Convertirse en protector de la selva amazónica
Desde muy joven, Rodrigo Yuiti Izumi, oriundo de Brasil, decidió que sería defensor de la selva amazónica y que trabajaría para su preservación. Actualmente está haciendo realidad su sueño en el Instituto Soka Amazonia, ubicado en Manaos, Brasil.
Cuando tenía 17 años, me trasladé a Japón desde Brasil con mi familia. Vivir allí fue una experiencia de lo más enriquecedora. Comencé mi práctica budista con la determinación de mostrar la diferencia positiva que podía suponer en mi vida y experimenté profundos cambios en mi actitud.
Me percaté de que para hacer realidad mi sueño, necesitaba algo más que esfuerzo y conocimiento: necesitaba la fe
El 2008, cuando tenía 20 años, marcó un punto de inflexión en mi vida. Al leer las propuestas de paz del presidente Daisaku Ikeda, sentí que había descubierto mi camino. En una de ellas, plantea la necesidad de una acción ambiental llevada a cabo por movimientos de base; y comenta, a este respecto, el trabajo que realiza del Instituto Soka Amazonia fundado por él y establecido por la Soka Gakkai de Brasil (BSGI), para desarrollar investigaciones sobre la conservación del medio ambiente y para emprender iniciativas de reforestación. Fue entonces cuando comencé a soñar con trabajar en ese lugar. El primer paso, decidí, sería retornar a Brasil y asistir a la universidad.
No dejarse vencer
Mi objetivo era estudiar Ingeniería Ambiental. Sin embargo, volver a Brasil implicaba muchos desafíos, siendo el más grande, el financiero: necesitaría ahorrar una considerable suma de dinero.
Hice algunos cálculos y me dirigí a la empresa constructora en la que trabajaba para solicitar un aumento de sueldo.
El budismo Nichiren enseña que cuando nos esforzamos por realizar grandes avances, estamos destinados a encontrar resistencias y obstáculos. Fiel a estas palabras, surgieron muchos desafíos: me vi envuelto en un accidente de tráfico, irrumpió la crisis financiera, me lesioné los hombros en el trabajo y hubo un problema con mi aumento de sueldo y con la renovación de mi contrato laboral, ya que solo tenía un mes de validez. No me había dado cuenta de esta situación debido a mi incapacidad para leer y comprender los términos legales del contrato, puesto que estaban escritos en japonés. De pronto, me encontré sin trabajo y sin poder conseguir otra fuente laboral debido a la lesión. Todo el dinero que había ahorrado hasta el momento, tuve que gastarlo en la reparación del auto y en el tratamiento médico.
En medio de todo ello, me mantuve firme en mi determinación e hice todo lo posible por aplicar las enseñanzas del budismo Nichiren y la orientación del presidente Ikeda. Me esforcé al máximo en todo lo que hice, y cuando me acechaban pensamientos negativos y las sensaciones de fracaso, los enfrenté y los superé.
Varios meses después, fui declarado no culpable del accidente que había sufrido y me devolvieron el importe íntegro que había gastado en la reparación del auto. Al mes siguiente, luego de una larga lucha, la empresa en la que había trabajado reconoció su error respecto a mi contrato. Me devolvieron los gastos médicos y me pagaron los meses que no pude trabajar debido a mi lesión. Por fin, había ganado.
El invierno se convierte en primavera
Volví a Brasil, y el 8 de enero de 2009 tenía que realizar el primer examen de acceso a la universidad. Debido a un cambio en los horarios, tuve que pedirle a un amigo que me llevara hasta el lugar de la prueba. Además de retrasarnos nos perdimos y también sufrimos un pequeño accidente con otro auto. Por suerte, el conductor del vehículo era el padre de un joven que también iba a examinarse y conocía el camino. Llegamos con unos minutos de margen antes de que se cerraran las puertas para ingresar al local del examen.
Aun estando asustado, nervioso, hambriento y deshidratado, hice el examen… ¡y lo aprobé! Tal como dice Nichiren Daishonin: «El invierno siempre se convierte en primavera».
El sueño hecho realidad
Los seis años del curso de Ingeniería Ambiental en la universidad, fueron tan difíciles como los de la época anterior a entrar en el programa. Los obstáculos se sucedían uno tras otro, pero yo tenía la fuerte determinación de afrontar con valor lo que fuera.
Sabía que para ser parte del equipo del Instituto Soka Amazonia debía, como mínimo, tener un título de doctorado. Hice la solicitud para ingresar a un programa especializado en el bioma de la selva amazónica, pero, pese a realizar mis mejores esfuerzos, no fui capaz de superar los exámenes de acceso. La inseguridad y las dudas me consumían y me di cuenta de que todo ello estaba afectando incluso a las personas que estaban en mi entorno dentro de la organización local de la Soka Gakkai.
Mientras oraba y reflexionaba acerca de mi situación, me percaté de que para hacer realidad mi sueño, necesitaba algo más que esfuerzo y conocimiento: necesitaba la fe.
Poco después de esta percepción, descubrí que el instituto estaba recibiendo currículums, y entonces envié mi solicitud de trabajo. Pasé cada una de las fases de selección y, finalmente, después de doce años de ardua labor y dedicación, en 2019 me convertí en empleado del Instituto Soka Amazonia.
-
Rodrigo junto a un retoño de dos años plantado como parte del proyecto de reforestación que lleva adelante el instituto en los alrededores del aeropuerto de Manaos. [© Juan Pablo Tercero Cainã Arce]
-
En el instituto, impartiendo una clase de la Academia del Medioambiente sobre la importancia de las semillas de los árboles amazónicos. La academia ofrece clases semanales para escolares. [© Juan Pablo Tercero Cainã Arce]
Echando la vista atrás, me doy cuenta de que no llegué aquí por casualidad. Creo que cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos el potencial ilimitado para llevar a cabo los deseos más profundos; y creo también que, a través de emprender acciones valerosas sin darnos por vencidos, cada uno puede manifestar ese potencial y alcanzar sus metas.
Hoy, trabajando en el entorno con el que había soñado durante mucho tiempo, hago lo posible por infundir a mi formación técnica el espíritu de la Soka Gakkai de no rendirse nunca ante los desafíos.
Hay un dicho que resume muy bien el modo en el que me esfuerzo en conducir mi vida: «Hacer lo que puedo es normal. Ir más allá de mis capacidades es un desafío. Donde termina mi capacidad, empieza mi fe. Una profunda fe permite ver lo invisible, creer en lo increíble y lograr lo imposible».