La escuela de la vida
Cuando Andrea Moro de la isla italiana de Cerdeña comenzó una nueva empresa en España, su país adoptivo, esperaba que el éxito cayera en su regazo. A través de hacer frente a los desafíos imprevistos, demuestra cómo pudo extraer coraje de su vida.
Hace años, cuando tomé la decisión de quedarme en Madrid para siempre, buscando trabajo encontré la oportunidad de enseñar italiano en una empresa. Al principio fue algo provisional, pero a medida que surgían más oportunidades de trabajar en la enseñanza, me di cuenta de que era lo que quería hacer con mi vida. Fue en este punto que junto con una amiga italiana decidimos comenzar nuestra propia escuela de enseñanza de italiano.
Fue un movimiento audaz dada nuestras finanzas, pero, superando nuestro miedo e incertidumbre, nos lanzamos. Teníamos grandes sueños que nos llevaron a pensar que las cosas serían más fáciles de lo que realmente eran.
Establecer la escuela fue un proceso desafiante. Tuve que aprender a cómo iniciar un negocio y todo lo que conlleva. Había estado bajo la ilusión de que las cosas caerían mágicamente en su lugar y los estudiantes acudirían a la escuela. El progreso fue lento. Sin embargo, la parte más difícil fue la responsabilidad que sentí para responder a la confianza que las personas que eligieron nuestra escuela depositaron en mí.
En 2007, fui introducido al budismo Nichiren, y fue ahí cuando las cosas empezaron a cambiar. Poco a poco me di cuenta de que no estaba confiando en mí mismo. Simplemente sentí que no estaba a la altura de la tarea. Poco a poco comencé a ver que mis “limitaciones” eran en realidad oportunidades para extraer valor de mi vida. A medida que me desarrollé a través de mi práctica budista, también empecé a ser más creativo para enfrentar mis desafíos, y esto dio lugar a nuevas ideas sobre cómo enseñar.
Gradualmente hicimos cambios, integrando actividades en los cursos que se centraron en los aspectos únicos e interesantes de nuestra lengua y cultura: cursos de cocina italiana, talleres de arte y cine italianos, cursos para niños y viajes de verano a Cerdeña. La escuela se convirtió en un lugar donde la gente no solo podía aprender el idioma, sino también, disfrutar de diferentes facetas de la cultura italiana. Al prestar atención a las necesidades particulares de cada estudiante y enfocarnos en una preparación cuidadosa de cada actividad, la escuela se convirtió en un lugar donde las personas que se inscribían podían sentirse verdaderamente felices al aprender el idioma.
En este proceso, leer el aliento del presidente Daisaku Ikeda, me ayudó a descubrir un significado más profundo y un propósito en mi vida profesional. Honestamente creo que si no hubiese sido por eso, la escuela no se habría convertido en lo que es. Puedo decir con orgullo que nuestra escuela de hoy sirve de modelo para la enseñanza del idioma italiano en Madrid.
Siento una gran alegría de poder seguir creciendo y creando valor a través de mi trabajo. El contacto con mis alumnos también me permite basar mi vida en uno de los pilares de la práctica budista: el diálogo de corazón a corazón.
Mi visión hacia el futuro es que nuestra escuela establezca el estándar para la educación lingüística, con una metodología cada vez mejor y que responda a los requisitos de los estudiantes. Me siento inspirado por el enfoque pedagógico del primer presidente de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, para desarrollar un sistema educativo en el que la felicidad de los estudiantes sea la principal preocupación.
En La Nueva Revolución Humana, el presidente Ikeda escribe: “Según el señor Makiguchi, la verdadera dicha reside en la creación de valor, y la misión de los docentes es forjar personas capaces de crear valor en la sociedad y de trabajar tanto por la felicidad propia como por la ajena”. Aspiro todos los días a convertirme en este tipo de educador.
[Adaptada de una entrevista publicada en Civilización Global, revista de la Soka Gakkai de España, de octubre de 2018].