Perspectivas de dos budistas sobre el envejecimiento
Kurt Ahrens y Christa Michaels, ambos de noventa y cuatro años y miembros de la Soka Gakkai de Alemania, cuentan cómo conocieron el budismo y las lecciones de la vida que han aprendido a lo largo de las últimas nueve décadas.
Kurt, usted empezó a practicar el budismo Nichiren con ochenta y nueve años. ¿Cómo sucedió?
Kurt: Una de mis vecinas practica el budismo Nichiren. Me invitó a una reunión budista y fuimos juntos al centro de la SGI de Alemania en la ciudad de Bingen, para participar en un encuentro de personas mayores, donde conocí a los miembros de la Soka Gakkai de todas partes de Alemania. Quedé entusiasmado porque todos participaban activamente y pude sentir que se apoyaban unos a otros. Me sentí cerca de ellos, aunque eran completos desconocidos. Los diálogos que mantuvimos nos conectaron y esto me conmovió profundamente.
Después de esa reunión, leí la Carta de la organización y descubrí que todos los temas mencionados en ese texto concordaban con mis convicciones. Ese fue el momento en que decidí que quería ser miembro de la Soka Gakkai. Hasta entonces, era un ateo convencido. Aunque había crecido como cristiano evangélico, en realidad, nunca me había sentido identificado.
Christa, ¿podría contarnos también cómo conoció el budismo Nichiren?
Christa: Fue hace mucho tiempo. Tenía una buena relación con una clienta de mi tienda, quien me dijo que participaba en reuniones budistas y me preguntó si querría unirme a ella en algún momento. Esto fue a comienzos de la década de los 70. La práctica no me entusiasmó de inmediato y al comienzo estaba indecisa. Se podría decir que observaba desde la distancia. Me dije: «Párate a pensar. ¿Esto es realmente algo para ti?». Definitivamente, mis primeros años estuvieron llenos de dudas. Al fin, a principios de los 80, decidí ser miembro de la Soka Gakkai y recibir el Gohonzon. A través de la práctica, encontré sosiego y seguridad incuestionable. Hoy, con el budismo siento la paz de un hogar.
Ustedes han experimentado tantas cosas en las pasadas nueve décadas. ¿Qué se siente? ¿Qué experiencias les han marcado, forjado o transformado?
Adquirí confianza a través de esta práctica budista.
Christa: Puedo responder desde dos puntos de vista. En primer lugar, desde la perspectiva de la salud. Hace un momento, alguien en la calle me preguntó qué tal estaba, y le dije: «Cuando sacudes una ruina, algunas piedras se caen». Esta persona se rio. No quería decirle que me encontraba mal, que me dolía la espalda, que mis rodillas no funcionaban como quería, que mis hombros estaban dañados y que necesitaba una prótesis. No quiero quejarme de mi cuerpo porque lo considero una maravilla, con todas las piezas que llevo. Aprecio seguir viva y que mi cuerpo continúe funcionando, aunque con muchas limitaciones pequeñas. Todavía puedo asearme por mí misma. Todo lleva su tiempo, pero funciona. Estos son los desafíos con respecto a mi cuerpo.
Ahora, en cuanto a mi espíritu, ¿cómo recuerdo mi vida? Crecí siendo estrictamente católica y durante mucho tiempo creí que todo era dictado por Dios y que necesitaba rogarle a la Virgen María por las cosas que deseaba. Esto no funcionó. No podía cambiar mi vida suplicando. En mi interior había una gran búsqueda, un anhelo por encontrar algo. Y es por eso que el budismo fue, en cierto sentido, una salvación. Finalmente quedó claro: yo misma decido sobre mi vida. Yo construyo mi vida y no espero la ayuda fuera de mí, porque ¡quizá nunca llegue! Me sentí empoderada. Adquirí confianza a través de esta práctica budista.
Kurt: He sido moldeado por la guerra. Dejé la casa de mis padres con solo quince años para recibir formación como delineante. Estaba lejos de casa y de la familia. La guerra fue horrible. Los bombardeos… temí por mi vida.
Con diecisiete años, me reclutaron para el ejército y serví como paracaidista en Italia. Presencié cosas terribles, cosas que cambian a uno. Empiezas a ver el mundo de otra manera. Ya no sabes a quién creer. ¿Dónde encuentras la esperanza en esta situación? ¿Quién hace que las cosas vuelvan a estar bien? Me atormentaban este tipo de cuestiones.
Después de tres años como prisionero de guerra, y poco antes de cumplir veintidós años, regresé a Düsseldorf a casa de mis padres. La noche de mi cumpleaños, volví a marcharme por no poder aguantar más el tono autoritario de mi padre. Por suerte, para entonces, ya había conocido a mi mujer. Junto con ella, formé mi propia familia y tuvimos una hija. En ese momento era un hombre feliz. Nuestro matrimonio se mantuvo fuerte hasta su fallecimiento en el año 2000. Oro por ella y a menudo tengo la sensación de que aún sigue aquí.
El presidente Daisaku Ikeda dice que no hay muro que uno no pueda derribar y que las personas mayores que practican el budismo Nichiren tienen convicción porque han superado numerosas dificultades. ¿Qué opinan sobre esto?
A través del budismo, pude adoptar la forma de pensar de que lo que hacemos ahora, a partir de este momento, es lo que importa.
Kurt: Recitar Nam-myoho-renge-kyo me ayuda a lidiar con los dolorosos recuerdos de la guerra. Aún no estoy libre de esa evocación. Es asombroso que, con esta práctica, pueda reflexionar y ver las cosas de otra manera. Las personas que vivieron la Segunda Guerra Mundial tuvieron que lidiar solas con sus experiencias. No había ni terapeutas ni psiquiatras para ayudarles a hacer frente a su trauma. A través del budismo, pude adoptar la forma de pensar de que lo que hacemos ahora, a partir de este momento, es lo que importa. La recitación, que vengo realizando durante cinco años, me ha fortalecido mentalmente. Y la confianza en mis propias capacidades es más fuerte.
Christa: Creo que es importante aceptar las dificultades. De manera continua, nos pasan cosas, cosas que no hubiéramos imaginado. Todo cambia constantemente. Nuestra salud puede deteriorarse o podemos perder la vivienda: ocurren cosas inesperadas y aun así tenemos que hacer frente a una nueva realidad. Puedo decir que ya nada me hace perder el equilibrio. No temo a nada. Dicho de otra manera: cuando aparece un muro delante mío, me pongo a trabajar para superarlo, aunque no sepa exactamente cómo.
En el budismo, el envejecimiento se considera como uno de los cuatro sufrimientos inherentes a todas las personas. ¿Cómo es su experiencia sobre este tema?
Christa: No tengo ningún problema en envejecer. En todo momento siento agradecimiento por poder seguir caminando recto. En realidad, soy un poco débil de rodillas y tengo tensión arterial baja, pero me aferro a mi andador. Aún así, ¡siento que soy un milagro para mi edad! Cuando salgo a la calle, me arreglo un poco y por supuesto salgo con mi andador. Al cruzarme con alguien, sonrío. Estoy satisfecha con mi vida. Mi modesta pensión y seguro de vida quizá no sean suficientes como para brincar de alegría, pero tengo una pequeña vivienda en una zona ajardinada, y me siento muy agradecida por tener un gran árbol frente a mi casa.
Kurt: Hay días en los que la vida no es tan fácil, en los que nos damos cuenta de que nuestro cuerpo ya no hace lo que nuestra mente quiere que haga. Desarrollé la enfermedad de Parkinson y mi cuerpo muchas veces no me obedece: por ejemplo, cuando tengo un bloqueo mental mientras hablo, de repente no puedo terminar la frase. Esto no es fácil y puede ser especialmente embarazoso cuando hablo con desconocidos. Pero, por otra parte, en los días buenos, me sigo sintiendo joven, al menos veinte años más joven de lo que realmente soy.
El budismo Nichiren enseña que la vida es eterna y que uno solo puede comprenderla verdaderamente cuando enfrenta la realidad de la muerte. ¿Cuál es su perspectiva acerca del final de la vida?
Kurt: Hice frente a esta cuestión con la muerte de mi mujer. En ese entonces, aún no había conocido el budismo. Ahora respondo de manera diferente ante la muerte. La muerte es parte de la vida porque la existencia física no es ilimitada. Sin embargo, cuando uno muere, regresa al ciclo de la naturaleza y, en ese sentido, la vida es eterna. Puedo aceptar muy bien este concepto. No tengo miedo a la muerte. Por supuesto que no quiero sufrir dolores; nadie quiere eso.
Christa: Cada noche, mientras realizo mi práctica budista y oro por los fallecidos, pienso en mi profundo deseo de poder partir de este mundo de una manera agradable y lúcida. Uno puede encontrarse con la muerte de una manera terrible y miserable en una cama. Sé que al final me tendré que marchar, sin duda alguna, esto ocurrirá tarde o temprano. Esta misma semana, falleció mi último compañero de clase. Quisiera hacer esta transición de forma digna. No sé cómo renaceré, pero sé que volveré de alguna manera. No creo que todo se acabe con el último suspiro. Algo seguirá evolucionando. El universo es demasiado grande como para que no sea así.
Llevo colgado en mi cuello un botón de atención ante emergencias, que puedo pulsar si me pasa algo, ya que no hay nadie más aquí. He vivido sola durante décadas; no tengo familia ni pareja. Siempre pensé que tendría a alguien conmigo, pero tuve que aprender a lidiar con la soledad. Lo aprendí hace muchos años y puedo hacerlo muy bien por mí misma.
No temo a la muerte. Soy feliz de poder vivir un poco más, aunque tenga alguna discapacidad y me haya vuelto algo torpe y olvidadiza. Mientras mantenga el buen ánimo y mi estilista me visite de tanto en tanto para renovar mi peinado, estaré muy bien. Esta vida ha sido fantásticamente larga y colorida. Estoy contenta, qué más puedo esperar.
El presidente Ikeda dice que su maestro, Josei Toda, siempre enfatizó que nuestros últimos años deberían ser como un atardecer dorado. ¿Qué piensan de esta imagen de una puesta de sol?
Kurt: Estoy de acuerdo. Vuelvo la vista atrás y agradezco enormemente haber llevado una vida plena, con todos sus altibajos. Cuando sale el sol por la mañana, doy las gracias por poder experimentar y representar un nuevo día.
Christa: La imagen de una puesta de sol encaja de manera perfecta. Desafortunadamente, en este momento estamos destruyendo el medioambiente. Me preocupa lo que hacemos con nuestro mundo y, lamentablemente, estamos lejos de percatarnos de esta realidad. La naturaleza es tan hermosa; deberíamos hacer todo lo posible para conservarla. No soy lo suficientemente joven; de lo contrario, me afiliaría a algún partido para trabajar por salvar el mundo y motivar a las personas para que lleguen a ser más modestas. De hecho, somos como orugas que se lo comen todo.
Basados en su abundante experiencia vital, ¿tienen algún consejo para los jóvenes de hoy?
Kurt: Es necesario establecer objetivos en la vida. Cuando tenemos una meta clara, jamás debemos abandonarla. Hay que creer en uno mismo. Quiero instar a los jóvenes a que se comprometan con la Carta de la Soka Gakkai. Hay tantos temas en ella que entusiasmarían a la juventud; asuntos sobre los que muchos jóvenes reclaman acción y protestan en las calles. Por esta razón, espero que se transmita el contenido de esta Carta en las reuniones budistas donde haya invitados. Es tan importante que aprendamos los principios de la Soka Gakkai.
Christa: Realmente ya no encajo tanto en este mundo. Soy demasiado estricta con mis puntos de vista. Pensé en qué les diría a mis hijos si fuera madre, y la palabra que me vino a la mente fue disciplina. Pero es una palabra demasiado dura. ¿Cómo puedo transmitir mi verdadera intención sin ofender a la gente joven? Entonces, pensé en el siguiente mensaje: Deben salir al mundo y no desconfiar. Piensen en todo momento que la persona que tienen en frente es buena. Hagan muchas cosas positivas, aún cuando piensen que no recibirán nada a cambio, porque sin duda lo harán, aunque a veces tendrán que esperar. Nada se pierde en este mundo, ninguna palabra o buena acción se pierde. Esta es mi convicción y es lo que quiero ofrecer a los jóvenes.
Adaptado de la edición 244 de Forum (septiembre/octubre 2021), revista de la Soka Gakkai de Alemania.