Asumir la plena responsabilidad de mi Felicidad
Kathy Vichakchon DiFrancesco explica cómo empezar por cambiar ella misma fue la clave para transformar la relación con su madre y crear una familia unida.
Mis padres se conocieron en Nueva York después de que ambos emigrasen de Tailandia, y yo nací y crecí en el distrito de Queens en Nueva York. Cuando empecé la escuela primaria, mi padre ya se había marchado de casa y desde ese momento rara vez lo volví a encontrar.
A lo largo de los años, mi madre se volvió a casar varias veces, y fui testigo de sus relaciones poco saludables y rabia incontenible. Como hija única, a menudo era blanco de su cólera. Aún recuerdo aquellos días en los que mi madre violentamente hacía trizas nuestra casa o me golpeaba.
Creciendo en un ambiente tan caótico, desconocía lo que era una relación sana. Generalmente buscaba la aprobación de los demás y me veía en relaciones codependientes en las que desempeñaba el papel de víctima.
Encuentro con el budismo Nichiren
A los 30, ya estaba divorciada y cuidaba de mi madre viuda y depresiva, quien había venido a vivir conmigo después de que su tercer marido falleciera. En 2005, recurrí a mi plan de pensiones y me trasladé a Denver para comenzar una nueva vida por mi cuenta.
Lo irónico de mi situación era que no había escapado de mis problemas. Me encontraba en un nuevo entorno, pero seguía sufriendo y, para enfrentar mi situación, empecé a depender de las drogas. Cuando mis amigos organizaron una intervención telefónica, supe que tenía que poner orden en mi vida.
En 2009, iba conduciendo y pasé por delante de un centro budista. Decidí entrar y, en seguida, los miembros de la Soka Gakkai me dieron la bienvenida y se tomaron el tiempo de explicarme sobre el budismo. Por primera vez, todo tenía sentido. Sin ninguna duda, decidí unirme a la Soka Gakkai.
Las cosas comienzan a cambiar
Mi vida empezó a mejorar lentamente. Había conseguido un empleo estable y me estaba destacando en el trabajo. Conocí a un hombre maravilloso y me mudé a Dallas para comenzar una nueva vida con él. Nos casamos en 2010.
Sin embargo, cuando pasé a formar parte de la familia, se “abrió la caja de Pandora” y pude ver las cosas que no quería enfrentar. Mi marido tenía tres hijos de su anterior matrimonio, y él y su ex mujer no se llevaban bien. Inmediatamente empecé a dudar de mi papel en la familia y luchaba contra sentimientos de inutilidad. De nuevo, volvía a sentirme una víctima.
Sabía que debía fortalecer el centro de mi vida. Empecé a entonar Nam-myoho-renge-kyo para lograr una familia armoniosa y a esforzarme en transformar mi vida. Comprendí que no estaba asumiendo la plena responsabilidad de mi vida y, como resultado, sufría en cada aspecto de mi vida. Comencé a orar para ser valiente y encarar todo de frente.
El presidenteDaisaku Ikeda escribe:
“¿Cómo podemos lograr la armonía familiar, que representa la paz mundial en miniatura?
“En primer lugar, uno mismo debe ser una presencia brillante y luminosa en su familia, y extender a cada uno de sus integrantes la luz de su amor y de su bondad.
“En segundo lugar, es importante respetarse unos a otros, reconociendo que los lazos familiares entre padres e hijos, o entre cónyuges, son vínculos kármicos que se extienden a las tres existencias del pasado, presente y futuro.
“En tercer lugar, debemos hacer una aportación positiva a la sociedad y trabajar para forjar sucesores que contribuyan de la misma manera”.
Reparando las relaciones
Oré para que sucedieran dos cosas: (1) que se reparase la relación con mi madre; y (2) que mis hijastros, su madre, mi marido y yo nos uniésemos como familia y transformáramos tantos años de rabia y amargura. Ambas cosas por las que oraba parecían imposibles.
La relación con mi madre era tensa y me sentía desconectada. Basada en las orientaciones del presidente Ikeda, decidí dejar de echarle la culpa a ella y ser yo el sol resplandeciente en nuestra relación. Con respecto a mi propia familia, determiné que mis ahijados no sufrieran a causa de la desunión entre los padres y que tuviéramos una familia armoniosa.
Primero, tuve que enfrentar y transformar la inseguridad, la rabia y la falta de autoestima que tenía desde pequeña. Cada vez que tenía sentimientos negativos, oraba para enfrentar mi debilidad valientemente y conquistarla. Pronto, mis juicios y críticas se convirtieron en una profunda comprensión por el sufrimiento de mi madre. Me di cuenta de que su ira derivaba de su propio sufrimiento, y no del deseo de hacerme daño.
Un día, reuní el coraje para llamar a mi madre y decirle por primera vez que la quería. Deseaba decirle lo mucho que la apreciaba aún si ella no me correspondiera, aun estando aterrada por lo que pudiera responderme, pero, para mi sorpresa, ella también me dijo que me quería. Desde entonces nos hemos esforzado en reconstruir nuestra relación, y ahora la invito a Dallas para que pase tiempo con mi familia. Para su 70 cumpleaños el año pasado, la llevé a Las Vegas. Fue nuestro primer viaje de madre e hija. Nuestra relación se ha transformado completamente.
Empecé también a preguntar a mis hijastros cómo estaba su madre y la llamaba y enviaba mensajes para prestarle mi apoyo, aunque nunca recibía respuesta. Ellos me transmitieron que creían que los padres divorciados jamás se podrían llevar bien, y no podían entender por qué yo lo intentaba.
A comienzos de este año, mi marido y yo estábamos en un evento de atletismo de uno de nuestros hijos, y su madre también estaba presente. Se abrió conmigo sobre su lucha personal y se disculpó por no responder a mis mensajes y llamadas. Me agradeció por ayudarle en cuidar a sus hijos y me dijo que me apreciaba. Recientemente, nuestro hijo menor pronunció un discurso en la cena de graduación de su hermano sobre lo feliz que estaba por habernos unido como familia. ¡Yo estaba maravillada! Nos habíamos convertido en la familia que antes creía imposible.
La clave para la transformación
Pude aprender que mi propio cambio es la clave para transformarlo todo. Mis relaciones cambiaron cuando decidí tomar plena responsabilidad de todo en mi vida, a no ser más víctima de mis circunstancias y manifestar amor compasivo para uno y para los demás.
Aún tengo mucho trabajo por hacer, pero estaré eternamente agradecida a esta práctica que me ha empoderado para transformar mi karma. Como responsable de mi organización budista local, ¡estoy determinada a forjar valores humanos que contribuyan a la mejora del mundo y quiero introducir a muchas personas a esta práctica empoderadora para que ellos también puedan transformar sus vidas!
[Adaptado de la entrega de septiembre 2019 de Living Buddhism, SGI-USA]