El mundo es tu escenario
Cuando la bailarina de ballet, Jia Xi Lee, conoció el budismo Nichiren se mostró escéptica. Decidió ponerlo a prueba, embarcándose en un viaje que jamás se hubiera imaginado.
En 2010, llegué a Nueva Zelanda desde Malasia para estudiar ballet en la Escuela de Danza de Nueva Zelanda (NZSD). Me sentía insegura, deprimida y me daba cuenta del agravamiento de un trastorno de la alimentación. Perdí más de 10 kilos en dos meses. Con apenas 38 kilos, deambulaba por la escuela como un fantasma. Aunque entonces no lo sabía, todos veían que iba extinguiéndome física y mentalmente. Un día, cuando estaba sentada al lado de uno de los pianistas que tocaba en nuestras clases, pude ver entre sus papeles uno en el que se destacaba la palabra «Buda».
Al principio me mostré escéptica, pero la felicidad que sentía al orar era innegable.
Me prestó un libro y otros materiales introductorios al budismo Nichiren, que contenían relatos de las personas que habían transformado su vida a través de esta enseñanza. Intrigada, esa misma noche, recité mi primer Nam-myoho-renge-kyo. Por primera vez en mucho tiempo, me pareció que estaba tomando una acción para mi vida.
Al principio me mostré escéptica, pero la felicidad que sentía al orar era innegable. Recibí mucho cariño y atención de los miembros de la Soka Gakkai a mi alrededor, por lo que decidí unirme a la organización. Determiné que probaría esta práctica durante cinco años y si nada cambiaba, la dejaría.
Hice una lista para orar por los deseos que consideraba imposibles y decidí que, si alguna de mis oraciones no tenía respuesta, haría las maletas y me marcharía de la Soka Gakkai.
Esa lista incluía: ser alguien que tiene una historia que contar, tener una familia armoniosa, contar con un montón de buenos amigos, desarrollar una sólida personalidad, conseguir estabilidad emocional y, por supuesto, librarme de la depresión y los trastornos alimentarios.
Hoy, después de más de diez años, ¡sigo practicando! Pude lograr todo cuanto había orado alcanzar y mucho más.
Recuperar la esperanza y el agradecimiento
Al poco tiempo, a través de la práctica comencé a abrigar esperanza y sentido de propósito, y, también, a creer que podía producir un cambio positivo en las personas que me rodeaban. Desde entonces empecé a esforzarme a conciencia para restablecer la relación con mis padres distanciados, inspirada por el escrito de Nichiren Las cuatro deudas de gratitud. Una de ellas es la que contraemos con nuestros progenitores.
El odio que albergaba hacia mi padre desapareció cuando le pregunté: «¿Cuál es tu sueño?» y él me respondió: «Tengo esposa e hijos, y solo sueño con darles todo lo que quieran». No podía creer que un hombre tan orgulloso como él se sintiese impulsado por un deseo tan simple o que yo fuera parte de su sueño.
Antes de practicar el budismo, mi madre y yo no podíamos estar en un mismo espacio sin que termináramos discutiendo. Un día, tuvimos una conversación de corazón a corazón en la que hablamos durante más de tres horas sin llegar a pelearnos. Me dijo cuán orgullosa estaba de mí, ¡y nos abrazamos!
Al provenir de una típica familia china, rara vez expresamos nuestro amor o respeto los unos a los otros. Jamás pensé que este día llegaría tan rápido y dramáticamente después de orar por tener una familia armoniosa. Mi madre, inspirada por el cambio que vio en mí, se sumó a la Soka Gakkai de Malasia en 2017.
El aliento que necesitaba
Tras graduarme de la NZSD, fui la única mujer de mi clase en conseguir un contrato en una de las pocas compañías de ballet en el sureste asiático. Pero pronto mi sueño de ser bailarina se convirtió en una pesadilla, ya que tenía problemas para desarrollar una buena relación de trabajo con mi jefe, hasta el punto de que mis amigos en la organización estaban preocupados por mi bienestar.
Cada día temía ir al trabajo. Lo único que podía hacer era seguir orando y estudiando el budismo.
Me inspiré en el aliento del presidente Daisaku Ikeda: «El mundo es tu escenario».
Como bailarina, siempre pensaba que el escenario era mi mundo, pero comprendí inesperadamente: «¡No, el mundo es mi escenario!». Debía actuar en el orbe, no solo en una pequeña escena. Me di cuenta de que podía disponer del coraje para escuchar lo que me indicara mi corazón.
Como bailarina, siempre pensé que el escenario era mi mundo, pero comprendí inesperadamente: “¡No, el mundo es mi escenario!”.
De forma lenta pero segura, estaba aprendiendo a enfrentar todos estos retos de la vida con sabiduría y coraje y, además, a tener compasión no solo hacia mí misma sino también hacia los demás.
Desde entonces, he realizado por mi cuenta una gira de audiciones para compañías de ballet en Nueva York y en Europa. También terminé mi carrera en psicología con honores.
Ponerse en acción de un salto
Al declararse la pandemia de la Covid-19 en 2020, tenía mucho tiempo libre. No dejaba de pensar: «¿Cómo puedo aprovechar mi habilidad para bailar y transmitir a los demás la filosofía esperanzadora del budismo Nichiren, aunque sea una palabra o una frase de aliento, en esta época difícil?».
Cuando la SGM organizó una campaña en los medios sociales para involucrar a los jóvenes en el apoyo al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) de la ONU, aproveché la oportunidad e hice la coreografía de un solo de danza de dos minutos basada en la exposición organizada por la SGI (Soka Gakkai Internacional) «Todo lo que atesoras: Por un mundo libre de armas nucleares». También reuní a otros ocho artistas para que actuaran conmigo en directo en Facebook, el 7 de junio de 2020, con una audiencia virtual de setecientas personas como parte de esta campaña.
La noticia del evento fue recogida por los medios de comunicación. El 30 de septiembre de ese año, Malasia ratificó el tratado en medio de la crisis política y económica. Estaba encantada de este resultado y me sentí sumamente orgullosa de que Malasia fuera uno de los cincuenta primeros países en prohibir oficialmente las armas nucleares.
Una felicidad creciente
A pesar de que perdí mis principales fuentes de ingreso durante la pandemia, tuve muchísima protección: me ofrecieron un trabajo con una remuneración superior al salario medio y podía hacerlo desde casa. Asimismo tuve la fortuna de ganar un premio prestigioso en artes escénicas en Malasia.
En 2021, de repente, me entrevistó el director de una de las escuelas de ballet más antiguas de Singapur, un maestro y profesor de ballet reconocido mundialmente, y me ofreció un puesto de docente a jornada completa. Como bailarina, había emprendido acciones para el gremio, pero como profesora, puedo emprender acciones para transformar el mundo de la danza.
Al recordar que a mis diecinueve años era una joven insegura, deprimida e invisible, he hecho la apuesta más sensata al probar esta práctica durante cinco años. Sin orar, no hubiera tenido la valentía para llevar una vida única y ciertamente mía.
Mi felicidad ha aumentado cada día durante estos diez años, y mientras siga esforzándome en mi práctica budista, confío en que seguirá siendo así.
Adoptada de la edición de marzo de 2021 de Tai Aronui: Buddhism in Focus, de a SGI de Nueva Zelanda.