Mi vida es infinitamente digna de respeto
«Mientras trabajo para salvaguardar la dignidad de la vida humana, despierto a la dignidad de la mía propia». Garrett Welch, de EE. UU., narra cómo la superación de dificultades y la confrontación con sus inseguridades más profundas le hicieron despertar a un sentido de propósito más amplio.
¿Cómo has conocido el budismo Nichiren?
En el otoño de 2017, me encontraba en el punto más bajo de mi vida. Estaba experimentando graves problemas de salud mental, que incluían una ansiedad y depresión paralizantes, y ninguno de los tratamientos o terapias me ayudaban a mejorar. En la escuela secundaria había sufrido un desengaño amoroso bastante devastador que tuvo un impacto significativo en mi autoestima. Junto con una tendencia perfeccionista muy arraigada, me consumía el odio que me tenía debido a lo que yo consideraba como aspectos inadecuados de mí mismo. La situación se volvió tan abrumadora que tuve que dejar la universidad: me sentía atrapado en una espiral viciosa de autodestrucción. Acabé aislándome de mis amigos y seres queridos y abusando de sustancias adictivas para escapar de mi realidad.
Por aquel entonces, me encontré con un vídeo titulado Budismo y creatividad, una conferencia pronunciada por el legendario pianista de jazz Herbie Hancock en la Universidad de Harvard en 2014. Yo también toco el piano y siempre he sido un gran admirador de su música, así que me sentí intrigado. El vídeo me alucinó y conecté al instante con lo que comentaba. Me gustó la idea de que el budismo es una filosofía empoderadora basada en la ley de causa y efecto y que las personas tienen la capacidad de forjar su destino.
Aunque en ese momento yo era prácticamente inalcanzable, las palabras de Herbie me tocaron una fibra en el corazón y sentí que estaba transmitiendo una verdad profunda. Pero aún más que sus palabras, me impresionó su personalidad, que brillaba con genuina humildad y profunda compasión.
Así que decidí probar esta práctica budista: llamé al centro de la Soka Gakkai de mi zona y asistí a mi primera reunión.
¿Qué pasó después de que comenzaras a practicar este budismo?
Mi vida no se transformó de golpe, como por arte de magia. Sin embargo, encontrar el budismo en medio de tanto sufrimiento me motivó a entonar Nam-myoho-renge-kyo todos los días y a estudiar los principios budistas que podían abordar la raíz de mi sufrimiento. También comencé a participar en las actividades de la Soka Gakkai de mi localidad donde los responsables de la organización me invitaron a practicar con ellos por la mañana siempre que estuviera disponible.
Sentí su genuina preocupación por mí y la confianza que tenían en el valor de mi vida, incluso cuando yo no me interesaba ni valoraba mi propia existencia. Pasé muchas tardes enfrascado en conversaciones estimulantes con el responsable de los jóvenes, que respondía pacientemente a mis interminables preguntas sobre diversos conceptos budistas.
Gracias a su constante estímulo, empecé a comprender poco a poco el significado de la fe y que mi vida es infinitamente digna de respeto. Como resultado, pude desarrollar más amor compasivo hacia mí mismo, algo que antes parecía imposible. También desperté a un profundo impulso interior de poner mi vida al servicio de un propósito mayor.
Te apasiona trabajar por la abolición de las armas nucleares. ¿Cómo te has involucrado en este proyecto?
En 2019, comencé a leer La nueva revolución humana, una novela de Daisaku Ikeda que narra el desarrollo global de la Soka Gakkai y examina importantes acontecimientos mundiales. Sus penetrantes perspectivas sobre distintos eventos históricos como la crisis de los misiles en Cuba, la guerra de Vietnam y la normalización de las relaciones chino-soviéticas durante la Guerra Fría estimularon mi interés en el tema del desarme y la abolición de las armas nucleares. También me hizo comprender la profundidad de una de mis citas favoritas de los escritos de Nichiren: «Cuando el cielo se despeja, la tierra se ilumina. Del mismo modo, cuando uno conoce el Sutra del loto, comprende el significado de todas las cuestiones mundanas».
Decidí volver a matricularme en la universidad, cambiando mi carrera a Ciencias Políticas con especialización en política y política mundial. En diciembre de 2021, cursé una solicitud, que fue aceptada, para asistir a la primera Reunión de los Estados partes (REP-1) del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), que se celebraría el verano siguiente. El TPAN es el primer tratado jurídicamente vinculante que prohíbe completamente las armas nucleares.
¿Qué te aportó esta experiencia?
Asistir a la reunión en la sede de las Naciones Unidas en Viena (Austria) fue una experiencia que me cambió la vida: me puse en contacto con jóvenes de todo el mundo que luchan apasionadamente por la causa, y también tuve el inmenso privilegio de conocer a varios hibakusha, personas supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, y escuchar sus historias de primera mano. Esto consolidó mi determinación de trabajar por la abolición de las armas nucleares.
Durante todo ese tiempo, seguí recitando daimoku, apoyando las actividades de la Soka Gakkai y experimentando los beneficios de la práctica budista en mi vida cotidiana. Después de graduarme en mayo de 2022, me aceptaron en un programa de maestría en Derechos Humanos Internacionales. Más tarde, en la primavera de 2023, obtuve una plaza en un programa de estudios muy competitivo en el extranjero, en Viena, y tuve la increíble oportunidad de trabajar como becario para la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN).
A pesar de estas victorias, seguía luchando contra mi baja autoestima. En mi diario personal de esa época escribí: «Siento que todas mis victorias son una gran casualidad. Realmente no merezco ninguno de estos éxitos, y es un accidente que siga tropezando con victorias».
Parece un caso de síndrome del impostor.
Sí, de manual. Esta tendencia siempre ha sido un gran obstáculo en mi vida, y me siguió hasta Europa.
En Viena, volví a salir con una chica y la relación sacó a relucir mis profundas inseguridades y mi tendencia a buscar mi validación en los demás. Cuando ella me dejó, quedé excluido de nuestro grupo de amigos. Pero como seguía viviendo en la residencia universitaria, los veía cada día, lo que me causaba un gran sentimiento de asfixia y de insoportable soledad.
Una noche tuve un colapso mental, así que acudí a dos de mis amigos de la Soka Gakkai de la zona. Oramos juntos, y ellos escucharon atentamente mis luchas y me alentaron. Cuando regresé al campus, me sorprendió cuánto había cambiado mi condición de vida antes y después de ese encuentro: era radicalmente diferente. De hecho, se me ocurren muchas otras ocasiones en Europa en las que mi comunidad de la Soka Gakkai revivió completamente mi estado vital y me recordó que yo importaba.
Durante ese tiempo, también estudié ávidamente los escritos del presidente Ikeda. En particular, este pasaje me alentó profundamente en un momento crucial:
«En el transcurso de nuestra práctica suelen suceder diversos hechos debidos a las causas y tendencias negativas que hay en nuestra vida. Habrá ocasiones en que quizá pensemos: “¿qué habré hecho yo para merecer esto?”. Pero no debemos dejarnos influir por los reveses de la vida frente a cada cosa que se manifieste; lo que sí es seguro es que lograremos ser personas profundamente felices tarde o temprano. Debemos considerar todo lo que pase como parte de nuestra práctica y como un entrenamiento para llegar al punto de destino que es la verdadera felicidad. Si lo hacemos, luego podremos darnos cuenta de que en cada uno de esos fenómenos había un “significado” y una profunda “intención”».
Entendí que aún me costaba comprender realmente uno de los principios más fundamentales del budismo: que mi vida en sí misma es infinitamente digna de respeto. Me di cuenta de que, si no comprendía esta verdad en lo más profundo de mi vida, la verdadera sensación de pertenencia y plenitud se me escaparía para siempre, independientemente de mis logros externos.
En cierto sentido, incluso mi empeño por el desarme nuclear era en parte un medio para sentirme digno trabajando en un tema de semejante importancia. Sin embargo, la práctica del budismo consiste en establecer una felicidad más profunda, absoluta, que no dependa de circunstancias externas.
Al mismo tiempo, siempre me recuerdo a mí mismo la inconmensurable deuda de gratitud que tengo con Daisaku Ikeda y con mis antecesores en la fe, que me han nutrido a lo largo de los años. Sin ellos, no estaría en el camino que he tomado en la vida. Entonando daimoku para transformar mis tendencias más arraigadas, he aprendido que centrarme en saldar mi deuda de gratitud me permite transformar la base de mi motivación desde el deseo de «ser lo suficientemente bueno» a la determinación de expresar mi agradecimiento. Aunque actualmente sigo trabajando para interiorizar estas lecciones, sin duda me ayudaron a completar con éxito mis estudios en Viena.
¿Qué te depara el futuro?
Estoy a punto de graduarme, voy a hacerlo este verano, y he conseguido unas prácticas a distancia en otra organización que trabaja en temas de política nuclear. Sé que abogar por el desarme nuclear forma parte de mi misión, y siempre participaré en esta labor de un modo u otro.
Ahora bien, ya no busco la validación externa a través de mi trabajo en el desarme nuclear. Uno de mis sueños desde hace mucho tiempo es encontrar a mi compañera de vida, y seguiré orando para desarrollar una relación alegre y saludable.
Nichiren Daishonin afirma: «Entrar en el palacio del sí mismo se refiere a entonar Nam-myoho-renge-kyo». Haciendo referencia a este pasaje, el presidente Ikeda explica:
«El estado indestructible de la budeidad existe en cada uno de nosotros. Se lo podría describir como un palacio de felicidad eterna e invulnerable, adornado de incontables tesoros espléndidos. Accedemos a esos recursos que existen en nuestra propia vida mediante la fe en la Ley Mística y la práctica de Nam-myoho-renge-kyo. En otras palabras, el Daishonin enseña que somos capaces de iluminar con supremo fulgor ese “palacio del sí mismo”».
Hoy en día, mi vida está repleta de compromisos. Sin embargo, una de mis mayores alegrías es reunirme con los jóvenes de mi región para estudiar y orar juntos con regularidad. Mientras me lanzo de cabeza a lo desconocido, estoy decidido a seguir construyendo el «palacio de mí mismo», el hogar que llevo conmigo a todas partes y en todo momento. Además, quiero ayudar a otras personas a que también lo experimenten. Espero seguir fomentando una auténtica sensación de plenitud en todos los aspectos de mi vida basada en la creencia de que «fundamentalmente, soy un buda, tal como soy».
Adaptado del número de julio de 2024 de Living Buddhism, SGI-USA.