El arte de vivir fiel a uno mismo
El reconocido pintor de género histórico taiwanés Yang Binghui, cuenta el recorrido que lo llevó a convertirse en un artista, y describe cómo el budismo Nichiren lo ayudó a superar una serie de obstáculos que ponían en riesgo su vida, y a vivir fiel a su corazón.
Durante generaciones, los varones de mi familia han tenido una existencia efímera. Mi tatarabuelo perdió la vida con 23 años en la Batalla de Baguashan, librada contra el ejército invasor japonés en 1895. Mi bisabuelo murió en 1907, a los 18, en el Levantamiento de Beipu, cuando Taiwán se encontraba bajo dominio nipón. Además, desde la generación de mi abuelo, hemos padecido hepatitis B: mi padre falleció a causa de esta enfermedad a los 47 años, mi tío a los 51; y yo la contraje poco después de nacer.
Mi padre fue investigador en el Centro Taiwanés de Investigación de la Malaria de la Fundación Rockefeller, y debido a que yo tenía talento académico, él estaba decidido a que me convirtiera en médico. No me gustaba la manera en que nos hacían acumular conocimientos en la escuela y prefería dedicarme a lo que me interesaba: estudiar biología y pintura, practicar artes marciales y tocar instrumentos musicales. Mi sueño era llegar a ser un naturalista.
A los 15 años, quería un microscopio para observar insectos y plantas, pero era demasiado caro como para que mis padres me lo comprasen. Entonces se me ocurrió la idea de construir un microscopio y lo conseguí. Incluso recibí el Premio de Plata por mi extraordinario instrumento en una exposición internacional de inventos en Nuremberg, Alemania. A pesar de mis logros, mi padre estaba descontento conmigo. De hecho, rompió mis preciosos especímenes y me echó de casa.
Sin embargo, al verlo sufrir por la enfermedad y las dificultades económicas, sentí que no tenía otra alternativa que presentarme al examen de acceso a la universidad y, en 1980, entré en el Departamento de Química de la Universidad Nacional de Chung Hsing. Cuando me encontraba de vacaciones durante mi primer año como estudiante universitario, a mi padre le diagnosticaron un cáncer de hígado. Murió apenas once días después de que le comunicaran su enfermedad. Su pérdida me produjo un gran impacto, a la vez, creí vislumbrar lo que me podría deparar el futuro.
Nuevo comienzo
Como había perdido todo interés en continuar mis estudios, decidí dejar la universidad y crear una empresa para la fabricación y venta del microscopio que había inventado. Confié las finanzas y la gestión, que no eran mi fuerte, en manos de mis socios y me centré en los aspectos tecnológicos y de producción.
El negocio iba bien, pero como no sabía nada sobre la gestión empresarial ni los asuntos legales, me estafaron y ¡quedé en la ruina! De repente no solo me encontré padeciendo una enfermedad, sino también enfrentando mi karma de sufrimiento económico.
Encontré en el budismo Nichiren un rayo de esperanza e ingresé a la Soka Gakkai en Taiwán.
Fue entonces cuando una amiga, que más tarde se convertiría en mi esposa, me habló con convicción de que sin falta podía transformar mi karma a través de la fe. Encontré en el budismo Nichiren un rayo de esperanza e ingresé en la Soka Gakkai de Taiwán en 1983 con 24 años. Lo que afianzó mi decisión fue conocer el punto de vista y postura en contra de la guerra de los tres presidentes fundadores de la Soka Gakkai.
Poco después, tuve la idea de iniciar una clase de experimentación científica implementando la pedagogía de John Dewey y del primer presidente de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, quienes hicieron hincapié en la importancia de la independencia de las niñas y niños, y el aprendizaje a través de la experiencia. Alquilé un aula pequeña y empecé con unas pocas mesas y sillas. Las clases tuvieron una rápida acogida entre el público en general y así nació un negocio estable. En el transcurso de 29 años, he enseñado a más de 1000 estudiantes, llegando a tener hasta diez clases en los años de mayor actividad.
En 1984 me casé y, en 1990, con gran emoción dimos la bienvenida al mundo a nuestra hija. En 1995, perdimos a nuestro segundo hijo, dos días después de nacer, a causa de un trastorno sanguíneo llamado enfermedad hemolítica del recién nacido (EHRN). A pesar de nuestra profunda desolación, nos pusimos de pie en medio de la desesperanza con la certeza de que debía haber un profundo significado en lo que nos había sucedido. Mi esposa y yo fuimos designados responsables del grupo local de la Soka Gakkai y nos consagramos al desarrollo de nuestra comunidad.
En 1997, nació nuestro hijo. Y en el año 2000, el Museo de Bellas Artes Fuji de Tokio, fundado por el presidente Daisaku Ikeda, presentó en Taiwán la muestra «Obras maestras de la pintura occidental desde el Renacimiento hasta el siglo XX». Mi esposa resultó ser guía para esta exposición. Inspirado por las pinturas, decidí empezar a pintar. Esto supuso un punto de inflexión en mi vida.
Ilustrando el pasado
Aunque se me daba bien pintar flores, algunas de mis obras con paisajes de Taiwán de tiempos pasados recibieron una inesperada aclamación. Esto me llevó a organizar una exposición y, en 2002, tuve la fortuna de ganar el concurso de arte paisajista que formaba parte del Festival Internacional de Arte de la Tierra en Penghu.
Entonces comencé una pintura que representaba los acontecimientos históricos del héroe taiwanés Zheng Chenggong, quien liberó a Taiwán del dominio de los Países Bajos en el siglo XVII. El cuadro, que me llevó un año en completarlo, se exhibió en el Museo Koxinga en Tainan e incluso apareció en la televisión estadounidense y japonesa.
En 2012, concluí mis clases de experimentación científica y me dediqué de lleno a la pintura. Ese mismo año, supe que el Museo de la Guerra de la Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa de Pekín buscaba una pintura histórica que representara la Batalla de Baguashan. Deseaba tener la oportunidad de pintarlo, sobre todo porque mi tatarabuelo había muerto en esa batalla, y sentía que tenía una conexión especial. Dos años después, me contactaron del museo y me encargaron que pintara esta obra histórica.
Un renacimiento
Me sumergí completamente en la pintura, hasta tal punto que se vio afectada mi salud. Debido a que padecía hepatitis B y trastornos subyacentes fui hospitalizado de urgencia.
Cuando el doctor me recomendó un trasplante de hígado, estaba convencido de que finalmente había llegado el momento de superar el karma que había heredado de mi padre, y empecé a entonar Nam-myoho-renge-kyo seriamente.
Para minimizar el riesgo de que el órgano trasplantado fuera rechazado, el donante debía tener al menos 18 años. Afortunadamente, como nuestro hijo que acababa de cumplir esa edad, reunía los requisitos necesarios. Gracias a él, la operación fue un éxito, me recuperé y pude terminar el cuadro que actualmente se encuentra en el museo de la guerra.
Un pasaje de Los escritos de Nichiren Daishonin indica: «Myo [de Nam-myoho-renge-kyo] significa “revivir”; es decir, volver a la vida». Estoy asombrado porque no solo pude superar la enfermedad y las dificultades económicas, sino que también pude dedicarme a mi pasión creativa y pintar obras que rinden tributo a mis ancestros. Mi sueño actual es ser alguien capaz de construir, a través del arte, un puente cultural entre Taiwán, China continental y Japón.
Adaptado de un artículo publicado el 4 de junio de 2021 en el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai en Japón.