Mi padre, el karma y yo
Cómo una nueva perspectiva del papel del karma permitió a Anita Prezelj ver más allá del alcoholismo y demencia de su padre.
En mi infancia, siempre estaba más cerca de mi padre que de mi madre. Existía un profundo vínculo entre nosotros. Pero, a lo largo de los años, este vínculo desapareció de alguna manera.
Hace diez años, mi padre, que ahora está en sus 80, comenzó a presentar los primeros signos de demencia y síntomas de depresión. Fue también en esa época que empezó a abusar del alcohol. Él no es un gran bebedor, pero debido a la edad y a la demencia, incluso una cantidad mínima de alcohol es demasiado para él. Puede permanecer sobrio durante varios días pero, cuando surge la oportunidad, bebe tanto como puede. Esta combinación es terrible. Cuando bebe, no es ni antipático ni agresivo pero se anula aún más —es como si estuviera completamente ido. Es difícil hablar con él sobre este tema porque lo niega y se vuelve manipulador, que es el comportamiento típico de un alcohólico.
He pasado por todo tipo de emociones respecto a mi padre —enojo, tristeza, vergüenza, impotencia. He sentido lástima por él, por su estado miserable y le he extrañado por estar tan ausente. A menudo he sentido desprecio tanto hacia él como hacia mi madre. A veces, he estado más enfadada con mi madre ya que ella no era capaz de poner límites o impedir que mi padre siguiera bebiendo.
Mi hermana y yo, juntas, hemos intentado probar todas las soluciones posibles: largos diálogos, prédicas, disputas, súplicas, brindar apoyo profesional; pero, todo en vano. De algún modo, busqué la manera de hacer de él quien yo quería que fuera o que necesitaba que fuese.
Como practicante del budismo Nichiren, sentí que dependía de mí transformar la situación. He entonado Nam-myoho-renge-kyo sobre ello continuamente con distintas metas, tales como que mi padre lograra la sobriedad o que algún día esta situación dejase de importarme. Sin embargo, aparte de un alivio a corto plazo, nada cambió —continuaba bastante convencida de que era él quien tenía que cambiar su conducta destructiva.
El juego de la culpa
En 2017, estando en Japón, busqué consejo sobre cómo podía usar mi práctica budista para mejorar la relación. Sin embargo, en aquel momento, estaba tan enfadada con mi padre que era incapaz de orar para ver y respetar la dignidad inherente a su vida —su budeidad— tal y como me habían aconsejado. Después, tuve la oportunidad de hablar con un miembro que también había tenido un padre alcohólico. Me sentí aliviada al escuchar que, aun estando enfadada e incluso pudiendo odiar el comportamiento de mi padre, era posible respetar su budeidad. Esto me pareció tan alentador que regresé de Japón con la determinación de transformar la situación y cambiar el veneno en medicina.
Fue en julio de 2018 que escuché un aliento que una miembro de Japón había recibido del presidente Daisaku Ikeda y que resonó en mí enormemente. Cuando ella era joven, su padre se había declarado en bancarrota. Ella estaba muy enfadada y le culpaba por su infelicidad. El presidente Ikeda le preguntó si ella pensaba que su padre tenía que cambiar. Ella asintió —por supuesto, ¡estaba muy enfadada con él! Sin embargo, en lugar de centrarse en transformar el karma de su padre, él la alentó a que se centrase en transformar el suyo propio, señalando que su karma era ser la hija de un hombre en quiebra.
¡Fue una revelación, como si hubiera estado tocando a la puerta equivocada todo este tiempo! A partir de ese momento, comencé a orar con un enfoque completamente distinto: transformar mi karma como hija de un padre alcohólico. Ver la relación desde una perspectiva más amplia del karma reveló capas más profundas, y comencé a ver la relación de modo distinto.
Dejándole libre
Vi cuán solo se encontraba mi padre. Vi cómo de perdido se encontraba en su propio mundo, sufriendo en silencio y sin realmente poder buscarnos. Puede que esto se debiera a su traumática infancia. Durante la segunda guerra mundial, con cinco años, se encontró absolutamente solo. Su padre había sido internado en un campo de concentración; su madre y sus cinco hermanos y hermanas habían sido obligados a abandonar Eslovenia y exiliar a Alemania. Su granja había sido completamente quemada. Yo sabía esta historia y que mi padre había permanecido de alguna manera bloqueado con esta experiencia traumática.
No podía cambiar su karma; solo podía cambiar el mío propio.
Este descubrimiento me afectó profundamente, y empecé a comprender que él probablemente había hecho todo lo posible para llevar la mejor vida, sin poder hacer más. Le había echado la culpa de mi infelicidad pero comencé a entender que no podía cambiar su karma; solo podía cambiar el mío propio. Había llegado el momento de que asumiera la plena responsabilidad de mi felicidad. Fue un alivio. De pequeña, había sentido que era mi responsabilidad “rescatar” a mis padres, especialmente a mi padre. Finalmente había entendido que transformar el veneno en medicina para mí significaba liberarme de la falta de respeto profundamente arraigada que tenía hacia mí misma y de mi tendencia a buscar fuera de mí soluciones rápidas.
Con mis sentimientos de vergüenza y culpabilidad a un lado, pude liberar a mi padre de la presión que yo le ponía para que dejara de beber. La entonación de Nam-myoho-renge-kyo me ayudó a desarrollar una conciencia de su papel sobre mi karma: despertar a la dignidad de la vida —a la mía propia y a la de los demás. Él me ha enseñado a desarrollar un profundo respeto, a cuidar de mí misma y a no presionar a los demás para que cambien y así yo sentirme mejor.
En la siguiente ocasión que estuve con mis padres, pude ver más allá del comportamiento de mi padre. A pesar de que fue difícil hablar con él debido a su demencia y problemas auditivos, pudimos sentarnos juntos en el jardín y pelar manzanas. La conversación fue sencilla pero de alguna manera pude encontrar las palabras precisas. Cuando me iba, mi padre me abrazó y dijo: “Por favor, ven de nuevo a casa pronto, ¡es agradable cuando estás por aquí!”. Sentí agradecimiento por poder compartir estos momentos con él. Estoy segura de que pudo percibir que ya no sentía desprecio hacia él.
Ahora hablamos con más frecuencia pero, sobre todo, nos reímos mucho más. Solíamos tener el mismo sentido del humor, y volver a descubrirlo ha sido como encontrar un tesoro precioso e irremplazable. Aunque beba y a mí me siga disgustando, he encontrado a mi padre que había perdido hace tiempo.