Bellas conexiones
Dominique Kohli, de Suiza, cuenta cómo él y su mujer, Jeanine, inspirándose en la práctica budista convirtieron su salón de belleza en un espacio que nutre los vínculos interpersonales.
Viví en los Alpes suizos hasta los 16 años, edad a la que me mudé a Lausana, Suiza, para realizar el aprendizaje de peluquería. A los 19 fui a Londres para estudiar inglés y especializarme en mi ámbito profesional, en una empresa muy conocida en el mundo de la moda. Nada más llegar, el director general de la compañía enfatizó que la peluquería es 50% técnica y 50% relaciones humanas. Sus palabras resonaron en mí porque el aspecto humano al que hacía referencia sintonizaba con mi filosofía, una que yo acababa de comenzar a practicar: el budismo Nichiren.
Conocí a Jeanine, quien se convertiría en mi esposa, en Londres, en 1978, cuando ambos empezábamos a practicar el budismo Nichiren.
Después de pasar ocho años allí, vivimos tres años en Múnich, Alemania. Fue una gran experiencia tomar contacto con otra sociedad y practicar el budismo junto a los miembros de la Soka Gakkai de Alemania.
En el aspecto profesional, y con la idea de un día volver a Suiza, quería experimentar cómo se integraban en otra cultura las habilidades de peluquería que había adquirido en el Reino Unido.
Nuestro deseo consistía en crear una atmósfera en la que cada persona sintiera una cálida bienvenida y saliera feliz con su peinado, pero también, se sintiera alentada.
Antes de regresar a Suiza, solicité un encuentro con el director general de la empresa en la que trabajaba para trasladarle algunas reflexiones. Él trajo consigo al director de recursos humanos y me dieron una hora para compartir mis impresiones. En esa época, la compañía gozaba de renombre mundial por su formación, desarrollo profesional y calidad en el corte de cabello. Sin embargo, yo creía que esto solo representaba el 50% de lo que se necesitaba para alcanzar verdadero éxito, ya que había observado que no existía un entrenamiento en las relaciones humanas y eso se notaba. En la reunión les expuse mis pensamientos, admitiendo que no tenía una propuesta de cómo ofrecer capacitación profesional en relaciones interpersonales. Aunque me escucharon atentamente, luego pude darme cuenta de que no se tomaron acciones para buscar una solución.
¡Comienza la aventura!
Era septiembre de 1989 cuando finalmente mi esposa y yo abrimos nuestra pequeña peluquería en Ginebra, Suiza. Recuerdo el entusiasmo y el agradecimiento que experimenté el día en que nos entregaron las llaves del salón. Queríamos que fuera algo más y decidimos que lo convertiríamos en un lugar que contribuyera a mejorar el mundo: lo conseguiríamos realizando esfuerzos por hacer surgir el estado vital de la budeidad en nuestras vidas y en las de nuestros clientes. Ese momento marcó el comienzo de un nuevo desafío y una hermosa aventura juntos.
El budismo enseña el concepto de la inseparabilidad de la vida y su entorno. Nosotros teníamos claro que queríamos que esa conciencia y espíritu se mantuvieran presentes de manera cabal en nuestro salón. Nuestro deseo consistía en crear una atmósfera en la que cada persona sintiera una cálida bienvenida y saliera feliz con su peinado, pero también, se sintiera alentada.
La riqueza de los intercambios que tuvimos con nuestros clientes no dejaba de sorprendernos y llenaba nuestros días con el profundo significado y relevancia que poseen los vínculos humanos basados en el diálogo sincero. Justamente por eso la práctica de despertar el estado vital de la budeidad era tan importante. Cada mañana, antes de salir a trabajar, era necesario elevar nuestro estado de vida, que, por cierto, no siempre era el mejor, mediante la entonación de Nam-myoho-renge-kyo. Sin esta práctica hubiese sido imposible brindarnos a los clientes libremente y con alegría.
Un trabajo de amor
Pronto dos clientes sugirieron que usáramos como eslogan la frase «Con un toque humano». ¡Una magnífica validación de nuestras intenciones!
Tener un eslogan tan precioso era algo bueno, pero lo realmente importante para nosotros era compartir este espíritu con nuestros compañeros y aprendices y seguir profundizando en él continuamente. Fue el comienzo de una búsqueda interior para descubrir cómo podíamos entrenar a nuestro equipo para trabajar con un espíritu abierto y humanista, sin que fuera «religioso».
Así, inspirados en nuestras reuniones de diálogo locales de la Soka Gakkai, se nos ocurrió la idea de mantener encuentros similares en el trabajo que trataran temas relevantes para el contexto laboral, como puede ser el optimismo, el valor del diálogo o cómo gestionar el estrés.
Los escritos de Daisaku Ikeda fueron una honda fuente de inspiración. Escribe: «Si bien las relaciones diplomáticas son, desde luego, cruciales, son más vitales aún el diálogo y el intercambio en el nivel ciudadano, la aceptación activa de la existencia del otro en toda su realidad y riqueza. (…) Estoy convencido de que el mundo a nuestro alrededor comenzará a cambiar cuando, como individuos, nos apoyemos en la amistad y en la empatía para rediseñar el mapamundi en nuestros corazones».
Crear armonía
A lo largo de los años, fuimos observando que, a algunos clientes, tal vez por falta de autoestima, no les gusta mirarse al espejo. Inspirados en algo que escribió el presidente Ikeda sobre la influencia positiva del arte y la música, reflexionamos detenidamente acerca de la decoración y la selección musical de nuestro nuevo salón, que abrimos hace diez años. Nuestra intención era crear un ambiente armonioso que contribuyera al bienestar de nuestros clientes y colegas.
Además de poner una gran variedad musical, creamos siete espejos muy grandes y bellos cuyos marcos están decorados con pinturas que representan la metáfora de la torre de los tesoros del Sutra del loto. La torre de los tesoros, descrita como un stupa colosal cubierta de joyas, representa el estado vital de la budeidad. Normalmente explicamos que estos espejos representan la dignidad inherente a la vida. Nuestra intención es que cuando una persona se mire en esos espejos, se despierte en ella un estado de plenitud.
Ganar juntos
A finales de 2022, recibimos una llamada telefónica informándonos de que nuestro salón había sido galardonado con el premio de ese año a la mejor empresa formadora de aprendices en el sector servicios, que incluye la peluquería, hostelería y cáterin de todo el cantón suizo de Ginebra. Eso supone que se tenían en cuenta unas 150 empresas. Fue realmente una sorpresa increíble, ya que ¡ni siquiera sabíamos que ese premio existía!
Nos dijeron que el motivo por el que habíamos recibido ese galardón era que todos nuestros principiantes habían recibido su certificado de aprendizaje, dos de ellos recibieron el premio al mejor aprendiz del cantón en su examen final y nuestro último representante se quedó a tan solo una décima del mejor. Pero lo que realmente marcó la diferencia fue que, en comparación con otras empresas, la nuestra resultó ser la que había conservado el mayor número de aprendices.
A lo largo de estos treinta años de formación de personal se han sucedido altos y bajos, pero lo que nos ha hecho avanzar sostenidamente ha sido el aliento de Daisaku Ikeda a buscar el diálogo, en todas las ocasiones, hasta el final, y a ganar juntos.
Este premio es el resultado de la unidad de todo el equipo del salón, ya que cada persona contribuye de manera única al bienestar y al éxito de los aprendices, así como al de nuestros clientes.
Nos complace afirmar que hemos podido formar a todos nuestros principiantes no solo en técnicas de peluquería, sino también en relaciones interpersonales. Como resultado de todo ello, hemos conseguido alcanzar el 100% de graduados, que era nuestro objetivo desde el comienzo. Mi meta ahora es escribir un libro para compartir mi visión con las generaciones de peluqueros más jóvenes.
Adaptado de un artículo publicado en el número de agosto de 2023 de The art of Living, SGI-UK