Esperanza en bicicleta
Ante la gran incertidumbre sobre su futuro causada por la pandemia de COVID-19, Clarisa Zambrano encontró un camino que seguir a golpe de pedal.
Como tantas personas en todo el mundo, sufrí un choque emocional el día en que se declaró la pandemia de coronavirus. Acababa de pasar una semana entera recluida en mi casa debido a una fuerte migraña. También estaba sin internet, lo que significaba que no podía comunicarme con mi hermana en Bogotá, Colombia. Esto me causó mucha ansiedad, pérdida de apetito y me llevó a fumar y beber café de forma compulsiva. Además, solo había hecho algunas ventas (trabajo haciendo calcomanías personalizadas) y, a raíz del confinamiento decretado por la pandemia, tuve que usar para mis alimentos la pequeña cantidad de dinero que había ahorrado para el alquiler.
Decidí demostrar a través de mis acciones que incluso en estas circunstancias es posible seguir adelante.
Las noticias sobre la pandemia me parecían surrealistas, como una pesadilla. Sentí mucha incertidumbre, estaba desorientada y triste. Oraba mucho y leía las cartas de Los escritos de Nichiren Daishonin para animarme, pero no me sentía capaz de comprender el significado de nada. En varias ocasiones, me quedé sin comida pero, de vez en cuando, un amigo me transfería algo de dinero a mi cuenta y gracias a ello podía comprar alimentos. Otros incluso aparecieron en mi casa con una compra. Así pasé el primer mes de la cuarentena.
Muy a menudo pensé en la situación económica de las mujeres en mi comunidad local de la Soka Gakkai, pero era difícil hablar con ellas porque a veces no había señal telefónica o porque no tenían electricidad.
A menudo me preguntaba qué podía hacer. Empecé a orar más y más.
Punto de inflexión
Un día, me llamó un cliente e hizo una compra. Pero no podía pasar a recoger su pedido porque era dueño de una panadería y comenzaba su trabajo muy temprano por la mañana. Además, su coche no tenía gasolina, así que me ofrecí a llevárselo en bicicleta.
Cuando nos encontramos, me preguntó cuánto me debía por la entrega. Esto me llamó la atención porque era algo que no había contemplado. Más tarde, dos amigas me sugirieron que iniciara un servicio de entrega a domicilio. Mi emprendimiento de transporte sostenible nació de esta manera.
Me acerqué a las empresas de mi comunidad y ofrecí mis servicios de entrega de productos a domicilio. Al mismo tiempo, animé a mis amigos que tenían sus propios negocios a no darse por vencidos durante estos tiempos particularmente difíciles. Todos estaban muy abatidos y desesperanzados, y esta realidad realmente me golpeó.
Es muy difícil infundir ánimo a alguien que sufre y ha perdido la esperanza. Cuando quiero explicar algo, tiendo a regañar a la gente, por eso procuré cambiar esta actitud con amor compasivo, y decidí demostrar a través de mis acciones que incluso en estas circunstancias es posible seguir adelante. Hice lo mejor que pude para mantenerme en contacto y alentar a las mujeres jóvenes de mi grupo local de la Soka Gakkai, a pesar de los problemas de comunicación por la pérdida de la conexión telefónica y de internet.
Un día sucedió algo sorprendente. Sonó el timbre de mi puerta. Eran dos vecinas de avanzada edad a quienes les había ofrecido mi ayuda de forma gratuita cuando la necesitaran. Pero el motivo de su visita era saber si estaría de acuerdo en recibir alimentos proporcionados por la administración de la ciudad debido al confinamiento. Fue un gran beneficio.
Generando esperanza
He podido continuar trabajando en mi servicio de reparto a domicilio. Entrego medicamentos, obsequios para cumpleaños y ocasiones especiales, comida, mascarillas y cartas, entre otras cosas. Me siento muy agradecida y creo que he demostrado que incluso en las peores circunstancias podemos «convertir el veneno en medicina».
Lo más importante es que, a pesar de las circunstancias, hago todo, llena de alegría, con la convicción y la esperanza de que la situación cambiará, mientras avanzo a golpe de pedal. En algunas ocasiones, cuando realizo las entregas la gente me ofrece agua y me anima a no parar. Hasta me aplauden al verme pedalear cuesta arriba con una canasta cargada de mercancías de unos 10 kg. Me preguntan qué vendo y elogian mi llamativo atuendo de ciclista.
Los jóvenes me preguntan cómo pueden trabajar conmigo. Cierto día, un hombre me dijo: «¡Eres de la nueva clase de venezolanos con piernas de acero, “un caballito de hierro” y mucho corazón!».
Tengo la convicción de que mi práctica budista y las actividades en la Soka Gakkai me han ayudado a convertirme en la persona que soy hoy. Estaré eternamente agradecida.
El presidente Daisaku Ikeda, nos anima a asumir la responsabilidad personal de crear la paz. Inspirada por este sentimiento, estoy decidida a ponerme de pie donde quiera que esté y cuidar a los que me rodean.
Adaptado de la edición de julio-septiembre de 2020 de Seikyo Criollo, SGI-Venezuela.