaufmann, Matthias Heinzerling y Stefa Schibilla [Fotografías cortesía de Soka Gakkai de Alemania, Claudia Kempf, Soka Gakkai de Germany y Kim Schibilla]

Es inevitable experimentar el fracaso. Sin embargo, desde la perspectiva del budismo Nichiren, el «fracaso» puede ser un acicate para crecer, una oportunidad para crear algo de gran valor. Cuatro miembros de la Soka Gakkai de Alemania cuentan sus experiencias personales sobre cómo han enfrentado el fracaso a través de su práctica budista. A continuación, se presentan una serie de fragmentos pertenecientes a una entrevista publicada en Forum, una publicación de la Soka Gakkai de Alemania.

La historia de Stefa Schibilla

[© Kim Schibilla]

¿Alguna vez ha fracasado en su vida?

Stefa: Antes de empezar a practicar el budismo, estaba pasándolo mal en casi todos los ámbitos de mi vida: la escuela, los estudios, las relaciones personales. Nada me salía como quería o como imaginaba. Esto cambió fundamentalmente cuando empecé a practicar el budismo en 1988. Sin embargo, más adelante hubo una época en mi vida que describiría como un período de experimentación del fracaso. Ahora, en retrospectiva, lo veo, en realidad, como un éxito. Puedo recordar esa experiencia como algo que enriqueció mi vida.

La situación económica de mi familia estaba en juego. Uno de los factores fue la compra y restauración de un hermoso apartamento antiguo. Hacía mucho tiempo que quería tener un sitio así para vivir. Mi marido y yo empezamos con alegría e ingenuidad, sin ningún plan ni preparación. Pero los costes fueron mucho mayores de lo habíamos supuesto. A esto se sumaron nuevas cargas financieras, y nuestra situación empeoró hasta el punto de que la alegría inicial se desvaneció por completo. El piso y todo lo que conllevaba (la restauración, las obligaciones como propietarios, las facturas que ya no podíamos pagar, etc.) no hicieron más que deprimirnos y causarnos estrés.

La situación se volvió una pesada carga en nuestros hombros que fue aumentando hasta que ya nada funcionó correctamente: nos cerraron las cuentas, no podíamos cumplir con las cuotas de nuestros préstamos, pagar las facturas, y apenas nos alcanzaba el dinero para vivir. Y todo esto con dos niños pequeños.

Describe su situación de forma muy gráfica. ¿Cómo se sentía en medio de ella?

Stefa: Para ser sincera, me sentía fatal. Tales eran las demandas y presiones de los acreedores, que había cartas que yo dejaba sin abrir. Recuerdo pasar muchas noches sin dormir, sufrir ataques de pánico nocturnos y mucha ansiedad. Ni siquiera podía comprarles un helado a mis hijos cuando salíamos de compras: los sentimientos de fracaso e impotencia me abrumaban. Como responsable de mujeres dentro de mi organización budista local, a menudo me sentía una impostora cuando hablaba del poder transformador de la práctica budista en las reuniones o en conversaciones con los miembros. Sin embargo, no tenía más remedio que confiar en ella.

¿Cómo transformó su situación?

Stefa: Tomé la decisión de ponerle punto final a la situación. Fue una medida que adopté para frenar el sufrimiento pasivo, en pos de asumir activamente la responsabilidad. Lo primero que hice fue proponerle a mi marido que vendiéramos el piso. Se sintió muy aliviado y sorprendido porque el apartamento había sido mi sueño. A partir de ahí, se trataba de dar pasos concretos hacia una solución: vender nuestra propiedad y encontrar un piso de alquiler asequible. Quería que el nuevo hogar fuera adecuado para celebrar mis reuniones budistas locales. Decidí valerme de mi experiencia para animar a otros miembros, mostrándoles que se puede superar cualquier dificultad mediante la práctica de la fe.

Ya no me sentía impotente. Sabía qué hacer y hacia dónde dirigir mi oración, y pude ver que mi situación tenía un significado más profundo. Recité Nam-myoho-renge-kyo para que encontráramos al comprador más adecuado, y finalmente apareció una persona que pudo transferir el monto total de la compra en una sola vez gracias a una herencia.
Curiosamente, cuando hicimos la primera reunión budista en nuestro nuevo apartamento, los compañeros hicieron hincapié en que lo encontraban mucho más bonito que el anterior. Ahora va a hacer casi 20 años que vivimos en el mismo piso alquilado y, en realidad, nos sentimos mucho más cómodos que en aquel apartamento antiguo.

¡Fue capaz de convertir su fracaso en algo totalmente positivo!

Stefa: Sí, esa experiencia me ha permitido adquirir una perspectiva más profunda del budismo y de mi propia vida. Me di cuenta de lo superficial que había sido mi comprensión del budismo y reconocí mi arrogancia. Fracasar, entonces, no era necesariamente algo negativo. Entendí que las dificultades encerraban un profundo significado para ahondar en la fe y avanzar en mi desarrollo como persona. Algunos miembros me dijeron más tarde que podían relacionarse mejor conmigo gracias a mi experiencia.

Siento profunda gratitud por esta vivencia que me permitió desarrollar compasión y agradecimiento reales. Parte de mi comprensión superficial del budismo se reflejaba en la creencia, y su consecuente actitud, de que con la práctica budista todo se iba a arreglar, de alguna forma. Esa había sido mi postura al comenzar el proyecto del piso. Sin embargo, tal como solemos decir, «el budismo es razón», y eso significa informarse, prepararse adecuadamente, afrontar la realidad y ocuparse de los detalles. Fue así como me volví muy consciente del funcionamiento de la causalidad.

Al perder el apartamento, también me liberé de una ilusión. Me había obsesionado con la idea de poseer un piso refinado. Este deseo imperioso y largamente acariciado procedía del estado vital que en el budismo llamamos estado de los asuras: el énfasis estaba en poseer, literalmente, a cualquier precio. También estaba asociado a una insatisfacción permanente con mi situación vital y de vivienda. En retrospectiva, puedo afirmar que, aunque tenía ese gran deseo y lo cumplí, ahora sé que mi felicidad no depende en absoluto de ello.

La historia de Olaf Schuster

[Soka Gakkai en Alemania]

Olaf, cuéntenos sus fracasos, por favor.

Olaf: Allá por 1989, casi dos años después de empezar a recitar Nam-myoho-renge-kyo, y un año después de haber superado un gran hito en mis estudios de medicina, aprobando el examen médico preliminar, tuve que presentarme al primer examen estatal, que, en comparación, es, una prueba sencilla. Hasta ese momento, todo había ido bien, y afronté la tarea con la actitud despreocupada de que todo saldría bien porque estaba orando. Resultado: no lo aprobé. Por supuesto, me dio mucha vergüenza. Rápidamente le quité importancia a la situación, pensé poco en el asunto y volví a presentarme unos cuatro meses más tarde. Resultado: volví a suspender.

¿Cómo se sintió en ese momento?

Olaf:
Estaba conmocionado y me lo cuestionaba todo, me surgían preguntas, pensaba qué era lo que realmente quería hacer con mi vida y dudaba sobre mi camino profesional. Gracias a mis dos años de práctica budista había podido transformar de manera visible las dudas sobre mí mismo, pero ahora me enfrentaba a un problema concreto que decidiría el rumbo de mi vida.

¿Cómo transformó su situación?

Olaf:
Tras unas dos semanas paralizado, decidí, que en primer lugar debía entonar Nam-myoho-renge-kyo, en segundo lugar, debía dedicarme con todo mi ser a las actividades budistas locales y, en tercer lugar, era necesario reflexionar.

Hasta entonces no me había tomado en serio a mí mismo, a mi vida y mi valor. En realidad, nunca había tenido que esforzarme demasiado.

Entonces, algo empezó a cambiar dentro de mí. Por primera vez sentí el deseo de luchar por algo, de hacer todo lo posible. Me permitieron presentarme al examen por última vez. Lo di todo: oré con regularidad y considerablemente y estudié como nunca antes lo había hecho. De pronto empezó a parecerme divertido y aprendí a concentrarme, a ser organizado y persistente. ¿Y el resultado?: aprobé. Pero, sobre todo, aprendí a reconocer puntos fuertes y cualidades que aún hoy me ayudan en la vida.

¿Sería razonable afirmar que ha sacado algo muy valioso de su fracaso?

Olaf:
Este cambio ha moldeado mi vida de manera fundamental. Sus «puntos ciegos» salieron a la luz gracias a la práctica del budismo y a mi compromiso en las actividades de la Soka Gakkai. Vi con toda claridad mis tendencias negativas y fui capaz de adoptar la firme decisión de transformarme. Comprendí por primera vez que todo lo que nos sucede puede convertirse en algo positivo, valioso. No es otra cosa que el concepto budista de convertir el veneno en medicina. Este cambio que se produjo en mí también impresionó a mis padres notablemente. Antes habían sido muy escépticos con respecto al budismo, pero a partir de entonces su actitud cambió completamente.

En la actualidad, mi carrera profesional me complace sobremanera: cada día me reto a crecer, es decir, a hacer mi revolución humana.

La historia de Barbara Kaufmann

[© Claudia Kempf]

¿Qué es lo primero que piensa cuando oye la palabra «fracaso»?

Barbara:
En un primer momento es como un hacha que te cae encima. Hay algo tan contundente en ello. Pero, pronto me doy cuenta de que es una cuestión de perspectiva. Para mí, el fracaso en el sentido habitual de la palabra no existe. Lo veo como una tarea, un ejercicio, una oportunidad para la reflexión y el desarrollo. Llevo 35 años practicando el budismo. Durante este tiempo, he podido cambiar mi visión sobre los más diversos aspectos de la vida y experimentar el valor de cada situación, gracias al enfoque que me brinda la práctica budista.

He comprendido que mi sentimiento de fracaso es en realidad una ilusión. Si las situaciones, las circunstancias o las relaciones no se corresponden con la forma en que yo me las imaginé cuando eran una meta, ¿entonces significa que soy una fracasada?

Las nociones preconcebidas pueden ser extremadamente limitantes. En realidad, en lo profundo de mi vida existe la conciencia de su vasto potencial. La montaña que tengo delante se encoge cuando crezco.

¿Puede compartir alguna vivencia?

Barbara:
Llevo 35 años trabajando como bailarina y directora de ensayos en el Pina Bausch Ensemble de Wuppertal (Alemania). Recuerdo que hace mucho tiempo estaba ensayando un solo de danza y fallaba siempre en el mismo punto. Era una secuencia de una alta dificultad física y me resultaba imposible ejecutarla. Me sentí muy insegura, y afloró en mí una sensación de presión y desesperación. Pensé: «Nunca lo voy a conseguir, he llegado a mi límite». Se destrozó mi autoimagen. Pero, entonces, me di cuenta de lo que me rodeaba y pude notar el deseo de mis compañeros y de Pina de que lograra bailar, de que tuviera un gran avance. Ellos me sostuvieron. Ahora sí que podía, me dije que lo intentaría otra vez, que tenía el coraje para hacerlo. Pensé que en realidad no estaba aislada del entorno que me rodeaba. Mis compañeros bailaron conmigo y lo conseguí. Fue algo precioso y se convirtió en un gran éxito.

¿Diría que si uno es bailarín hay que estar dispuesto a fracasar?

Barbara:
Esta palabra suena muy dura. Pero en el arte, el fracaso es esencial. El trabajo creativo, artístico, es siempre un paso hacia lo desconocido. Tengo que ser capaz de permitirme fallar. De este modo, el fracaso puede ser un motor para mi desarrollo. Intentar algo, caer, levantarse, intentarlo de nuevo. Sin estas fases, el arte no es concebible, el desarrollo no es posible…

Las palabras de la poeta y escritora alemana Hilde Domin me han acompañado durante mucho tiempo: «Puse el pie en el aire y me llevó». Este verso ilustra la necesidad de confiar en la propia capacidad, en que a cada caída le sigue el éxito. El fracaso es parte integrante de nuestra vida, es similar al concepto budista de la vida y la muerte desde la perspectiva de la eternidad de la vida: la vida incluye la muerte, y de la muerte rebrota nuevamente la vida. Nichiren Daishonin, así como los tres presidentes de la Soka Gakkai, con su firme fe, nos muestran una y otra vez que el traspié, seguido de una acción valiente y decidida, tiene la capacidad de ayudarnos a tomar conciencia de nuestra verdadera identidad de Buda.

Desde este enfoque, el fracaso suena realmente bien.

Barbara:
Exacto, es el «fracaso exitoso». Desde el prisma budista, también guarda relación con la libertad. No es necesario que me avergüence y me entristezca: puedo abrir mi corazón y expandirlo. Esta actitud genera mucha alegría y una sensación de libertad y verdadera gratitud a la vida. En el transcurso de estos años, el amor compasivo que experimento hacia mí misma y hacia los demás ha crecido enormemente.

La historia de Matthias Heinzerling

[© Soka Gakkai in Germany]

¿Ha fracasado alguna vez en la vida?

Matthias: Mi vida puede resumirse en una avalancha de aparentes fracasos, volver a levantarme y, al final, vencer.

Sufro depresión y ataques de pánico desde que empecé a ir a la escuela. Empecé a entonar Nam-myoho-renge-kyo a los diecisiete años y, a los cuarenta y siete, lo tenía todo más o menos bajo control. Sin embargo, a los cuarenta y cinco había desarrollado trastornos del sueño. Me despertaba sudando a las cuatro de la mañana y pasaba las horas restantes en la cama con dolores de cabeza de la peor clase. En aquella época, trabajaba en una oficina de ingeniería, era responsable de una de las publicaciones de la Soka Gakkai en Alemania, participaba intensamente en las actividades budistas de mi localidad y tenía tres hijos pequeños. Quería superar las fuerzas negativas de mi vida solo a través de mi práctica budista, pero después de dos años de trastornos del sueño, me derrumbé por completo debido a la depresión. Tenía cuarenta y siete años y ya nada me ayudaba.

Tras un largo y doloroso camino, finalmente tuve que medicarme. Durante el periodo de adaptación a la medicación, estuve a punto de quitarme la vida, pero lo superé gracias a un pensamiento constante: ¡aguanta, no importa cómo! A pesar de todo, me sentía fracasado. Pero, al mismo tiempo, con la medicación conseguí una calidad de vida que nunca antes había disfrutado. Si antes había sido capaz de dar el cien por cien, ahora siento que doy el ciento treinta por ciento.

¿Cómo logró superar su «avalancha de fracasos», como usted lo llama?

Matthias: Cambié el enfoque. Continué esforzándome para dar lo mejor de mí y contribuir tanto a mi felicidad como a la de los demás, y a la paz mundial.

Aunque el fracaso fue mi compañía constante, también lo fue la perseverancia. Después de mis estudios de ingeniería, por ejemplo, obtuve un puesto en una gran empresa del sector. Tenía mucho trabajo y estaba completamente desbordado por los grandes proyectos. Aunque en la oficina me tenían en gran estima, me despidieron al cabo de un año alegando que mis conocimientos técnicos no eran lo bastante sólidos. Durante la entrevista de despido, se me saltaron las lágrimas y me sentí realmente fracasado. Afortunadamente, en ese momento ya llevaba algún tiempo practicando el budismo.

Gracias a ello, pude decirme a mí mismo: «¡La vida sigue! Cuando te caigas, no olvides levantarte de nuevo». Al cabo de dos semanas, tenía un trabajo nuevo.

Cada situación de fracaso y cada acto de perseverancia me preparaba para el siguiente reto.

El aliento del presidente Daisaku Ikeda que afirma que solo mediante la experiencia del sufrimiento podemos comprender de verdad la fe y convertirnos en individuos capaces de saborear la vida, ha sido una gran fuente de inspiración desde el comienzo de mi práctica budista. Esta perspectiva ha sido un gran estímulo en mis momentos depresivos, me dan la esperanza de que mi sufrimiento tiene sentido y que superándolo puedo construir una vida fuerte. Sufrimiento y alegría, victoria y derrota: ambos existen en paralelo. Mi práctica budista es crucial para estabilizar mi mente y mi corazón. Los escritos del presidente Ikeda me alientan con su seguridad de que el punto central del budismo Nichiren es construir un yo indestructible que no se deje vencer por ninguna dificultad.