Heredando el indomable afán de mi abuela por la paz

Kazumi Kuwahara, Japón
Una mujer mayor que utiliza silla de ruedas frente a la Cúpula de la Bomba Atómica.
Kazumi y su abuela frente al Parque Conmemorativo de la Paz de la ciudad de Hiroshima y la Cúpula de la Bomba Atómica al fondo [© Seikyo Shimbun]

Inspirada por la inquebrantable fortaleza de su abuela, hibakusha de Hiroshima (Japón), Kazumi Kuwahara, como una joven de la tercera generación de supervivientes, ha resuelto personificar y perpetuar el profundo compromiso de su abuela con la paz.

La historia de mi abuela hibakusha

En 1945, mi abuela, Emiko Yamanaka, estaba en sexto grado de primaria y vivía con su familia de nueve miembros en Hiroshima, Japón. La mañana del 6 de agosto, estaba yendo al oculista cuando se le rompió la tira de tela de sus zuecos geta. Un hombre de una fábrica cercana lo vio y dándole un poco de cáñamo le dijo: «Ven a arreglarlo dentro, hace demasiado calor fuera». Justo cuando ella entró en el edificio y se agachó para arreglar la correa, la cegó una luz intensa, como si el sol se hubiera estrellado contra la Tierra. En el mismo instante, una potente onda expansiva provocada por la detonación la golpeó contra el suelo tan fuerte que la dejó luchando para poder respirar.

Atrapada bajo el edificio situado a 1,4 kilómetros del hipocentro de la explosión de la bomba atómica que cayó sobre la ciudad de Hiroshima, mi abuela gritó pidiendo ayuda. Un hombre que pasaba por allí la oyó y le tendió la mano, pero cuando ella iba a aferrarse a su brazo se le desprendió la piel. Pese a todo, el hombre consiguió sacarla y escapó por los pelos de las llamas que surgían de los escombros. En el camino hacia su casa, a 1,5 kilómetros de distancia, presenció escenas terroríficas e infernales. Cuando llegó, vio con inmenso alivio que su familia estaba a salvo.

Hibakusha: amor y discriminación

He llegado a comprender que el camino hacia el desarme nuclear yace en fomentar paso a paso una cultura de paz en los corazones de la gente, de a una persona a la vez.

Pero su sufrimiento no terminó con la guerra. Muchos años después, a los 18, se enamoró de un joven con el que se comprometió y pronto iban a casarse, hasta que un día su futura suegra la llevó aparte y le espetó: «Prométeme que no le contarás a mi hijo lo que voy a decirte. Simplemente no puedo aceptarte a ti, una superviviente de Hiroshima, como novia en nuestra familia». Aquello destrozó a mi abuela.

Cinco años más tarde, le arreglaron un matrimonio con un hombre llamado Akio. Con el tiempo, se enamoraron y en 1957 se casaron. Poco después, se dio cuenta de que estaba embarazada, pero debido a la tuberculosis, el médico le advirtió que posiblemente no sobreviviera al parto. Pero mi abuela no se dio por vencida: quería demostrar que incluso una superviviente de la bomba atómica podía tener un hijo y ser feliz. Después de tres días y tres noches de parto, dio a luz a una niña.

El encuentro con el budismo cambia la perspectiva

Tras conocer el budismo gracias a un pariente, mi abuela y toda su familia se unieron a la Soka Gakkai en 1960. Ella seguía sufriendo las secuelas del bombardeo atómico: además de la trombocitopenia (que conlleva la falta de coagulación de la sangre), padeció de cataratas por radiación, cardiopatía isquémica y cáncer de tiroides; le seguían saliendo dolorosos bultos rojos bajo la piel de los que asomaban fragmentos de cristal color chocolate, remanentes de las innumerables astillas de vidrio que se habían clavado en su cuerpo en el bombardeo atómico. Sin embargo, su perspectiva experimentó una profunda transformación al abrazar el budismo. A pesar de los estragos físicos de la enfermedad relacionada con la bomba atómica, se mantuvo extraordinariamente positiva y animada.

En 1988, el presidente Daisaku Ikeda escribió un conmovedor poema sobre el inimaginable dolor, la pena y la discriminación que tuvieron que soportar los supervivientes de la bomba atómica, en el que articulaba aún más su noble misión de crear un mundo pacífico. Mi abuela, profundamente conmovida por sus palabras y su compasión, prometió trabajar mucho más por la paz y compartir su experiencia como superviviente de la bomba atómica.

Una mujer habla ante un micrófono frente a una audiencia.
La señora Yamanaka cuenta su experiencia sobre la bomba atómica ante la joven audiencia [© Seikyo Shimbun]

Contar la experiencia de haber sobrevivido tuvo un gran impacto emocional en mi abuela. Le causaba pesadillas, pero a pesar de ello, estaba decidida a que nadie volviera a sufrir la tragedia que ella había vivido. Hasta la fecha, ha hablado sobre la amenaza de las armas nucleares y la importancia de la paz en más de diez países, incluido Japón, y en marzo de 2011 dio su testimonio en la sede de la ONU en Ginebra.

Heredando el compromiso por la paz

Yo estaba en el segundo año de la escuela secundaria cuando me enteré de la experiencia de mi abuela con la bomba atómica, ello me abrumó y conmocionó profundamente. Un año después, en una alocución en el marco de un concurso de oratoria, expresé mis sentimientos de la siguiente manera: «Me indignó que a los supervivientes de la bomba atómica ni siquiera se les permitiera casarse». «Como representante de la generación más joven, seguiré abogando por la paz mundial, un ideal que debemos esforzarnos por alcanzar». Recibí el Premio del Gobernador de la Prefectura de Hiroshima por mi discurso, y supuso una gran alegría para mi abuela verme continuar con su compromiso por la paz.

Foto grupal de una familia numerosa
La señora Yamanaka y Kazumi (segunda por la derecha y primera por la izquierda en la primera fila, respectivamente) posan junto a su familia [© Seikyo Shimbun]

Durante la escuela secundaria, leí con voracidad los numerosos libros de diálogos de los que Daisaku Ikeda es coautor junto con líderes y expertos mundiales de diversos sectores de la sociedad. Gracias a esas lecturas me di cuenta de la importancia de respetar a las personas con opiniones diferentes. También reconocí la necesidad de cultivar el conocimiento para abogar por la paz con eficacia, en lugar de basarse únicamente en apelaciones emocionales.

Más tarde, decidí proseguir mis estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Soka de Japón con el objetivo de estudiar la abolición de las armas nucleares desde la perspectiva del derecho internacional. Participé activamente en el grupo de estudio de inglés de la facultad y me relacioné con estudiantes internacionales para mejorar mi inglés. Durante mi primer año, también realicé mis estudios en la Universidad de Buckingham, en el Reino Unido, donde profundicé en temas relacionados con la paz y los derechos humanos.

Durante la estancia en Inglaterra, me invitaron a compartir la historia de mi abuela en un acto en Londres que reunía a personas de numerosas tradiciones religiosas. Me costó escribir mi discurso mientras reflexionaba sobre la vida ardua y trabajosa que había llevado mi abuela. Recordé que una vez le pregunté por qué siempre sonreía, a lo que ella respondió: «Porque no habría podido sobrevivir si no hubiera seguido sonriendo». Sus palabras tenían un gran peso. Aunque me di cuenta de que quizá nunca llegaría a comprender el tremendo sufrimiento que padeció, decidí apoyarla y seguir honrando su valentía.

Dirigiéndome al público de la gran sala, que tenía capacidad para 2000 participantes, hablé lenta y pausadamente. Cuando terminé, las personas se pusieron de pie, una tras otra, aplaudiendo calurosamente. Muchas se me acercaron después y me transmitieron sus sinceros deseos de felicidad para mi abuela. Me sentí orgullosa de que su historia hubiera llegado al corazón de tanta gente de orígenes y culturas tan diversos.

El punto de inflexión y el corazón de la paz

Cuando finalicé la universidad en 2018, decidí regresar a Hiroshima para dedicarme a las actividades comunitarias por la paz y estar cerca de mi abuela. Una vez en casa, me embarqué en la búsqueda del propósito y la misión de mi vida.

El punto de inflexión llegó cuando viajé a Alemania durante varias semanas y participé en una reunión de la Soka Gakkai en Berlín. Rodeada de la calidez de los miembros, encontré el valor para abrirme y compartir mis sentimientos por primera vez. Todos me escucharon atentamente y me ofrecieron su apoyo incondicional, infundiéndome una nueva confianza en mi búsqueda de la concreción de la paz.

Una mujer sostiene una carpeta frente a un monumento.
Kazumi guía a los visitantes ante el Monumento a la Paz de los Niños en el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima [© Seikyo Shimbun]

Hace tres años obtuve la certificación de guía intérprete regional de la prefectura de Hiroshima al tiempo que me inscribía como Voluntaria de la Paz de Hiroshima: me convertí así en la guía más joven de entre más de 200 voluntarios. Cuando hago la visita guiada a los visitantes por el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima y les muestro la Cúpula de la Bomba Atómica, suelo contarles la historia de mi abuela, en particular, su aversión a la orilla del río que le causaron los trágicos acontecimientos que ocurrieron allí tras el bombardeo atómico.

Cada visitante tiene una nacionalidad y educación propias, y mientras interactúo con ellos, reflexiono constantemente cuál es la mejor manera de compartir la importante historia de Hiroshima. Algunos parecen que llegaron aquí por casualidad, y a veces me pregunto cuánto entienden realmente. Pero hay otros que vuelven a visitar el Cenotafio de las Víctimas de la Bomba Atómica después de escuchar lo que les he contado. Es un momento profundamente gratificante.

He llegado a comprender que el camino hacia el desarme nuclear yace en fomentar paso a paso una cultura de paz en los corazones de la gente, de a una persona a la vez. Esta es la inestimable lección que he aprendido del espíritu indomable y resiliente de mi abuela. Espero sinceramente que mis humildes esfuerzos puedan inspirar a otros y encender en sus corazones el deseo de contribuir a la paz. Sigo comprometida con el cumplimiento de la promesa que le hice a mi abuela de convertirme en una defensora de la paz.

Adaptado de un artículo publicado en la edición del 3 de agosto de 2023 del Seikyo Shimbun, Soka Gakkai, Japón, y del libro Hiroshima y Nagasaki: Lo que nunca olvidaremos.