Sanar las secuelas del genocidio: Escribir las historias que nunca se han contado

Kon Thyda, Camboya
Una mujer mira la pantalla del ordenador con aire pensativo
[Foto cortesía de la SGI-Camboya]

En abril de 1975 Camboya entró en uno de los períodos más oscuros de su historia cuando las tropas del Partido Comunista de Kampuchea, conocido como Jemer Rojo, dirigidas por Pol Pot, tomaron el poder. Querían que el país volviera a la Edad Media: desalojaron las ciudades y obligaron a la población a trabajar en granjas comunales en el campo. Las ejecuciones, el hambre y el exceso de trabajo provocaron la muerte de unos dos millones de personas.

A continuación, Kong Thyda, que contaba con tan solo 15 años cuando el régimen comenzó, narra su historia sobre el genocidio y cómo el hecho de practicar el budismo le ha ayudado a sanar las secuelas.


Durante 40 años me persiguieron las voces de lo ocurrido: el sonido de los latigazos o los gritos de la miseria humana. Aunque al principio hice todo lo posible por borrar esos recuerdos, ahora soy consciente de que forman parte de una historia que debe mantenerse viva en bien de nuestro futuro.

Cuando los Jemeres Rojos llegaron al poder en Camboya el 17 de abril de 1975, yo tenía 15 años.

Ilustración de grupos de mujeres jóvenes sentadas en el suelo comiendo, con un guardia levantando un palo para golpear a una de ellas.
Mujeres jóvenes comen bajo la vigilancia de los guardias de los Jemeres Rojos: la amenaza de la violencia estaba siempre presente [Foto cortesía de la SGI-Camboya]

Es difícil de imaginar una época así: los mercados, las escuelas y los templos se cerraron de repente; el dinero dejó de tener valor y se puso fin a toda propiedad privada. Los Jemeres Rojos confiscaron todos los bienes personales ya fueran casas, tierras, cultivos, vehículos, ganado o, incluso, joyas. Nos dijeron que todas nuestras pertenencias debían caber en una pequeña bolsa y nos dividieron por edad, sexo y estado civil, y nos obligaron a vivir en esos grupos.

Sobrevivir al genocidio camboyano

Mi familia, al igual que otras, se desmembró. Yo formaba parte de una unidad que era trasladada constantemente de una zona a otra para trabajar en los cultivos. Trabajábamos sin apenas descanso, de la mañana a la tarde y a veces aun durante la noche.

La gente moría de hambre y por enfermedades. Incluso la fruta de los árboles se consideraba propiedad del Estado y estaba prohibido recogerla o comerla sin autorización. Lo peor era el miedo constante a que el régimen te asesinara por cualquier motivo arbitrario. Cualquiera considerado un intelectual era condenado a muerte; lo mismo pasaba con las familias adineradas, profesores, soldados, antiguos funcionarios del gobierno, personas acusadas de ser perezosas o de trabajar demasiado, artistas o gente etiquetada como demasiado atractiva. Todos ellos eran objetivos para destruir. De hecho, se calcula que una cuarta parte de la población, alrededor de dos millones de personas, murieron a causa de la represión o fueron asesinadas.

¿Por qué me sucede esto a mí?, ¿qué es la vida?, ¿qué sentido tiene?

En enero de 1979, el régimen de los Jemeres Rojos se derrumbó. Yo tenía entonces 19 años y no sabía si estaba realmente viva o no. De hecho, me sentía muerta por dentro.

Después de mucho tiempo, me reuní con mi familia. Sin embargo, dos de mis hermanos habían fallecido: uno por inanición y el otro se había suicidado. A menudo me asaltaban alucinaciones: brutales ojos de vigilantes se aparecían en los árboles y veía escenas de flagelación. Me preguntaba: «¿Por qué me sucede esto a mí?, ¿qué es la vida?, ¿qué sentido tiene?».

Encontrar el budismo y la esperanza

Un día, estaba escuchando un programa de radio y el presentador habló sobre el budismo Nichiren. Me fascinó escuchar acerca de la Ley Mística de Nam-myoho-renge-kyo y la idea de que quienes entonan esta frase pueden extraer su potencial y lograr una felicidad absoluta en la vida. Me puse en contacto con la SGI-Camboya y me conecté con los miembros locales en 2015.

Quería saber cómo podía superar la ira y la tristeza que provenía de mi pasado, y la única forma que encontré fue practicar este budismo. En la Soka Gakkai descubrí un lugar donde las personas podían abrir su corazón y hablar de cualquier tema, ya sea sobre el dolor que habían experimentado en su vida o sobre sus debilidades o su coraje; un sitio en el que la gente se respeta y se alienta mutuamente con calidez, donde crea esperanza en su vida y construye relaciones sólidas.

Me di cuenta de que la causa de la matanza de tantas personas fue la forma de pensar y el corazón humano. Así que es eso lo que necesitamos cambiar. Fue entonces cuando nació la idea de dejar un registro de lo que viví como adolescente durante el genocidio. Y así descubrí qué era lo que yo podía hacer por la paz.

Convertir el dolor en misión

En Camboya, cada uno de los supervivientes ha perdido algún familiar o un amigo. Pero en general no hablamos de ello porque nos resulta demasiado doloroso.

Sin embargo, cuando supe que el presidente Daisaku Ikeda había dedicado décadas a escribir las novelas La revolución humana y La nueva revolución humana para dejar tras de sí una filosofía de paz, comencé a cambiar de perspectiva. Sentí que mi misión era transmitir las lecciones del pasado a las generaciones futuras. Empecé a pensar que, puesto que el pueblo camboyano había sufrido tanto, debería ser capaz de hacer enormes contribuciones a la paz.

Documentar en bien del futuro

En Camboya hay muy pocos libros que documenten experiencias personales del genocidio. La transmisión de esta historia es muy importante, y sobre todo, considerando que más de la mitad de la población tiene menos de 30 años.

La tarea de escribir y llegar a publicar no estuvo exenta de dificultades: tuve que averiguar los nombres y las ubicaciones oficiales de los centros de detención, solicitar autorizaciones y revisar la edición.

Dos portadas que representan escenas de guerra.
Dos libros de Kong Thyda [Foto cortesía de la SGI-Camboya]

En 2018 publiqué el primer libro, Memorias del Centro 32, un relato de mi infancia durante el régimen de los Jemeres Rojos y el tiempo que pasé en el Centro 32, una especie de prisión, en la que fui testigo de cosas verdaderamente terribles. Más tarde escribí un segundo libro: una novela que trata de personas que reconstruyen sus vidas tras el genocidio.

Nunca más un genocidio

No sé exactamente cuándo empecé a sentirme estable psicológicamente, pero sé que fue por la práctica de este budismo. Se requiere una sanación profunda y adecuada para alcanzar la verdadera felicidad en nuestra vida. Por eso la Soka Gakkai es tan importante.

Siento además que he conseguido transformar mi karma. Ahora pienso y comprendo las cosas de forma diferente. Mi perspectiva sobre la vida ha cambiado y me he convertido en una persona que quiere contribuir al bienestar de los demás, a la sociedad y al mundo. El dolor del pasado ha desaparecido y se ha convertido en una lección. El resentimiento se ha disipado y ha sido sustituido por un amor compasivo.

Cuatro mujeres sentadas alrededor de una mesa se sonríen mutuamente.
Kong Thyda (segunda a la izquierda) y sus amigos de la Soka Gakkai [Foto cortesía de SGI-Camboya]

El bien de los niños camboyanos es lo que me lleva a escribir y ya tengo previsto terminar un tercer libro. Espero que la guerra y la violencia se eliminen por completo en nuestra generación. Es con este propósito que seguiré escribiendo.

Siempre se puede crear valor a partir de cualquier experiencia. Para mí, ha sido a través de escribir. Lo puse todo por escrito para cumplir con mi parte en la lucha para que nunca más vuelva a producirse un genocidio.

Adaptado de un artículo publicado en la edición del 19 de mayo de 2023 del Seikyo Shimbun, Soka Gakkai, Japón.