Convertir el veneno en medicina para toda la humanidad
Sherman Edmiston III, oriundo de Nueva York, EE. UU., reflexiona sobre el legado de discriminación racial y cómo la práctica del budismo Nichiren lo empodera para transformar esa herencia negativa.
Crecí en Harlem entre los años 60 y 70, en una época marcada por el conflicto racial y la pobreza. En nuestra comunidad, había una fuerte influencia de la droga y desesperanza debido a la falta de oportunidades. La violencia era un hecho cotidiano y muchas personas cercanas fueron asesinadas.
A menudo, cuando iba con mis amigos a entrenarnos en la pista de un vecindario de origen migrante, en su mayoría italianos, nos lanzaban botellas e insultos raciales. Como mis padres deseaban lo mejor para mí, me enviaron a un colegio privado, pero sufrí porque me sentía aislado de los demás estudiantes y me costaba mucho. En una ocasión, mi profesor llegó a decirme incluso que yo estaba sumamente desinformado del mundo circundante, cuando en realidad, gran parte del mundo al que se refería, era inaccesible y hostil hacia mí.
Más tarde, ya en el instituto y luego siendo un joven adulto, estas vivencias humillantes debido a mi raza empezaron a involucrar a la policía. Por ejemplo, siendo estudiante universitario, junto con mi compañero de habitación, fuimos retenidos pistola en mano por el solo hecho de estar en un barrio predominantemente de personas blancas y alguien nos había denunciado ante las fuerzas de seguridad. En otra ocasión, un coche me llevó por delante cuando iba en bicicleta y me arrestaron por haberme enfrentado al conductor. De regreso en Harlem, presencié cómo una persona de color que no portaba ningún arma era golpeado y asesinado por la policía. Y cuando lo conté, la policía se presentó en mi casa de manera intimidatoria. Estaba asustado y decidí no declarar sobre lo que había presenciado.
Estos son solo algunos incidentes, pero así era mi vida cotidiana.
Me aceptaron en el programa, pero luego descubrí que mi colega y yo, ambos jóvenes negros, fuimos excluidos de las actividades de tutoría con altos ejecutivos.
Me gradué con una licenciatura en Ingeniería y obtuve mi maestría en Administración de Empresas en la Universidad de Michigan. Aunque contaba con estas credenciales, me acusaron de hacer trampa en un examen de acceso a un programa de prácticas profesionales. Finalmente me aceptaron en el programa, pero luego descubrí que mi colega y yo, ambos jóvenes negros, fuimos excluidos de las actividades de tutoría con altos ejecutivos.
Aun así, conseguí un empleo a jornada completa en un importante banco en Wall Street y dedicándome al trabajo, fui ascendiendo de categoría. Habiendo conseguido estabilidad económica en la sociedad, pensaba que ahora lograría tener algo de respeto y dignidad. Pero eso no se dio. Un día, mi mejor amigo y yo volvíamos a casa en taxi cuando la policía nos detuvo con pistola en mano. Incluso en el trabajo, mis jefes enviaron a un hombre afroamericano para convencerme de que asumiera un puesto considerablemente inferior al que yo había llegado a ocupar. Me sentí profundamente ofendido y dejé la empresa.
A pesar de los obstáculos, jamás abandoné mis sueños y seguí avanzando profesionalmente. Pero el dolor y el desengaño que experimentamos las personas negras americanas, y en general, todas las personas de distintas razas, es real. Tuve que navegar por el mundo de manera distinta, y la ira y el resentimiento se acumulaban en mi interior.
Practicar el budismo
Mi padre me introdujo al budismo Nichiren cuando estudiaba en la escuela secundaria. Asistía a las actividades de la Soka Gakkai a regañadientes, y rara vez practicaba por iniciativa propia. Aun cuando estudiaba en la universidad, asistía a las reuniones de vez en cuando. Con el apoyo del responsable de hombres del distrito, comencé a participar en los encuentros de la Soka Gakkai y, en junio de 1996, tuve la oportunidad de colaborar en las actividades que se realizaron durante la visita del presidente Daisaku Ikeda a Nueva York.
Tras el evento, el presidente Ikeda nos propuso reunirnos. Todos estábamos esperándolo de pie, inmóviles, pero cuando él llegó nos invitó a sentarnos distendidamente. Luego, preparó té y lo sirvió a cada uno. Este simple gesto de su humanidad y preocupación genuina por nosotros derribó los muros de desconfianza que había en mi vida. Por primera vez asomó en mí un rayo de esperanza y confianza y decidí que lo consideraría mi mentor en la vida.
Sin embargo, tuve dificultades para compaginar el trabajo, la familia y la fe, lo cual hizo que mi práctica decayera. La acumulación de experiencias amargas y el trauma de mi infancia tuvieron sus consecuencias: me estaban consumiendo. Recurrí a las drogas y al alcohol para automedicarme y busqué refugio en el trabajo para evadir la realidad de mi vida. El Día de Acción de Gracias del año 2000, la situación alcanzó el punto crítico: tuve una crisis nerviosa estando en el trabajo.
Llamé a mi padre y enseguida vino a recogerme. Dentro del coche, me animó a recitar Nam-myoho-renge-kyo, diciendo que era la única manera de superar mi sufrimiento. Ese día empecé a orar. No sabía si algún día volvería a ser yo mismo, solo sabía que tenía que seguir orando.
Este fue el comienzo de un cambio transcendental en mi vida. Formé una familia e inicié mi propio negocio. Enfrentamos diversos desafíos: fracaso empresarial, problemas económicos y de salud de mi hija… pero en cada momento crítico, recordaba un pasaje de Los escritos de Nichiren Daishonin: «Una espada es inútil en manos de un cobarde. La poderosa espada del Sutra del loto debe ser blandida por alguien valiente en la fe».
Vencí cada obstáculo basándome en la fe, apoyando a los miembros de mi distrito y desafiándome por mi revolución humana. Con el coraje que provenía de mi práctica budista y de las orientaciones del presidente Ikeda, fui ascendiendo y abriéndome camino en mi profesión. Y en diciembre de 2015 renuncié a mi negocio del que era socio, para donar un riñón a mi padre y apoyar a mi hija y a mi familia. Cambié de profesión, una que jamás hubiese imaginado, y actualmente formo parte del Consejo de Administración de cuatro empresas cotizadas .
Tender puentes
En muchas ocasiones soy la única persona negra en la sala y mis compañeros tienen creencias y experiencias vitales muy distintas. Sin embargo, me siento orgulloso de ser quien soy: un hombre negro, discípulo del presidente Ikeda, y que no teme hablar sin reservas.
A pesar de nuestras diferencias, mis compañeros y yo hemos forjado una estrecha amistad y trabajado en programas que se dedican a eliminar las desigualdades que impiden el ingreso a jóvenes racializados en institutos públicos de Nueva York. A través de entrenar al equipo de ligas menores de béisbol en el que está mi hijo, he creado estrechas relaciones de amistad con muchos integrantes del cuerpo de mantenimiento del orden público. Juntos hemos trabajado en diversas iniciativas comunitarias para el empoderamiento de los jóvenes y sus familias, y generar confianza entre los policías y las comunidades que están bajo su cuidado.
Si yo cambio algo en lo profundo de mi ser, el mundo no puede menos que cambiar.
En 2017, me desperté por un alboroto en el barrio. Al parecer se trataba de un tiroteo cercano. Un joven negro estaba en el suelo esposado y rodeado de policías; era un ambiente de mucha tensión.
Conocía a la abuela del joven, así que junto con dos vecinos fuimos con él a la comisaría para asegurarnos de que estuviera bien. Más tarde pude entablar un diálogo sincero con el agente a cargo de la investigación. Me explicó todo lo ocurrido y me agradeció por no prejuzgarle y respetarlo como ser humano. Al día siguiente se habían retirado todos los cargos contra el joven.
Estas experiencias han afianzado en mí la certeza de que si quiero ser un agente de cambio positivo y transformador, debo luchar con cada célula de mi cuerpo para no permitir que la ira y el resentimiento me superen. Me di cuenta de que no tenía otra opción que transcender la amarga historia familiar y la mía propia para conectarme con la humanidad y la naturaleza de buda de la persona que tengo frente a mí, sea quien fuere, y tender puentes con las personas de mi entorno. Esta es la única manera en que puedo convertir el veneno en medicina para empezar a sanar a todas las personas.
Crear esperanza
Para ser sincero, tengo que transformar mi condición vital de manera que pueda canalizar cada día la ira y el resentimiento hacia algo de valor. Mis hijos y sobrinos y los jóvenes afroamericanos se enfrentan diariamente con verdaderas locuras y estoy preocupado por ellos.
Por eso me consagro a la práctica del budismo Nichiren y lo comparto con los demás. Por eso oro mucho. Y mediante el estudio de los escritos de Nichiren Daishonin y del presidente Ikeda, no puedo sino recordar que la verdadera libertad existe dentro de uno mismo: en la capacidad de trascender nuestras condiciones y circunstancias, y de transformarlas.
El presidente Ikeda escribe: «En cualquier parte podemos manifestar el brillo del estado de budeidad. Esto enseña el budismo de Nichiren Daishonin. Nuestros primeros dos presidentes, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda, unidos por los lazos de maestro y discípulo, lo demostraron con su vida. En una celda de prisión que el señor Makiguchi describió como “fría hasta el extremo”, puso esta reflexión por escrito: “Hasta el infierno ofrece deleites, según sea nuestro estado de vida” ».
Casi toda mi vida he guardado rencor y esperado a que el otro sienta mi sufrimiento. Pero el budismo enseña que esperar a que algo externo a nosotros alivie el dolor es buscar la Ley fuera de uno mismo. Todo se reduce a la propia revolución humana: si yo cambio algo en lo profundo de mi ser, el mundo no puede menos que cambiar. Puedo insistir en lo injusto y quedarme estancado o puedo asumir la total responsabilidad de mis circunstancias, manifestar el poder de la Ley Mística y ser libre.
Además, ha habido avances en comparación con la época en la que crecí. Vimos personas de distintas razas y culturas de todo el mundo, unidas, en las recientes manifestaciones por la justicia. Coincidió con mi participación en un encuentro de distrito de la Soka Gakkai por Zoom, justamente en un barrio en el que, en mi juventud, había personas racistas y hostiles hacia los afroamericanos, y los miembros que participaban, de distintas procedencias, derramaron lágrimas por lo que estaba sucediendo.
Estamos progresando en distintos niveles, pero aún queda mucho por hacer en torno a la raza, el género, las clases y las desigualdades hacia personas LGBTI+. Sin embargo, para mí, el hecho de que en todas partes los jóvenes estén enfrentando audazmente tal indignidad es, en sí, un avance. Eso me da esperanza.
Las reformas políticas y legislativas son importantes, pero no es posible la regulación legal de la naturaleza humana. El racismo sistémico y las instituciones construidas sobre esta base, son un reflejo del corazón y de las condiciones vitales de las personas que integran esas instituciones. Hace falta cambiar el corazón de las personas; nuestro corazón necesita cambiar.
Adaptado de la entrevista publicada en la entrega de agosto de 2020 de Living Buddhism, de la SGI de los Estados Unidos.